Lo mismo que ocurre en el Camino pasa en la vida diaria. Y después seguiran dandole vueltas y vueltas al qué y el porqué. El amor o el tiempo; la realidad y el engaño.
En un momento del relato la protagonista indica a su compañero, que a causa de un fuerte golpe en la cabeza esta alucinando, la diferencia entre ver y observar. Ver con los ojos, la visión normal que tenemos, y observar, con un órgano interior del cerebro: la glándula pineal. El ciclista, agitado y desorientado, tiene alucinaciones en algunos momentos de su pedalear y no sabe a qué atribuirlo, Danika le ayuda a superar ese trance para que lo acepte como una experiencia más de la vida, y siga pedaleando. Que tome esos momentos de doble visión como algo propio del ser humano, aunque sea raro, y no le de mayor importancia.
Este cuento tiene influencias de mis lecturas juveniles de las tradiciones milenarias de los pueblos de la India, y de algún modo se nota. Espero que para bien.
Espero que disfrutéis con su lectura.
El
Tiempo en tus ojos
Por un
antiguo Camino vuelves a rodar; llamas y astros en los cielos son tus recuerdos
interiores, y aquí observas, por montes y llanuras, como buscan los seres
humanos comprensión de sus pequeños temores que se sumen en olvidos pasajeros.
Así caminan los hombres, sordos a casi todo, sin recuerdos; y las mujeres que
no quieren olvidar. Y tú, desde la bicicleta, durante días y días, les vas
observando al pasar cual némesis olvidada. Tan solo el trac-trac de la cadena te
acompaña en esta era de máquinas. Es tan solo un vestido.
Ahí
delante; un hombre caído, un ciclista, pararé a auxiliarle.
− ¿Cómo se encuentra? ¿Qué
le ha ocurrido?
−Iba mirando hacia esa
laguna de ahí delante, pedaleando con ganas, he pinchado, y me he ido al suelo
sin poderlo evitar.
−No te tienes en pie. En
esa casucha a medio derrumbarse podrías recuperarte a la sombra. Si quieres te
puedo ayudar. Algo entiendo de bicicletas, aunque la mía es muy distinta a la
tuya.
− ¡Ya! Mi bicicleta es de
todo terreno y la tuya es de paseo; de las que se usan en el norte de Europa.
−Es que vengo de Bélgica.
Al pasar vi el recordatorio de un peregrino muerto, y, al verte en el suelo,
pensé en lo peor.
−Pues yo, en cambio, al
levantarme, he sentido una sensación extraña y, como por instantes eternos, me
sentí dentro del sol, rebosante de una luz insoportable; y bailaba y bailaba
una danza de dioses. Era todo luz en mí mismo y la arrojaba por todas partes;
era el borracho divino bebiendo de la luz del Creador.
− ¡Pues sí que
te diste un golpe bien fuerte! Un poco de agua te hará sentir mejor. Te has
golpeado en la cabeza pero el casco te ha librado de lo peor.
−Parece que
este lugar tuviera un encanto especial; incluso hay patos. Un poco antes vi los
restos de un palomar adornado de huevos, - ignoro su significado -, pero estas
ruinas parece que contuvieran una historia muy especial.
−Tal vez una
historia de amor intemporal.
−Será mejor
que continuemos pedaleando. Ya he reparado la avería. Si no te importa, podría
acompañarte un buen tramo. No estoy para correr solo.
−Por mí
encantada. Iba pensando en las tierras y las gentes que veo al pasar.
−Yo en las
circunstancias. Gracias por el agua, pero llevo en la cantimplora una bebida
con sales y electrolitos que viene muy bien para recuperarme de los esfuerzos.
¿Dormiste anoche en Sahagún? Me pareció verte en el albergue, pero no te
fijaste en mí. ¿Estás cómoda con esa ropa de calle pedaleando?
−Ando en
bicicleta desde niña, y esta ropa está mejor preparada de lo que piensas. Desde
Bélgica son muchos kilómetros pedaleando y estoy cómoda con
ella. Bebo agua del grifo pero por las tardes me doy friegas con alcohol de
romero para evitar calambres en las piernas. ¿Vas cómodo con esa bici tan
moderna y tan cargada?
