Seguro que no os lo esperabais pero aquí tenéis una nueva y escalofriante aventura del detective Samur Pan y las diablas azules. Es un cuento para adultos, en todos los sentidos, el autor no engaña al deciros que no os dejará indiferentes esta historia, simplemente es un mundo que se va al carajo; es vuestro mundo.
Vosotros veréis.
Yo ya os avisé.
Y
Adán callaba como un puta
Martes, día trece del
mes del patatal, reportando sobre los extraños sucesos acontecidos desde el día
seis en nuestra noble e irredenta ciudad. Estando el detective Samur Pan, quien
esto suscribe, patrullando a pie por la zona del Parque de San Francisco el día
sexto, sobre las 20.00 horas, buscando la sombra en la que resultó ser la
primera tarde calurosa de esta ola de calor sahariano fue interceptado, casi
atropellado, por una ciclista encapuchada a la que inmediatamente di el alto.
Me llamó inmediatamente la atención la bicicleta, customizada, y de un tipo ya
muy raro de ver en estos tiempos.
Pero mi sorpresa fue
mayor al ver quien la conducía. (¿Ese rostro?)
− ¡Tarzana! Quieta ahí
y bájate de la bici inmediatamente. ¿Qué pasa? ¿Vas ciega, maja?
Va vestida la individua
con un pantalón militar femenino, zapatillas rosas, una sudadera ligera, que le
queda pequeña, con capucha y gorra de larga visera y ¿nada más? Se desliza con
suavidad de la bici y se dirige hacia mí con una tranquilidad pasmosa.
− ¡Ah! ¿Eres tú?
Perdona, no te reconocí con la barba recortada, ¿es por Dara?
− ¡Eh! No, no es por
esa… ¡claro! Tú eres una de sus amigas. Hace más de dos meses que no la veo, no
he vuelto por su casa desde que recogí las armas y las municiones; no se
mostró, digamos, muy amistosa aquel día, ¿tú eres la sudamericana, no?
− ¡Claaaro, man! Soy
Daisy, ¿no me recuerdas?
Hay que estar idiota
para no recordar mujer tan voluptuosa, pero voluptuosa a rabiar, y tiene ese
modo de hablar tan ¡deliciossso! A ver qué la trae por la ciudad. Dara me
aseguró que nunca se acercaban por el centro y además coincide con un día que
cae fuego del cielo.
−Me gustas con ese
sombrero, man, hace juego con mis pantalones.
Ahí iba a terminar mi
cabeza, pero en aquel momento no lo sabía.
− ¿Qué hace por aquí la
diabla Daisy? Y con esta galbana.
−Buscarte, man. Te
necesitamos. Y no sabemos dónde vives.
−Cerca de la catedral,
¿qué ocurre? Deja apoyada aquí la bici y sentémonos en este banco a la sombra.
Yo estoy agobiado con este calorazo repentino, ¿y tú?
− ¡Soy colombiana! ¿A
esto le llamas tú calor?
− ¡Anda! Pues yo te
creía venezolana.
−Nací y me crié en el
departamento de Guajira, muy cerca de la frontera con Venezuela, pero soy de
Colombia como el mejor de los tintos.
− ¿Tenéis vino en
Colombia? ¿De qué tipo de uvas?
−Noooo, man, ¡café! El
mejor café del mundo.
−Te lo admito. Pues tú
dirás, oye, perdona, ¡qué bien nos vendría un café bien cargado!
−Con helado de trufa,
¡deliciossso! Te cuento, man, he encontrado a uno de los alzacuellos.
− ¿A un cura? ¿Para qué
queréis…?
− ¡Cura, no! Un
chuloputas, de los grandes. Era la banda que nos chuleaba, bueno, a nosotras y
a la mitad de las putas de esta ciudad.
− ¿Los alzacuellos?
Nunca oí hablar de ellos.
−Porque tan solo eras
un azulete y esta gente se movía a los más altos niveles: políticos,
empresarios, ¡gente de mucha pasta! Estábamos siempre a la greña con ellos pues
si bien alguna vez nos conseguían clientes, extranjeros de visita, asistentes a
congresos o reuniones políticas, después siempre trataban de controlarnos y
sacarnos la plata. A mí me dieron una vez una paliza que casi me matan.
−Y quedaste bajo su
“protección”
−No, gracias a Dara,
que tenía muy buenas amistades. Y las tiene. Pero a veces nos contrataban a
todas para fiestas muy “especiales”.
− ¿A cuántas
contrataban?
−A las seis. Ya nos
conoces.
−Sí, bueno, os vi una
vez, continúa.
− ¡Claaaaro! En casa de
Dara, ¿recuerdas? Ya sabes que no paramos de darle vueltas y más vueltas a qué
pudo ser lo que nos cambió en diablas. Y el caso es que la noche anterior a que
tiraran la bomba las seis estuvimos en una fiesta muy, muy “privada”,
¿entiendes? Gente extranjera y muy importante, ¿lo captas, man?
− ¿Y?
−A las seis nos
drogaron. Amanecimos cada una en un sitio y con un cliente desconocido al lado.
− ¿Y nunca os había
pasado eso?
−Jamás de los jamases,
Dara es muy estricta y Montse es una…exquisita, ¡de esas que parece que levitan
en vez de caminar! ¿Entiendes? Cada una sabía lo que se metía y cuando y con
quien. Quiero que vayas a su casa y le interrogues, ¡el sabrá con qué nos
drogaron!
− ¿Dónde vive?
−En este papel tienes
la dirección completa.
− ¡Umm! Me queda un
poco lejos para ir andando a estas horas. Iré a verle mañana por la mañana,
conozco bien esa urbanización.
− ¿Dónde dejaste tu
bicicleta? Nunca te separas de ella.
−En comisaría. Solo
salí a estirar las piernas y librarme de este agobio caluroso paseando bajo los
árboles.
− ¿Sigue estando en el
mismo sitio de siempre?
−Pues claro, habrás
estado unas cuantas veces.
−De joven, de novata,
recién llegada de mi patria.
− ¿Por qué viniste a
España? ¿Ya eras puta?
−No, man, yo era
practicante.
−¿? ¿Practi…? ¿Qué
hacías, esquí?
−Acuático, en
Barranquilla, gilipollas. Ayudante Técnico Sanitario sería en tu país, tengo el
título oficial. Ponía inyecciones, asistía a partos, curaba enfermedades
venéreas, bueno, un poco de todo.
Su charla era
encantadora pero sobretodo, sobresaliendo esplendoroso sobre el olor a basura,
orín humano y cagadas de rata estaba el perfume que emanaba de su prodigiosa
humanidad, un olor, no sé, una mezcla extraña de sexo femenino y perfume de
L´Occitane en Provence (¡era el que usaba mi esposa! Que en paz descanse) que
me llegaba en oleadas continuadas según el aire giraba en mi dirección porque,
sería o hubo sido puta, pero yo sentado en una esquina y ella en la otra del
banco. Guardar las distancias.
−No has contestado a mi
pregunta.
−Fue por una agencia de
contactos por internet, puse unas fotos y mi currículo.
−Y, claro, con ese
tipazo te llamaron enseguida.
−Soy muy nalgona, man,
nunca me he creído Miss Universo. Parecía una oferta muy seria, hice la maleta
y tomé un avión.
− ¿Qué ocurrió?
−En el aeropuerto me
esperaban, me trajeron a tu ciudad, me estuvieron hinchando a hostias en un
cubil oculto tres días seguidos y al cuarto estaba paseando por el Mercado de
Ganados.
−Comprendo.
− ¿Comprendes? Dara me
ha dicho que tú eras uno de los que hacía la ronda nocturna por la orilla del
río.
−Pues no te recuerdo.
−Tendrás amnesia, será
por la bomba.
−No recuerdo a ninguna
de las seis. No estaría haciendo ese servicio cuando vosotras pateabais la
orilla del río.
− ¿A ninguna de
nosotras? ¿Puedo hacerte una pregunta?
−Tú dirás.
− ¿Por qué te llaman
Samur? No es tu nombre, Dara te recuerda, ya sabes, de críos.
−Es un mote, un apodo
simpático; los que me conocen de antes en esta ciudad me llaman así. Verás,
antes del Desastre, de aquel vandalismo que sobrevino y de que aparecieran
después los comancheros…
−Tú eres El Matador, me
acuerdo de eso.
−Sí, vale, pero antes,
cuando aún vivía mi esposa, me empezaron a llamar Samur porque… bueno,
entonces, yo, yo había salvado más vidas que el Servicio Sanitario de
Emergencias. De todo, suicidas fallidos, borrachos a punto de ahogarse en sus
propios vómitos, mujeres dando a luz en cualquier sitio, ancianos abandonados,
de todo. Tengo una buena colección de insignias y medallas. Parecía que tenía
un imán; persona a punto de palmarla y allí estaba yo para salvarla, nunca he
conseguido explicármelo. Pero cayó la bomba y…
Me estaba abstrayendo,
no sé, la mirada ida, observando sin ver, el corazón parado, intentando
recordar a mi esposa gracias al perfume de Daisy, aquellos felices tiempos, ¡y
entonces me soltó la patada!
− ¿Y de dónde sacabas
el tiempo para las putas?
−De los güevos, no te
jode. Perdona, disculpa. Recuerdo cómo lo hacía perfectamente, lo hacíamos unos
cuantos. Yo aprendí de los veteranos; el mundo era así entonces, no me putees.
¡¡Quieta!!
− ¿Qué? ¿Qué he hecho?
Con el rabillo del ojo
derecho me pareció ver, ¡estoy seguro que lo vi! Una sombra grande, unos dos
metros como mínimo de alto, de algo grande, poderoso, peludo, moviéndose con
rapidez entre los árboles del parque. Me puse en tensión, desenfundé el
revólver y comencé a trotar en aquella dirección, llegué hasta el Centro de
Idiomas, la antigua Escuela de Comercio, y salí hasta la calle de La Corredera.
Nada, como que hubiera visto un fantasma. Volví hacia Daisy buscando huellas en
la hierba y la basura, nada; la mujer ya estaba subida a su estrambótica bici y
dispuesta a marcharse.
− ¿Qué viste, Samur?
−No lo sé, nada. ¿Ya te
vas? Ten precaución, por favor, en tu camino a casa.
−Siempre la he tenido,
¿por qué dices eso?
−Por tu bici, igual te
caes y te matas; deberías usar casco.
− ¿Casco? Eres muy
malo, azulete, ¿me vas a multar?
−Debería, aunque no sé
cómo la cobraría. Si de verdad te gusta dar pedales búscate un modelo más
ligero y manejable. Igual yo te puedo conseguir una.
− ¡Dale! ¡Claaaro! Una
de carreras; déjalo guapo, ni te molestes me encanta esta máquina y es más ligera de lo que parece.
−Bueno, pero ten
cuidado. Eres un sueño de mujer.
− ¿Sueñas conmigo,
Samy? Mira que soy muy grilla; no tengas sueños, ya nadie sueña. Yo tuve uno
mucho, mucho tiempo.
− ¡Ah!, sí, ¿cuál?
−Tener mi propio carro.
−Y dos caballos por lo
menos.
−Nooo, de ciento doce
caballos, un Mini Cooper Cabrio, y cuando al fin conseguí uno, de segunda mano,
¡se acabó el petróleo! En la cochera lo tengo guardado. Me caes bien, man, te invito
a comer mañana. Y así me cuentas lo que le saques a ese mafioso de mierda.
− ¿Me invitas a comer?
Aunque sea de lata iré donde haga falta.
−No comerás de lata,
bobo, pero tendrás que dar muchos pedales. ¿Conoces el restaurante San Isidro
en Quintana de Raneros?
−Pues no, no lo
recuerdo; no me dirás que está abierto.
−Para ti lo estará
mañana, procura estar justo al mediodía o comerás la paella con el arroz ya
pasado.
−Al mediodía en
Quintana, vale, allí estaré. Oye, aquello no estará muy radiactivo para mí.
−No más que este lugar
y estos árboles.
Y se marchó del parque ligera como una gacela. (Sí, ahora que me fijo, va a ser un poco, ¿Cómo dijo?
Nalgona; si con esos pantalones se le marca así el trasero…) Yo me dirigí
directamente a mi domicilio para cenar algo pues esa noche me tocaba turno en
la biblioteca pública y no es plan que además del calor y el sueño pase uno también hambre.
(Me ha invitado a comer
paella, qué diabla de mujer. Y me pasé la noche mirando libros de cocina en el
vestíbulo de la biblioteca)
En cuanto me llegó el
relevo al amanecer me vine a comisaría para asearme un poco y comunicar al
comisario dónde iba investigar.
− ¿Dónde vas tan de
mañana, Samur?
−A un chalet al final
de la Avenida de los Peregrinos, de paso echaré una ojeada a toda esa zona,
lleva un mes muy tranquila pero nunca se sabe.
−Vive ya poca gente por
allí. No habrá más de seis o siete chalets habitados. ¿Alguna movida?
−Tan solo voy a
interrogar a una persona, una charla amistosa, no le conozco de nada.
−Muy bien, pero cuando
vuelvas me cuentas.
Es un bonito paseo a la
orilla del río hasta llegar a la urbanización Santa Engracia, todos los chalets
vallados y la puerta de la urbanización cerrada, pero para eso soy policía y
llevo un buen conjunto de llaves maestras. Busco el número que me han dado y
llamo a la puerta. Sí, parece estar habitado, cortinas abiertas, una ventana
abierta, pero aquí no contesta ni dios. Menos mal que aprendí con el mejor
cerrajero de la ciudad porque la cerradura de esta puerta acorazada es un dolor
de cabeza.