−Es especial
para terrenos accidentados. Vengo desde Madrid, y el Camino no está tan
preparado como este. Hay que pensar en incidencias de todo tipo. ¿Y tú, con esa
bici de ciudad, lo llevas bien?
−Mucho barro y
muchas piedras; algunos tramos con la bici en la mano. Pero voy ligera de
equipaje. Lo importante es la experiencia, no lo que llevas contigo. ¿Por qué
cargas con tantos relojes? en la bici, en los brazos.
−Me gusta
tener las cosas bajo control y también me sirven para reflexionar. Este reloj,
además, es pulsómetro y me indica el ritmo que debo llevar.
− ¿Y tanto
cacharro electrónico no te evita escuchar los sonidos del campo, de los
pájaros, de la bicicleta? ¿Te das cuenta de lo que realmente sucede entorno
tuyo?
−Solo sirven
para no distraerme cuando voy solo y no quiero pensar. Ahora recuerdo que te vi
desayunando; estabas en el patio, como absorta.
−Había tres
gatos maullando y jugueteando; estaba pensando en mis cosas. Con tanta gente y
tal algarabía agradecí salir a correr en un día tan fresco y luminoso. Aunque
siga estando nuboso tras las tormentas pasadas. Parece que hubiesen lavado el
mundo. Apenas hay cuestas y las montañas del fondo invitan a avanzar. ¿Sabes
que estuve a punto de abandonar ayer mismo?
− ¿Qué te
ocurrió?
−Iba muy
cansada, casi sin comer desde que salí de Castrogeriz, y al poco de pasar
Terradillos algo me alcanzó y me dio una fuerte puntada en el costado; tuve un bajón, y comencé a pensar
en dejar el Camino y volver a casa en el primer tren que encontrara. Y en un
recodo de la pista me encontré con un lobo.
− ¿Un lobo?
¿En pleno día? Le confundirías con un perro.
−Soy
veterinaria y sé lo que lo que digo. Y era un macho de los grandes. Me invadió
un terror inesperado y comencé a pedalear con todas mis fuerzas. Y el lobo
detrás de mí. Cuando me quise dar cuenta estaba en la Ermita de la Virgen del
Puente y al ver más gente me calmé. De la rabia que me dio por tan estúpido comportamiento pasé casi toda la
noche despierta, y se me hizo eterna; pero al amanecer decidí continuar.
− ¡Lo que es
nuestra percepción del tiempo! Cuanto más agitado estás más lento parece
avanzar, y al serenarte parece acelerar. Como si fueras una bicicleta. Las
ruedas con sus radios serían las manecillas de los relojes: uno interior, la
rueda trasera, y otro exterior, la delantera. Según nuestro ritmo de vida así
es la percepción de cómo el tiempo va con nosotros. Y no se puede parar pues la
inercia nos empuja.
−Hay más cosas
que nos empujan aparte de la inercia personal. Todos tenemos emociones y
sentimientos que nos llevan de un lado a otro; incluso las piedras y accidentes
del terreno nos hacen ser y sentir de una manera u otra. Por ejemplo; mira que
pájaro más bonito está hay delante.
−Es una
abubilla.
− ¿No será el
pájaro de Salomón en misión secreta? Estará buscando a la Reina de Saba por estas tierras.
−No sería
difícil encontrarla entre tantos inmigrantes africanos; pero seguro que nunca
encontrará un Salomón. Quedaremos en que es un bonito pájaro y un
estupendo presagio.
−Cielo claro,
tierra llana, y un fondo de montañas; ¿no te parece un día ideal para andar en
bici? Hay tanta luz. Claro, tú estarás acostumbrado, eres de estas tierras.
−Me hace
pensar en un sueño que tuve la noche pasada: despertaba en el interior de una
inmensa caverna con una pequeña linterna en la mano; buscaba la salida por una
empinada rampa; tanto, que me colocaba la linterna en la boca para poder
utilizar las dos manos. Había gente por todas partes, acurrucados en pequeños
huecos de la gruta; gritos y peleas por doquier, desafíos, monstruosidades, y
yo tan solo pensaba en salir como fuera de aquello. Por fin alcanzaba la salida
a un cielo extraño; tan solo había en lo alto de aquella noche oscura una
inmensa estrella que arrojaba una luz antigua y extraña, como del principio de
los tiempos. Un grupo de personas me rodeaban, ¿no quieres entrar con
nosotros?, me decían ¡habrá muchas peleas y diversión para todos! Yo les
enfocaba con la pequeña linterna, delgada como un bolígrafo, y les encontraba
tan similares a mí que me extrañaba. Pero tomé la decisión de sentarme en el
suelo y seguir mirando hacia la estrella mientras me preguntaba cómo podría
llegar hasta ella. Y así desperté. En torno mío era una marejada de ruidos y
movimientos trepidantes de la gente que llenaba el albergue mientras yo sentía una
ilusión de calma y tranquilidad interior absoluta.