Entré ya un poco mosca,
con el revólver en la mano, y como si fuera pisando huevos. No hay polvo en los
muebles, la casa está habitada, restos de cena en la cocina, salón lujoso,
mirar en los dormitorios, piso de arriba. Y me encontré el fiambre, lo mataron
en la cama, (¿Quién ha hecho esto? ¿Un admirador de Jack el Destripador? Qué
barbaridad) Abajo, en la cocina, solo había restos de haber cenado una persona,
el finado, supongo. Avisar a la central. Abrí la ventana para que entrara más
luz y llamé con el walkie a la central para que pasaran el aviso al comisario.
Mientras llegaran y no haría mis pesquisas. Su cartera con la documentación,
profesión: notario, ¡toma ya! Cincuenta años recién cumplidos. No me suena de
nada. El armario. Ropa de marca y trajes de sastre hechos a medida. ¿Y esto?
¿Este atuendo medieval?

Miembro de la Muy
Ilustre Real e Imperial Cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro. Casi
nada. Eran la élite de la élite de esta ciudad; con razón me decía Dara que yo
a esta gente ni la había olido en mi vida. Exclusivistas hasta decir basta.
(¿En esta caja que guardará? ¡Dios! ¿Esto será una broma, no? En paquetes de a
diez, en fundas de plástico, como recién salidos de la Fábrica de Moneda y
Timbre, billetes de quinientos euros, ¡bañados en oro! ¿Cuánto dinero manejaba
este cabrón? Ahora no te van a servir para nada y a mí me harán el avío; que
paso mucho hambre. ¡Joder, ya están aquí! Por la ventana escuché el ruido de
los cascos de los caballos, ¿a quienes les tocaba esta mañana patrullar por San
Marcos? Tengo que bajar a abrirles la puerta de la urbanización. Y de paso dejo
estos billetitos guardados en las alforjas de la bici.)
Mientras llegué y abrí
el portón de la urbanización, un par de vecinos asomaban la jeta por la
ventana, para que la pareja de caballistas entrara ya vi llegar a lo lejos al
comisario montado en el carro de servicio en compañía del forense así que le esperé en la
calle.
− ¿Qué tenemos, Samur?
−Por las trazas, un
asesinato, pero será mejor que entren ustedes y hagan sus averiguaciones. Es el
chalet número 8, pasen.
Apenas se habían bajado
del carro y entrado en la casa llegaron al galope mis dos compañeros
detectives, Peñín el Guaje y Roberto el Plumas, en sus brillantes y sudorosos
alazanes, (La pareja más idiota del planeta, pues no usan casco y todo para
montar a caballo; majaderos)
− ¿Qué pasa,
biciclista? ¿Qué has encontrado? ¿Los comancheros?
−Deja paso a los
profesionales y cuídanos los caballos, azulete. Lo tuyo es dar pedales.
Sí, lo mío es dar pedales,
no me gustan los caballos, a no ser hechos filetes, pero hay que reconocer que
si aún quedan rastros de orden y civilización en esta zona es gracias a estos
nobles animales. Yo les tengo mucho respeto, por la más mínima te pegan un
mordisco, o te pisan, o te dan una coz que te revientan. Todavía recuerdo
cuando bajaron los de Babia y Luna a vendernos una manada de percherones,
estábamos usando unos caballitos machacados de un picadero, y se nos abrió el
cielo. Imponen respeto con su presencia. Pero yo soy incapaz de montar uno.
Hice mis pesquisas aquí y allá, pensando en Daisy, y en cuanto pasaron las once
le dije al comisario que me marchaba casa.
−Sí, vale, has pasado
la noche de guardia y ahora esto. Ya me harás el informe esta tarde. Vete a
descansar un poco.
Pero los machacones de
mis compañeros todavía me liaron un buen rato registrando aquí y allá,
(¡Mierda! No voy a llegar a tiempo a la paella) Pero me sirvió para hacerme una
idea más cabal de cómo sería el finado. Todo lo que había, especialmente en el
salón, eran cosas propias de anticuarios y coleccionistas de mucha, mucha
pasta. (Un reloj suizo Breitling, de edición limitada, terminó por casualidad
en mi muñeca; a este chino que llevo le durará ya poco la batería. Es bueno
tener repuestos en estos tiempos)
−Me las piro, agur,
¡profesionales!
Y salí de la
urbanización a plato grande y piñón pequeño. (Ni de coña llegas a Quintana para
las doce. Hay que cambiar de máquina) Me fui directo a casa, lavarme el culo y
los sobacos en el fregadero, cambiarme de ropa, y coger la batería. Con la bici
eléctrica sí que llegaré a la hora.
Y una porra, pero solo
me pasé unos diez minutos, más que nada porque no sabía exactamente dónde
estaba el restaurante y di alguna vuelta que otra por el pueblo. Allí estaba Daisy,
sentada tan ricamente en una mesa a la puerta del restaurante, en la terraza y
tomándose algo mientras me esperaba, me indicó la silla vacía.
− ¿Y esa bici?
−Es eléctrica, a
pedales no llegaba a tiempo. Lo siento, he tenido una mañana muy liada.
− ¿Un vaso de vino?
Dara me dijo que te gusta, está fresquito; tengo más botellas metidas en agua
allá dentro.
−Una frasca de clarete
fresquete, tú sí que sabes cuidar a los hombres. Se agradece inmensamente,
tengo la lengua de trapo. ¿Cómo está esa paella?
− ¿No tienes nada que
contarme?
−Que a tu amigo se lo
cargaron esta noche, dejé a media comisaría registrando su casa. Poco te puedo
contar.
− ¿Muerto?
−Muertito. Le abrieron
en canal y lo despiezaron como a un cordero. Una mente desequilibrada pero con
conocimientos de cirujano; por los cortes, ya sabes.
−No me indiques más que
vamos a comer. ¿Un cirujano dices?
−Podría ser. ¿Sabes que
el tipo era notario? ¿Habías estado alguna vez en su casa?
−No sabía dónde vivía
ni que fuera notario, llevamos tres años buscándoles, fue de casualidad, ya me
viste, se me ocurrió ayer coger la bici y dar un paseo por las dos orillas del
río Bernesga, corría un poco de aire y se disfruta del pedaleo, y al pasar por
esa urbanización le vi entrar, dejó la puerta abierta para que saliera otro
vecino y me fijé en que casa entraba. Después me puse a dar vueltas por la
ciudad hasta que di contigo, ya me iba a casa, no te reconocí con el sombrero
militar y la barba recortada, si no es porque te rocé y me diste el alto, al
mejor estilo azulete, hubiera pasado de largo.
− ¿Qué me rozaste? Casi
me arrancas un brazo.
−Será quejica el tío.
¿Y tú eres El Matador? Anda, vamos, que se nos pasa el arroz. Yo entraré el
vino, tú guarda la mesa y las sillas. Nadie tiene porqué saber que estamos aquí.
− ¡Pero si estabas
sentada en la puta calle!
−No vive un alma en
este pueblo, pero siempre puede pasar alguien. Vamos dentro. Tiene un patio
estupendo y podemos comer a la sombra.