−Pues intenta
conservarla por muchas caídas que tengas, que estabas bien nervioso y extraño
cuando te encontré. Y, bueno, dime ¿qué eras? ¿Un divino de rostro humano, por
cierto bastante desencajado, o un humano fuera de sí?
−Seguramente
lo segundo. ¡Vamos!. Pararemos en un pueblo que tenga fuente; así podré volver
lavarme los golpes y refrescarme.
Al
llegar a un pueblo, paran en una sencilla plaza con una fuente de agua no
potable donde el ciclista pregunta a un anciano por donde se va a Mansilla de
las Mulas.
− ¿Te has dado
cuenta? El abuelo llevaba un teléfono móvil de última generación con GPS. Un
poco más y me enseña la ruta completa hasta Compostela.
− ¿Cómo el
tuyo?
−Casi tan
caro.
−Lo que veo es
que llevas mucho tiempo lavando la bici, y yo te pregunto, ¿qué pesa más el
barro o las alforjas en tu reloj personal?
−Será la
materia oscura; esa que nadie puede ver pero debe pesar. ¿Pueden pesar las
experiencias que hayas tenido en la vida?
−Te pesaran a
ti; con tanta alforja. Crees que llevas mucho mundo recorrido.
−A mí no.
Simplemente pienso en encontrar la curva perfecta.
− ¿Y eso que
es?
−El mejor
camino entre dos puntos.
− ¿No
prefieres encontrar la mejor opción entre varias?
−Casi nunca
encuentras donde elegir; simplemente avanzas tanto como puedes. Sin más.
−Pues mira a
ver si encuentras una bici fabricada con taquiones que te haga ir más rápido que la luz.
−Entonces no
encontraría modo de meditar en el tiempo que te acompaña y en lo que se detiene
en un instante ínfimo.
−El tiempo,
como una bici, ¿se puede detener?
−No, pero si
te dejas llevar por la inercia la sensación puede ser estupenda. Sobre todo si
hay silencio. No se detendrá el mundo pero se agradece. Parece que dejases la
humanidad tras de ti.
− ¿No será tu
silencio una ausencia de comunicación personal que es lo que provee de
sensaciones a tu ser interior?
−No es eso ni
lo otro, es algo que hay y no podemos atrapar. Hay un sitio pasando el río Esla
donde podríamos parar a comer algo si te parece bien y seguimos charlando.
−Por mí
estupendo; pero que tenga sombra. Ya hace bastante calor.
Una vez
sentados en una zona junto al río y comiendo les llamó la atención un simpático
pájaro negro de pico rojo correteando entre los arbustos.
−Si hace rato
vimos una abubilla, señal de riqueza, ¿este pájaro negro que nos indicaría?
−Simplemente
se está alimentando de las bayas que
encuentra.
−Suele
interpretarse como que encontraremos más que suficiente de todo lo que
necesitemos en el Camino que hemos emprendido; pero también que habrá que
esforzarse en buscarlo.
−Pensaba que
ese símbolo se refería a las abejas; yo siempre llevo terrinas de miel en las alforjas y seguro que hay alguna
colmena cerca. Ya sabes, prosperidad para el que se la trabaja. Mira, ¡también
yo sé algo de eso! ¿Qué música escuchas con ese aparato?
−Música de trovadores y troveros. Francesa, medieval. Algo
místico-romántico.
−Por este
camino debieron pasar unos cuantos de ese tipo de cantantes. Supongo que lo
harían de una manera mucho más reposada.
−También llevo
grabado algo de cánticos peregrinos, más alegre y vivaz; aunque no te lo creas.
−Bueno, en
aquellos tiempos todo se movía por los intereses personales de reyes y condes;
de alguna manera habría que tenerlos contentos. Pero todo iba más lento en
general.
− ¿En el
principio el tiempo iría más despacio y según pasan siglos y milenios se va
acelerando? ¿Tu bici va cada vez más deprisa?, ¿o es tu corazón? Será por ello
que siempre estás pensando en frenar. Quizá no has encontrado tu cadencia de
pedaleo, tu ritmo de vida personal, para conducirte a tu manera.
−Mi vida se
asemeja a un juego antiguo en el que, sin poderlo evitar, tan pronto te ves
corriendo como parando, incluso quedando retenido sin saber ni por qué ni el
cómo. Incluso retrocediendo a una casilla o posición anterior.
−Tal vez
deberías escuchar esta canción, se titula: “Cuando veo la calandria”, es
realmente bella y habla de sentimientos y sensaciones espléndidas.
Cuando veo la calandria
Cuando veo la calandria
−¿Sensaciones
y emociones como abejas que pican y Amor como miel que todo satisface? No es
necesario escuchar canciones de hace 800 años para ello, y calandrias debe
haber por estos campos que atravesamos.
−Tal vez una
de ellas aplacaría tus ansias de correr.
−O tal vez me
atrevería a mirarte de otra manera.
− ¡Cuidado con
las miradas!, que son delatoras. Mejor será que sigamos pedaleando.
−Te sientes
molesta por una sencilla insinuación.
−Tú no miras,
tú escrutas.
−Solo son mis
ojos lo que sientes ¡si escucharas mi corazón!
− ¿Percibir?
No sabes observar y menos aún amar
− ¿Y si ocurre
que empiezo a odiar o a aborrecer?
−Pues entonces
pedalea hasta que vuelvas a tu silencio y paz interior. Aunque sean
inaprensibles para ti.
− ¿Habrá algo
superior con lo que te pueda sorprender?
−Volvamos a la
ruta y quien sabe lo que encontraremos.
Pasan
los pueblos y los minutos pedaleando por lugares ya muy urbanizados y al llano
le siguen algunas cuestas de poca monta aunque suficiente para hacerles perder
el resuello.
−Tal vez
deberíamos abandonar la pista y seguir por la carretera. Hay demasiado barro.
Por el asfalto llegaremos antes a León.
−No es mi
preocupación cómo llegar si no por dónde. Paremos en este pueblo. Hay una
fuente y bancos. Imagina ante ti dos caminos; uno va directo y fácil, solo hay
que dejarse llevar, es por donde van casi todos los seres, de poco esfuerzo
interior y te lleva con el universo hacia su conclusión. Es bastante
entretenido al principio pero siempre igual hasta el final de los tiempos.
− ¿Y el otro
cómo es?
−Muy superior
en esfuerzo personal, continuamente cambiante, sin nada a lo que aferrarte, siempre
descubriendo, errando, volviendo a empezar; dejando atrás casi todo lo que nos
hace sentir seguros.
−No te
comprendo.
−Sígueme y
deja de calcular. ¡Mejor sería que parases los relojes!
− ¿No hay
cálculo en tus sentimientos? Porque cada vez me gustas más. Es algo
irrefrenable.
−Si no lo puedes
soportar sigue por donde quieras. Ya sabes, son sensaciones que te llegan desde
emociones muy profundas. Elige ahora porque yo me voy.
− ¿Es eso que
cuentas de los dos caminos es como lo de dónde te lleve el corazón? Porque me
parece un chiste malo. La verdad es que no me quiero quedar solo, aún no estoy
recuperado del trompazo. Y el camino sigue cuesta arriba. Será mejor que vayas
tú delante.
−Pero que
conste que sé dónde vas mirando, y no es precisamente el paisaje; iré yo
delante y mira cuanto quieras. ¿Te imaginas llegar arriba antes de comenzar la
cuesta? Eso que vas meditando sobre el tiempo y el recorrido.
−Pues no sé en
qué situación estaríamos, sobretodo siguiendo ese “Camino” imaginario que nadie
sabe a dónde conduce.
−No es un
problema de tiempo si no de ser persona. De cómo quieres ser. Personalmente.