En efecto, un patio muy
coqueto, con sus macetas y arbolitos, no hará mucho tiempo que aún vivían aquí.
Dejo mi bici junto a la suya, tiene la gorra colgando del manillar, yo he
cambiado de máquina y ella de modelito. Unos pantalones vaqueros desgarrados,
un top de lunares (Talla 10 americana, copa C, me da la impresión) y una
chaquetilla deportiva con capucha; no sea que me enseñe demasiado. No pasa
hambre esta puñetera, y la paella tiene un aspecto estupendo, ¡Umm! Huele a
hecho con amor. (Pero tiene la barriga plana como una tabla de planchar, ¿cómo
lo hace? ¡Ah! que son fanáticas del Gym y esas cosas)
− ¿Estás o estabas
casada, Daisy? Perdona, vaya preguntas se me ocurren.
−Tenía novio, bombero.
Murió en un asalto, según me dijeron, intentando defender la clínica San
Francisco.
− ¡Uff! Eso fue en los
primeros días, ya hace más de tres años. Lo siento.
−Tres años, tres meses
y tres días cumple hoy exactamente. Estaba muy enamorada de él, ¿sabes, man?
¿Qué tal está el conejo?
−Muy rico, ¿cómo lo
conseguiste?
−Dale las gracias a
Dara cuando la vuelvas a ver; sigue por ahí, ya sabes, corriendo como una cabra
y cazando cosas.
−Sí, ya, algún día
tendré que ir a verla, a ver si la pillo en casa. Pero es que no tenía nada que
contaros u ofreceros, de veras; ahora, con este, alzacuellos como lo llamas, a
ver qué averiguamos. Y de las “Cosas” esas pues fue ayer, tú estabas presente,
cuando vimos uno en el parque.
−Yo no lo vi, no vi
nada más que a ti salir corriendo como un loco con el revólver en la mano. ¿No
te lo imaginarías? Por lo que nosotras sabemos rondan por los pueblos de los
alrededores y solo matan comancheros; ya sabes, los que están…
−Pues a ver si los
matan a todos, que son peor que la peste. Les estaría hasta agradecido. ¿Otro
poco de vino?
Y nos bebimos las tres
botellas que había puesto a enfriar en un caldero con agua del pozo artesiano.
Siesta tirados en la hierba. Dios, así era la vida, ¿por qué tuvo que joderse
de esta manera? (L´Occitane en Provence, era su perfume preferido, ¿sueño?
¿sueño con ella? Clara, no entiendo lo que me quieres decir, ¡Clara!)
El perfume se va y tras
él me arranca del sueño más, más que contento, me giro y braceo buscando: ¿no
estaba con miss Colombia esplendorosa? ¿dónde? ¡Umm! Limpiado la paella y los
platos, recogiendo los cubiertos, esta es una mujer de bandera.
− ¡Daisy! Deja eso mujer
y ven aquí que se está muy bien a la sombrita y tengo algo bueno para ti.
−Pues te lo guardas
para cuando me haga falta y te lo pida. Levanta ya mismo y sígueme; si te he
traído a este sitio es por algo.
Y salió como un cohete
hacia el interior de la casa; nada, pues habrá que seguirla. En la planta baja
no estaba y oí su voz que me reclamaba desde el piso superior. Venga a subir
escaleras, me paso la vida subiendo escaleras; felices aquellos tiempos cuando
funcionaban los ascensores. La busco de habitación en habitación hasta que la
encuentro asomada a la ventana de un dormitorio.
–Eso está mejor, un
buen dormitorio, buen colchón, dónde va a parar eso de revolcarse en la hierba.
− ¡Daaale! Viejo, ven y
asoma, ¿por qué crees que te hice venir hasta aquí? Ven y mira, payaso, mira
esa maravilla.
− ¿Que puede ser mejor
que tu culo hermoso? ¿? ¡La Luna! La, la, ¡la cámara de fotos! (Abajo, en la
alforja izquierda) ¡que tenga batería! ¡que tenga batería! ¡¡Que tenga
batería!!
Y le quedaba batería,
suelo llevar una pequeña cámara compacta en la bici para datar y detallar mis
casos y cosas, especialmente las cacerías de comancheros, y procuro llevar
siempre la batería cargada y la memoria suficiente. Volví a subir a la carrera
y salí a la terraza exterior de la casa desde donde se distingue perfectamente,
pena de tener un dron a mano, o una avioneta; pero se distingue el diseño con
claridad.
Qué, quien, cómo,
cuándo.
Haciendo fotos y vídeos
se me fue el santo al cielo, no sé, media hora, y tan solo cuando volví a
percibir el perfume femenino me giré hacia la casa: Daisy estaba sentada justo
detrás de mí: Del susto casi me caigo por la barandilla para abajo.
− ¡Joder, tía, qué
susto! Tienes más peligro que una compañía de gurkas nepalíes. (Y encima se ha
dejado olvidada la chaquetilla, como sea encima de la cama hoy El Matador no se
va sin clavarla)
− ¿Ya sabes lo que es,
Samy?
−Puff, ni idea, ¿puedo
sentarme a tu lado? Parece, ¿Cómo los llamaban en Inglaterra? Los circles…
−Círculos de las
cosechas; te traduzco. ¿Comprendes lo que dice?
−Ni idea, chica, pero
tengo un amigo matemático, Pablo, es muy majo, que tal vez sepa de qué va esto.
Es también algo artista, hace dibujos y cuadros, cosas raras. Está un poco
pirado pero si hay alguien en la ciudad que pueda entender algo será él, se lo
enseñaré a no más tardar. ¿Sabes quién pudo hacer eso?
−Ni idea, fue Lorena
quien nos avisó a todas.
−Lorena es la rubia
natural.
−No, ¡la cubana! Aunque
se cambia tanto de tinte que a saber qué color tendrá hoy mismo. Nos avisó hace
tres días, pasaba por aquí, por la carretera, y le llamó la atención ese dibujo
en el trigal.
− ¿También tiene una
bici custom?
−Eso se lo preguntas a
ella cuando la veas. Igual tiene una burra.
− ¡Ehhh! ¿No sois
amigas? ¿Qué forma de hablar es esa?
−Sí lo somos, pero es
una bruja. Nunca te fíes de ella
− ¿Y me tengo que fiar
de ti?
−Pues no te fíes de
ninguna.
− ¿Sabes que eres
sospechosa de un asesinato? Te debería llevar conmigo a comisaría.
−Prueba a intentarlo y
verás qué patada en los güevos te llevas. Yo solo voy a donde quiero ir. Y me
largo. Ya me estás aburriendo.
Y con la misma
tranquilidad y secreta magia que emplea Dara atravesó la pared y la perdí de
vista. Bueno, ya está cayendo el sol, habrá que volver a la ciudad; esta mañana
un crimen y esta tarde esto que tengo delante. El comisario se va a poner las
botas conmigo.
Cuando bajé a tomar mi
bici Daisy ya salía con la suya por la puerta del bar, gorra y capucha, ni una
mirada ni un adiós. Apestado. De vuelta a la ciudad, como que pasaba por aquí,
paré donde Dara y le grité por la ventana del salón. A ver si hay suerte y está
en casa y me quiere recibir la princesa diabla. Apareció al cabo de un minuto,
lleva puesta una bata blanca y largos guantes de goma, mascarilla y gafas de
seguridad; por supuesto me recibió con un escueto:
− ¿Qué quieres?
−Nada, nada, (Joder con
la Reina del Hielo, me ha echado una mirada que parece que me acabara de dar
otra patada en el pecho) He estado comiendo con Daisy, en Quintana de Raneros,
y solo quería decirte que ya encontramos a uno de la banda de los alzacuellos.
− ¿Y? ¿Lo has
interrogado?
−No, a estas horas
estará ya enterrado. Lo encontré muerto, asesinado seguramente, esta mañana. No
sé mucho más ahora mismo.
−Pues cuando lo sepas
vuelves por aquí. Espera, quieto ahí un momento.
Se retiró al interior
de la casa, seguramente estará haciendo algo en el patio, el salón está tal y
como lo recuerdo pero ha cambiado el fósil de sitio. En segundos apareció con
una bolsita en cada mano.
−Toma, Samur, por el
esfuerzo realizado.
− ¿Qué es? Gracias,
¿este olor?
−Es sosa, sosa
cáustica; estoy haciendo un poco en el patio. Adiós y que pases buena tarde.
Y se fue de nuevo para
adentro.
Qué mujer, incluso con
esa bata de boticario se le nota un tipazo tremendo. Si me pilla con diez años
menos me tiene todas las noches rondándola con la Tuna de Veterinaria, o la de
Biológicas, o… (¿Y Daisy? Calla, torpedo, ¿no conoces a las mujeres? Nada les
pica tanto que tener una amiga rival) Sosa cáustica, me la comería a besos,
empezando por el trasero, mi water, bueno, y el de toda la comunidad está
pidiendo a gritos algo de sosa desde hace años. ¿Cuándo volveremos a tener agua
corriente en las casas? Calla un poco, ahora que lo pienso, la sosa se puede
utilizar para muchas cosas. ¡Qué regalo!
Al llegar a casa
utilicé una de las bolsitas y unos cuantos calderos de agua en el sumidero
general, (¡Uff! Debería haber usado una mascarilla porque vaya peste sale de
ahí) Intenté localizar a Pablo antes de que anocheciera pero no hubo manera,
ahora hay que dar muchas patadas para conseguir cenar algo caliente; suele
bajar a los huertos de La Candamia donde planta nabos y zanahorias y cosas de
esas. Ya le veré mañana.
Al día siguiente apenas
entrar en comisaría ya me estaba esperando el comisario echando mistos por el
culo:
− ¡Samur! No guardes la
bici, ven un momento a mi despacho.
Movida al canto, eso
seguro, y eso que aún no ha visto las fotos que traigo en la cámara. Me enfrentó
a un mapa de la ciudad.
−Te vas a ir ahora
mismo hasta el Parque Tecnológico, en este rincón hay un edificio de usos
múltiples, buscarás las oficinas de Hewlett-Packard CDS España, están en la
primera planta, e investigas, especialmente en la sala de reuniones. Venga, a
dar pedales.
− ¿Tengo que buscar
algo en especial?
−Tu amiguito, el
notario, tenía reunión hoy, esta mañana, según una nota que encontramos, en la
sala de reuniones de esa empresa; era de informática, computadores, americana.
−Ya, ya, tuve una
impresora de esa marca. Pero eso está a tomar por el culo de lejos a pie,
¿hacer una reunión allí? ¿con quién?
−Eso es lo que tienes
que averiguar, ¿necesitas algo?
− ¿Solo ir y volver?
Entonces me llevaré un HK G36 y unos cargadores en vez mi vieja recortada, ese
edificio está muy alejado de todo y puedo tener encuentros indeseados.
−Coge un fusil y tres
cargadores, ¿cuándo nos dirás cómo los conseguiste?
−Un día de éstos, jefe,
un día de éstos.
Dejé las alforjas en mi
taquilla y en la armería tomé el arma y un chaleco para los cargadores, ¡ah!
llenar la cantimplora, hoy también hará calor, aunque… siempre podría acercarme
hasta casa de Dara con la excusa de que me he quedado sin agua. Llena la
cantimplora. ¡Ah! y descarga las fotos de la cámara al ordenador.
− ¡Espera, Samur!
Llévate un equipo de protección, aquella zona estará muy caliente.
−No creo que…, si
tenían reunión…
−Te lo llevas y te lo
pones, es una orden. De las vías del tren para arriba sigue siendo Zona Prohibida
hasta nuevo aviso. Y por lo que me ha asegurado don Pedro (es el forense de la
ciudad; el último que nos queda) ese aviso tardará años, miles de años, en
darse.
Vaya putada, primero a
casa, a cambiarme de ropa. Espera, espera un momento, si Dara estuviera en casa
podría cambiarme allí y dejar la bici a resguardo y acercarme andando. Si
funcionaran los teléfonos, con una llamada saldría de dudas. ¿Qué llevar? Ropa
de deporte vieja y el bañador para la vuelta; cuando regrese hará mucho calor.
Meteré todo en la mochila, no se pedalea bien con los cargadores en el pecho.
No tuve que llamarla a
voces como la tarde pasada, tenía el portón de la cochera abierto y estaba
trajinando con alguna de sus cosas. Le expliqué el problema y no se opuso.
−Puedes cambiarte aquí
y dejar tus cosas sin problema.
No me veía yo lo que se
dice atractivo con pantalones cortos de turista, ¡Buff! Hará cinco años que no
me los ponía y una vieja camiseta, el chaleco encima, el fusil y la bolsa con
el equipo de emergencia desechable pero, bueno, también, dónde voy a ir no hará
falta mucha etiqueta. Me asomé a la puerta del salón para despedirme y me topé
de cara con Dara que salía a la carrera y me dio con la culata de la repetidora
en la entrepierna.
− ¡Ay! ¡Lo siento! ¿Te
he hecho daño?
−Solooo…un poooco.
¡Uhnn! ¿Dónde vas tan armada?
Armada y preparada, así
debe salir a correr por el campo, no lleva la misma camiseta de cuando la
conocí, ni la chaquetilla que le agujeré y el cabello recogido en una coleta.
Una canana de cazador cruzada al pecho sobre un sujetador deportivo.
− ¿No pensarás?
− ¿No creerás que te
voy a dejar entrar allí solo? ¿Has estado alguna vez?
−Alguna vez hice la
ronda por el Polígono o atendí alguna llamada.
−Ese edificio está
totalmente apartado de los demás; por la calle La Era llegaremos en minutos.