Interiormente. Si limpias la bici y limpias tu ropa y piel ¿por qué no hacer
también limpieza interior? Ese fue siempre el sentido de las peregrinaciones
desde el principio de los tiempos. Vuelve a coger tu linterna y no la sueltes
jamás.
−La llevo en
las alforjas pero ahora prefiero llegar a la ciudad, darme una ducha, ver
monumentos, comer algo caliente, y continuar la ruta que tengo pensada.
−Espera un
momento que me quite la chaquetilla estas cuestas me han puesto a sudar. Ya
hace calor. Me parece que no tienes espíritu para meterte en batallas pero al
menos podrías aprender a observar y comprender.
Se queda con un ajustado maillot de ciclista mostrando el estupendo cuerpo de
una chica deportista. Su ruta continúa hasta lo alto de una
loma desde la que divisan la ciudad y el camino continúa hasta alcanzar un
barranco. A su derecha se extiende un pinar que parece llegar hasta las
montañas de la cordillera y a sus pies la ciudad antigua y moderna.
− ¿Y ahora qué?
−Mira el cielo.
Un halcón pica sobre un grupo de palomas
dando vueltas y revueltas sobre ellas. De improviso, aparecen dos enormes
alcatraces lanzándose sobre la rapaz poniéndola en fuga.
− ¿Has visto eso? ¡Alcatraces en la meseta!, ¡y de
qué tamaño!; blancos, majestuosos. ¡Atacando a un halcón! ¿Es otro de esos
signos que solo tú puedes comprender?
−Mírame a los ojos y dime que ves.
−Tienes unos ojos preciosos, claros, absorbentes; y
siento que mirando en ellos podría llegar a ver lo que más deseo.
−Mira sin escrutar.
−Siento que nunca estaré solo; pero me da miedo
seguir mirando. Es como si todo se fuera a disipar en una inmensa ilusión. Yo
mismo, la bici, el mundo.
−Bajemos a la ciudad y ya me contarás que sientes
entre la gente. Mi Señor de las maquinitas.
Descienden con precaución hasta llegar a
las primeras calles y ven a las gentes con sus hijos paseando y charlando en
una bonita mañana de verano.
De improviso, al pasar junto a una
iglesia, una inmensa sensación invade al ciclista. Su mente se llena de
potentes imágenes, sus oídos de voces, su corazón palpita desbocado, su vientre
es puro dolor y miedo; sus piernas se niegan a pedalear pero la cuesta abajo le empuja. Al cruzar un puente sobre el río Torío ella se gira y pregunta.
− ¿Notas algo diferente?
−Me veo sumergido en un mar transparente pleno de
peces de colores (uno de ellos debo de ser yo) voces por doquier, de cada casa,
de cada alma, me gritan: ¡te amo!, ¡te quiero!; escucho la oración susurrada de
una monja y la risa abierta de una niña; un viejo peregrino me aguarda sentado
y la ciudad es un espejismo inmenso. No sé por dónde seguir.
−Bienvenido al Camino. Sigue pedaleando.
−Creía que ya estaba en él hace días. Estoy
alucinando; debería parar un poco.
−Confía en los alcatraces; ya estás donde
preguntabas. ¡Sígueme! El halcón de terror se va alejando.
− ¿Qué tienes tú? Veo tus ojos llenando mi mente y
todo se me va hacia ti. Extraños e inmensos pájaros luminosos dirigiéndose al
Fuego Final en el interior de un iris inmenso donde todos se van a inmolar. Es
el final del Universo. Es donde estoy. Todo desaparece.
−¡Qué sabrás tú de fuegos y finales! Estás
aprendiendo a observar. ¡Sígueme por la acera!
Atraviesan la ciudad hasta la Plaza de
San Marcos donde paran a observar la antigua sede de la Orden de los Caballeros
de Santiago.
−Aquí está el peregrino de mi visión, pero es de
bronce. Las voces han cesado; solo veo gente normal y corriente. Se ha ido el
encanto.
−Es tu decisión personal. Yo voy hacia el occidente,
¿y tú?
−Ahora mismo no sé qué decir.
−Entra conmigo en el templo y te lo piensas.
Caminan hacia el altar mientras escuchan
un coro de niños ensayar un maravilloso cántico de alabanza. Una extraordinaria
luz lo llena todo y una quietud de ánimo lleva al ciclista a un rincón donde, sin
pensarlo, se sienta y exclama: ¡Señor, dame una señal! Y se queda absorto.
Cuando levanta la cabeza los niños están
abandonando la iglesia y se encuentra solo. Sale fuera y como un autómata toma
su bici y sale hacia el camino de San Salvador; sin pensar, sin sentir, casi sin
mirar.
Tras un buen rato de rodar por terrenos
urbanizados se encuentra en un sendero que sube y baja por un monte de robles y
encinas. Va lento por el barro y las cuestas. Los pájaros cantan por todos
lados, las nubes se van abriendo dejando pasar los rayos del sol, y sus fuerzas
y ánimo parecen haberse renovado por completo.
Llega a un hostal donde le permiten
guardar la bici; se inscribe, ¿su nombre?: Narciso. ¿Y el de ella? Dijo Danika.
Su nombre, Danika, y no sé más. Si ella estuviera aquí, conmigo. ¡Tanto mirar y
mirar! ¿Qué me ha pasado?
Ya en la cama se pone a calcular cuántos
días le quedan para llegar a Compostela. ¿Y ella? ¿Qué día dijo que llegaría?
¿Y si coincidiéramos? Los dos en la catedral de Santiago, paseando por calles y
plazas, entrando en los bares. Puedo lograrlo; ella va despacio ¿a qué ha
venido una persona así? ¿Y yo por qué? Tengo que calcular.
Cuando llega a Oviedo y entra en la plaza de la catedral un alcatraz pasa en vuelo rasante sobre su cabeza.
¿Debería volver a León y buscarla por todos los albergues o seguir con mi plan?
Hay algo que nos une; debe ser algo poderoso y eterno. Sus ojos. Su manera de
hablar, de pensar. Entra en el templo y continúa cavilando.
El esfuerzo de mantener la bici rodando.
Un mundo verde. Lluvia, bruma. Entre árboles y matorrales la senda se abre paso
y por interminables cuestas y peligrosos descensos continúa sin darse ni un
breve descanso. Lugares acogedores y campesinos amables hacen los días más
llevaderos, las horas, la solitud, la bici; llegar al mismo tiempo que ella.
Sigue calculando.
Cuando estaban en lo alto de aquella loma
¿qué sentían el uno por el otro? ¿Qué sentía yo? ¡Si ella estuviera aquí!, en
lo alto de este puerto que casi se divisan las torres de Santiago…, ni que
hubiera subido el Tourmalet. ¡Qué esfuerzo! Y aún hay que subir más y más. Qué
Camino.
La humedad que se mete por los huesos y hay
un calor en el pecho que no cesa. Al menos ya estoy en Galicia; pensaré en el
pulpo y en el jaleo que encontraré a partir de Melide.
Pero no dejo de pensar en ella. Las aves
inmensas, las pequeñas mariposas, naves extrañas del final de los tiempos,
todos camino de la extinción. ¿Qué hay más allá? ¿Hay algo más? Todo el tiempo
está en sus ojos.
Podría estar en cualquier lugar y busco
en todas partes. Entro en todos los templos. ¡Santiago!. El tiempo. Mis
cálculos. Llegaremos el mismo día. Bajando de Lavacolla y entrando en la
ciudad; las calles de adoquín. Llegando a la plaza de la Quintana; entrando a
dar el abrazo al Apóstol. La misa del peregrino; el incienso. ¿Dónde estará el
oro? En el fuego de sus ojos azules. ¿Y la mirra? En la yema de sus dedos.
¿Dónde estará el sol?
−Lo
llevas inmerso en tu pecho ardiente. ¡Escucha la calandria!
−No
hay aves de esas en estas tierras.
−
¿No escuchas su canción? “Tanto creía saber de amor, y tampoco se, que no puedo
evitar amar a quien nada me dará jamás”
−Parece
que hablases conmigo aunque todo un universo nos separa
−La
distancia y el tiempo la pones en tu corazón porque haber no hay ni lo uno ni
lo otro entre nosotros.