Al llegar al puente del
paso a nivel sobre las vías procedí a ponerme el traje blanco, la mascarilla,
los guantes y las gafas, como manda el protocolo, dejé las zapatillas
escondidas bajo un matojo, tan solo unos viejos calcetines, y me dispuse a
entrar en la zona con el fusil en la mano siguiendo los pasos de Dara; es una
pista de tierra y me gusta andar descalzo. Dara la Cazadora. El edificio está
justo delante, todo envuelto en vidrio azul. El terreno está vallado pero un
poco más adelante Dara me indica una gatera y pasamos a terreno del polígono;
en cinco minutos estamos en la puerta del singular edificio. Tiene las puertas
reventadas; se habrán llevado cualquier cosa de valor.
− ¿Dónde tenemos que
buscar?
−Oficinas del 201 al 213.
Sala de reuniones en especial. Hoy el alzacuellos tenía una reunión aquí.
− ¿Aquí? ¿En este
edificio? ¿En la Zona Prohibida? Lo saben hasta los niños que no se puede
cruzar las vías del tren.
− ¿Y tú? ¿No te afecta
la radiación?
−No como a ti, si estoy
mucho tiempo o cuando subí hasta el aeropuerto, lo hice en bici, bobo, empiezo
a sentir un calor, sobre todo en la cabeza que me hace salir pitando. Me afecta
pero no me mata; al menos por el momento no, no me ha matado. Busquemos esa
sala de reuniones.
Salas y más salas
vandalizadas, destruir por destruir, para qué quieres un aparato informático si
no tienes electricidad; trabajo de comancheros sin duda. En la sala de
reuniones, que no es gran cosa, no hay nada, nada excepto cuatro botellas
pequeñas de agua que aún contienen algo de líquido tiradas en la papelera. Aquí
hubo reunión hace pocos minutos. Dara me asiente con la mirada. Me llevo los
tapones en el chaleco. Seguimos la visita y mi ojo avizor descubre una taquilla
cerrada en una de las salas. Estas manitas y mi juego de llaves maestras abren
cualquier puerta.
− ¡Coño, un portátil!
Un portátil y de los buenos. Está como nuevo.
− ¿No irás a
llevártelo?
−Aquí lo voy a dejar. −La
cartera, de algún jefazo seguramente, contiene todos accesorios del ordenador y
además un escáner portátil. Todo de la misma marca. El comisario va a comerme a
besos.
−Pero, a ver, azulete,
¿para qué quieres este aparato si no tienes electricidad?
−En casa no pero sí en
comisaría.
− ¿Qué tenéis luz en
comisaría?
−Y en la biblioteca, en
la clínica de La Regla, y unos cuantos sitios más. Y también en algunas
comunidades de vecinos y casas del centro; no tienen para poner la lavadora
pero sí para encender las bombillas y alguna cosa más.
− ¿Y de dónde sale esa
electricidad?
−Los particulares de
placas solares y la ciudad del río.
− ¿Del río? ¿Qué río?
−El Bernesga, ¿nunca te
has fijado en una presa que hay al pasar por el Puente de los Leones? pues
tiene una turbina y alimenta la ciudad; es poca cosa pero sirve para tener algo
de electricidad de día y cargar las baterías de noche. Y así llevamos tres años
funcionando.
−Así decía yo que
algunas veces, de noche, veía luces en la ciudad. Pero pensaba que quemaríais
algo.
−En los primeros meses
especialmente así fue, se quemó de todo en las casas sobre todo, y en los
inviernos, que han sido terribles, y a la gente le da por quemar cualquier cosa
con tal de tener algo de calor o para cocinar; hemos de tener una guardia
permanente en la biblioteca pública o ya no quedarían libros en la ciudad.
−Ya, este invierno
pasado fue pavoroso. Seguramente el frío y el hielo mató más gente que los
comancheros.
−Lo más probable pero
no tenemos cifras fiables. Es tremendo, somos como pingüinos de acuario, ya no
recordábamos lo que era el frío en esta ciudad y cuando nos han venido estos
inviernos crudelísimos la gente cae como pajaritos. ¿A ti no te afecta, verdad?
−No, puedo andar por la
nieve descalza sin problemas. ¿Nos vamos?
Al llegar a la
trinchera del ferrocarril procedí a tirar todo lo que llevaba puesto excepto el
chaleco y el arma.
−Samur, razona un poco,
ese maletín también estará radiactivo.
−Pues lo meteremos en
la fresquera hasta que se le pase. ¿No te importará caminar junto a un hombre
desnudo?
−Ya te he visto el
culo, carapijo, camina delante y rapidito, que tengo ganas de llegar a casa.
−Joder, con la
sargento. Tú en los paracas hubieras triunfado.
Apenas llegar a su casa
desapareció rauda como una gacela y mientras yo me ponía el bañador, guardaba
el chaleco en la mochila y sujetaba el maletín en el portabultos de la bici a
Dara ya le había dado tiempo a ponerse la bata blanca y los guantes de goma; en
sus manos sujetaba un paquete sospechoso.
−Toma, Samur, para que
sigas investigando, necesitas alimentarte.
− ¿Qué es? ¡Jamón!
−No, cecina de caballo;
a mí no me complace, demasiado dulce.
(¡Joder! Cecina de
caballo, huele, huele a gloria bendita. Bueno, yo, yo a esta mujer…) Pero antes
de acertar a decirle gracias ya estaba atravesando la pared y desapareciendo de
mi vista. Mensaje recibido.
Continuar la
investigación.
Sujeto la carne, más de
cinco kilos de cecina maravillosa, sobre el maletín en el portabultos y me las
piro a pedal.
J´adore.
Se baña en J´adore la muy bruja, como la rubia del
anuncio aquel.
Mi idea es ir directo a
casa pero tendría que dejar el computador en comisaría pero echarían mano a la
cecina, ¿entonces? Paro un momento al llegar a la plaza de toros y discurro: A
mitad de camino vive Pablo, dejo en su casa la cecina y me lo llevo a comisaría
para que vea las fotos.
Vale, me cobrará la
mitad de la pieza por el servicio pero no hay nadie como él en doscientos
kilómetros a la redonda. ¿Y si…?
Media cecina o no hay
trato. Y menos mal que no se queda también con el computador. Menudo águila
está hecho el matemático. Cuando estamos en mi oficina revisando las fotos un
olor a mentol me hace levantar la vista del monitor: el forense.
− ¿Qué tal, don Pedro?
¿Alguna conclusión fiable? ¿Se quitó el sombrero para llevar a cabo la
autopsia?
−Una autopsia es una
cosa muy seria y un forense nunca se quita el sombrero en estos casos. Lo
mataron a medianoche y lo despiezaron con un cuchillo de caza.
− ¿De este tipo? Y le
enseño el que suelo llevar sujeto a la pierna.
−Mucho más grande. De
los que se usaban para despiezar ciervos y piezas mayores. Muy grande. Una
muerte terrible. ¿Tienes alguna pista?
−Que tenía cuatro
amigos; después pasaré a ver al comisario.
− ¿Qué estáis mirando
ahí?
−Nada, unas fotos.
El fiscal se da el piro
con su sombrero tirolés dejando la oficina oliendo a mentol, lo que siempre es
de agradecer en estos tiempos.
− ¿Qué opinas, Pablo?
No paras de escribir fórmulas con la tiza, me estás poniendo la mesa perdida.
−Es una tabla de
cálculo, una chuleta, eso es.
− ¿Chuleta? ¿De cerdo o
de ternera?
−De matemáticas, física
y química, un poco de todo. Como las que hacía yo de estudiante para memorizar
lo más importante ante un examen. Tiene desde relaciones trigonométricas hasta
la fórmula de la desintegración del uranio. Todo compilado en forma de disco y
en notación octal.
− ¿Octal? ¿Eso qué
quiere decir?
−Que el que ha hecho
esto no usa ni el sistema decimal ni el binario usa el octal; hace las cuentas
de ocho en ocho, para que me entiendas.
−Lo que tú digas, yo
solo hice la E.G.B. ¿tienes idea de quien pudo hacerlo y cómo?
−Tal vez, en otro
tiempo, yo podría haberlo hecho con media docena de alumnos, en plan de broma.
Pero ya no tengo alumnos. Ni idea, pero te estoy agradecido, ha sido una gozada
ver esto, te invito a cenar.
−Mi cecina.
−Y los mejores
productos hortícolas de la huerta del Torío.
−Pues eso está hecho,
¿una hora antes de anochecer?
−No, cuando anochezca,
hace mucho calor. Sin prisas, tengo algo que quiero que veas, no es como estas
fotos, tan espectacular, pero interesante.
−Pues hasta la noche,
tengo que hacer todavía el informe para el jefe de la jornada de hoy.
Tararí que te vi,
corneta; a ver qué me tiene preparado el señor de las fórmulas esta noche.
− ¡Uff! Ancas de rana,
¡picantonas! Este olor alimenta.
−En agradecimiento por
las setas de hace dos semanas, ¿sabes que empezado a cultivar algunas en los
trasteros?
− ¿Y dónde conseguiste
la paja?
−En unos campos cerca
de Villaobispo; me tuve que dar una buena tunda a segar y atropar, pero
funcionará. Por cierto, da gusto verte vestido de humano.
− ¿Lo dices por mi
pelucón Breitling, edición limitada?
−Y porque vas vestido
de persona, no de comanchero. No sé cómo todavía no te han pegado un tiro tus
compañeros o algún vecino.
−Vale, vale, no te
metas conmigo; una cosa: ¿por qué nos alumbramos con velas? ¿te has vuelto a
quedar sin batería?
−Ando como loco
buscando electrolito por toda la ciudad y, bueno, aproveché estas damajuanas
para hacer unas bonitas lámparas, se crea un ambiente más…
− ¿Sigues con la china?
−No la llames china, se
llama Helena.
−Es la que te baja por
agua al caño.
− ¿Y a ti quien te
baja?
−El vecino, lo hacemos
en días alternos, lo de llenar los calderos.
−Desde que perdiste a Clara
vas en picado; nunca habías fumado y ahora pareces un ferroviario.
−No soporto cómo hiede
esta ciudad, me supera, no puedo. Tus velas huelen bien, es agradable, ¿Cuál es
el segundo plato? Por cierto, también se agradece que te hayas vestido para
cenar, con este calorazo, ¡vuelve la civilización!
− ¿Por qué lo dices?
−Siempre vas con esa
ropa de cazador que huele a jabalí; a ver cuándo la lavas.
−No se le va el olor ni
a la helada.
−Ahora se le irá, toma.
Y le di un par de
pastillas de jabón que había hecho esa misma tarde. Tratar con Dara es más
productivo de lo imaginable.
− ¡Jabón, cabrón! ¿Cómo
lo has conseguido?
− ¡Ah! Magia potagia.
− ¿Te gusta la magia?
Te haré algo de magia ahora mismo, sí, para tus ojos. ¿Te acuerdas del muelle
Slinky?
− ¡El muelle con el que
jugábamos de críos!
−Observa bien porque
así estás tú. Voy a dejarlo caer al suelo. No pierdas de vista el aro de abajo.
Y ante mi mirada
estupefacta soltó el muelle extendido que comenzó a retraerse hasta unirse el
aro superior con el inferior ¡y solo entonces el muelle cayó al suelo!
−Samy, tú eres como
este muelle, desde que perdiste a Clara, que era la que te sujetaba, no has
dejado de caer y en cualquier momento tu parte superior, anímica, se unirá con
la inferior, biológica, y te desplomarás por completo, ¿lo entiendes? Vas en
picado. De segundo tenemos lonchas de cecina con canónigos, los recogí esta
mañana, ¡cómelos! Necesitas vitaminas, vitaminas de verdad, no pastillas del
ejército.
−Gracias, Pablo; sí, me
los comeré, y sí, yo también tengo la sensación de que en cualquier momento el
mundo se me vendrá encima, pero voy aguantando. Bueno, aguanto yo y aguanta
esta ciudad.
Unos tragos finales de
aguardiente de mostajo me animaron, tal vez más de la cuenta, ya estaba por
ponerme a cantar algo de rock, y no me esperaba el riff final.
− ¿A qué te referías
con que tenías algo para mí? Algo interesante.
− ¡Eh! Sí, ven,
acércate a la ventana. Te lo enseño a ti porque no solo eres policía si no
también una buena persona, o al menos antes lo eras. Observa.
Primero utilizó un
puntero láser para indicarme la dirección en la que debía mirar y después
colocó un visor de visión nocturna sobre un bípode para que mirara.
−Sí, son esas ventanas.
Mira con calma.
Hay cosas que incluso a
un policía experimentado le revuelven el estómago y hasta me sacó la bilis de
dentro y me subió un vómito y me tuve que retirar de la ventana tosiendo y
dando arcadas.
−Toma, bebe este licor
de hierbas, es muy fuerte y se te pasará la bilis.
− ¡Quita! Voy a ir y…
−Ahora no, quieto, otro
día, cuando se te pase, hoy te liarías a tiros y los matarías a todos. Te vas a
tomar otro par de vasos conmigo y después yo te, sí, yo te acompañaré a casa, y
si hace falta te meteré en la cama. Siento mucho la putada que te he hecho pero
debías saberlo. Te pasas las horas, tú solo, patrullando las afueras de la
ciudad y me parece que no sabes qué clase de gente estás protegiendo. No quiero
que te despedacen unos comancheros mientras esa gente podrida medra…
−Es el trabajo que me
dan; el jefe dice: ¡sal hasta tal sitio! Y yo salgo pitando y dando pedales,
apenas me encarga algo en el centro. Es así la cosa.
−Pues dales un toque a
tus compañeros a ver si se van enterando.
−Lo haré; tienes que
perdonarme amigo, me dejé llevar por un arrebato; ante todo soy un
representante de la ley y el orden.
−Y así tienes que
seguir siendo; vamos, te acompaño a tu casa.