Estoy sentado a la puerta de un bar, la
humedad y el calor casi terminan conmigo; no hay hueso, músculo, fibra,
cabello, que no me duela hasta la extenuación. Hay un cruceiro de granito
enfrente; más debieron de sufrir los que están representados. ¿Dónde se han ido los
pájaros? ¿Encontraré un alcatraz en Compostela? ¿Y ella? Las probabilidades
deben ser similares. Nada en el mundo nos lleva a otra cosa que no sea la
muerte, nada en el Universo que no sea a la extinción. Si eso vi en sus ojos
¿Qué no vería en su corazón? Besarla antes de morir. ¿Qué cantaban los niños?
Algo sobre el amor. Ella se fue. Al occidente. Yo al norte, agua y frío. Ella
es el calor y donde el sol nunca se pone. Casi estamos juntos. Dos aves de mar
tierra adentro. Muy adentro. Si despejara el cielo alguna noche podría volver a
ver la luz de las estrellas. Quizás volvería a encontrar la estrella de mi
sueño, ante cuya luz todas oscurecen. ¿Cuál es la apuesta para todos nosotros?
Mi Señor, ¿Cuál es la mía? Caminamos, rodamos, volamos, iremos al espacio
sideral, pero, de verdad ¿a dónde vamos? ¿Qué hay al final del Camino? ¿Tan
solo aves de luz que mueren? ¿O los huesos de uno que caminó junto al Salvador?
También yo, también los míos, caminamos, y ojalá tengamos semejante suerte si
es que no hay otra cosa.
Las calles de la ciudad donde la lluvia
ahuyenta los fantasmas y atrae los modernos trovadores; casas de piedra, el
verdín por los rincones, la gente variopinta, por una cinta de tu capa…, sal al
balcón…; los templos y los puestos para comerciar, gentes venidas de todas
partes ¡Vaya! Incluso hay palomas. Confío que sin halcones que las maten. Gente
por todas partes, turistas; incluso peregrinos. Miro la bici, cuento las horas,
los minutos. Hay artistas, trujamanes, cómicos, por todas partes disparates.
Ya solo veo bicis. ¡Aprende a observar! Me decía
mientras íbamos pedaleando. En algún sitio estará. El albergue, los hostales,
las pensiones. ¡Hoy debería estar aquí! El tiempo y sus fauces; hice cálculos
precisos. Se hace de noche y me agoto de tanto buscar. Mis ojos deben estar
hinchados de tanto mirar; ya no lo puedo soportar. Media vida por aquellos
peces de colores; toda mi alma por su alcatraz.
Una
vinoteca, un trago. Me debería calmar. Se ha ido. Aquí no está.
− ¡Hola, peregrino! ¿Te puedo acompañar?
− ¿A qué vienes?
−Vengo a beber hasta olvidar
−Entonces, nen, te voy a invitar. De esto entiendo
bastante. ¿Cómo te llamas?
−Narciso.
−Vale, Narcís, llámame Gastón y déjate guiar.
Comenzaremos con un Rivera del Duero muy poderoso para entrar en calor. Yo si
tengo razones para olvidar. Y, ¡por favor! Deja de mirar el mundo de esa
manera; levantas las piedras del suelo. Parece que llevaras un millón de pájaros
en tu cabeza.
−Deja tú de ser alcotán que yo solo pienso en un
alcatraz. Y bebamos.
− ¿A nuestra salud?
−Por el final de los tiempos. A ver si
entonces la puedo encontrar.
−El género femenino; la mejor de las
razones.
Todos los Caminos conducen a Compostela, y mas allá.
Muchos caminos a cuestas me llevaron a escribir esta historia. Espero que al menos consiga haceros reflexionar.
Y os dejo con la canción del trovador Bernart de Ventadorn que escuchaba Danika en un momento de descanso. Se titula Can vei la lauzeta mover. (Cuando veo la calandria) El vídeo está hecho con Picassa y mezcla imágenes de La Ruta de Napoleón hasta Roncesvalles, Navarra, y el sur de León; la zona donde se encuentran este par de bicigrinos tan curiosos.
Y os dejo con la canción del trovador Bernart de Ventadorn que escuchaba Danika en un momento de descanso. Se titula Can vei la lauzeta mover. (Cuando veo la calandria) El vídeo está hecho con Picassa y mezcla imágenes de La Ruta de Napoleón hasta Roncesvalles, Navarra, y el sur de León; la zona donde se encuentran este par de bicigrinos tan curiosos.