A la mañana siguiente
la resaca me hizo recordar, vagamente, lo que había visto con el visor nocturno
así que de camino a comisaría tomé nota fiable del edificio y el piso
observado. Tal vez Peñín no esté tan alelado como siempre y me coja el
chivatazo e investigue esa infamia.
Ciudad cloaca y oscura.
−No se admiten
delaciones en esta ciudad y reino. ¿Tienes pruebas de lo que dices?
(¡Pues no te jode el
Guaje! Si toda su puta vida ha medrado a base de chivatazos)
− ¿Sabes quienes viven
en ese edificio, manín? ¿No? Pues gente de categoría, de los que mandan, ¿te
enteras, azulete? De los que mandan aquí. Pira con la bici y que no te vuelva a
oír, ¡largo!
(Si no le cojo la
cabeza y se la estrello contra la pared es por la puñetera resaca que atormenta
la mía. Pero esta se la guardo, vaya que si se la guardo.)
−Vale, disculpa, Peñín,
nos vemos.
−¡¡Samur!! Deja lo que
estés haciendo; te vas pitando para Carbajal de La Legua. Al final del pueblo
están trabajando en la traída de agua, te llegas hasta allí y darás protección
a los obreros mientras arreglan la avería. Que pases buen día.
− ¿A Carbajal? Joder, que se protejan ellos.
−Los vas a proteger tú,
porque lo mando yo, y porque se ha hecho un pacto con su junta vecinal y cuando
arreglen la avería se pondrán a trabajar en un enlace con las Eras de Renueva.
Por si no lo sabes en esta ciudad nos hace falta agua, agua corriente en los
grifos, ¿lo pillas?
−Pillado.
Yendo hacia Carbajal,
al pasar por el Monte de San Isidro, algo debí notar, una sensación extraña, un
olor terrible, comenzó a picarme la nariz como si tuviera alergia al heno así
que me llego hasta el final del pueblo, una pista forestal que sube en cuesta,
estoy sudando como un caballo, estornudando y moqueando, y sigo hasta ver al
grupo de obreros junto a una caseta. Están sentados en círculo y casi todos
armados con escopetas de caza, los picos y palas tirados por el suelo. Me
identifico.
−El Matador, claro, no
podían mandar a otro.
− ¿Qué pasa? ¿Tengo que
hacer yo de capataz de obras? ¿Qué estáis esperando?
−No, lo que tienes que
hacer es de policía, tienes que ver esto.
El que parece ser el
capataz me lleva hasta unos árboles cercanos y me indica para mire detrás.
Nunca me acostumbraré al horror, y mi mandíbula va abandonar un día este cráneo
y marchará sola mundo adelante. Está cansada de la apriete tanto. Y no puedo
evitar las arcadas y devolver lo poco que llevo en el estómago.
Son los restos de un
hombre. Trozos, partes, algo de ropa, la cabeza abierta (Lo te dijo Dara,
primero se comen los sesos) Le pido al capataz que me consiga una pala y así
aprovecho un minuto para investigar a solas. Van a tener razón las diablas,
contra esto, lo que sea, de poco me servirá la recortada. Unos pasos más allá
descubro un machete enorme y por lo que queda de las ropas no me quedan muchas
dudas: comanchero. El capataz me ayuda con otra pala y en minutos tenemos
enterrados los restos.
− ¿Qué pudo haber hecho
esto? ¿Se comen entre sí y dejan los restos tirados por el monte? usted es el
que más sabe de comancheros, según su jefe.
−Esos desgarros, esos
bocados, son de zarpas y mandíbula enormes. Será un oso, y grande. Y este sería
un merodeador, uno que venía de avanzada, el oso les libró de un ataque la
noche pasada al zampárselo. Tendrán que estar vigilantes, los osos no aúllan
cuando atacan como esas bandas de pirados. Son sigilosos.
Y el que se tuvo que
pasar horas y horas vigilante y sigiloso fue quien esto escribe. Buscando la
sombra aquí y allá, subiendo a este monte y al de más allá y hasta la orilla
del río; de buena gana me tiraba a chapotear un rato. Apenas pararon un rato
para almorzar algo, no me convidaron, y sobre las 18.00 daban por arreglada la
avería; bajamos al pueblo para comprobarlo y una vecina tuvo la amabilidad de
llenarme la cantimplora por dos veces pues estaba seco y la primera me la bebí
de tres tragos.
De vuelta a la ciudad,
voy muy despacio, prefiero desviarme y volver a pasar por la urbanización donde
vivía el notario, el alzacuellos, por si noto algo raro, estoy hecho polvo, sin
probar bocado desde el desayuno y ya me he bebido la cantimplora, todavía
termino en el río intentando cazar truchas a mano. Aprovecho el viejo carril
bici para ir bajando hacia San Marcos, al menos corre un poco de aire al lado
del río; esto parece Marrakech. Al llegar a la pasarela de La Junta veo una
mujer y unos críos jugando y bañándose en el río, reduzco la velocidad y
termino frenado a tope al reconocer una bicicleta muy curiosa.
− ¿Daisy? ¿Eres tú,
Daisy?
La mujer se gira hasta
verme y me saluda con la mano, comienza a salir del agua y yo dejo la bici para
ir a su encuentro.
−Qué alegría verte, te reconocí
por la bici, ¿son familia tuya los niños? Chica, no sé, estás…
−Estaba mojándome los
pies en el río aprovechando que tengo estas sandalias especiales para andar por
el agua. Es el único calzado que me queda sano, los niños viven en las casas de
enfrente.
−Lo decía porque,
bueno, en fin, esos pantalones te quedan muy bien.
− ¡Ayyyy, pillo! Este
Samy se fija en todo. Son leggins estilo vaquero, ¿cómo me ves?
−Maravillosa, pero,
¿dónde está ese culo portentoso? ¿cómo te lo has reducido? ¿Cirugía estética?
−Burlón, que todo lo
quieres saber, pero para burlarte de las mujeres. Debajo llevo, (y se sube la
camiseta hasta el ombligo) una faja moldeadora, está hecha de biocerámica
¿sabes?, es para evitar la celulitis, y me sujeta el trasero.
− Tarzana, ¿tú con
celulitis? Pero si tienes un tipazo… no sé dónde metes lo que comes. ¿Y no te
asas de calor? ¡Ah!, ya, perdona, claro, disculpa; estoy que desfallezco, no he
comido nada desde esta mañana.
− ¿No tienes nada para
comer?
−Algo tengo para cenar,
no te preocupes, ya me arreglaré; por cierto, ¿por qué siempre te encuentro
sola? ¿Nunca ves a tus amigas?
−Estuve hoy comiendo
con Montse y pasando la tarde pero la dejé jugando al tenis con Anita.
− ¿Con…Anita? ¿? ¿Al
tenis?
− ¡Claaaro! ¡Anita! La
rusa, la que lleva el pelo negro cuervo, ¿no la recuerdas? Les encanta el
tenis, las dejé dándose pelotazos en la Casa de León, ¡se machacan! Ya sabes:
pelota va pelota viene.
−Nunca jugué al tenis.
¿En la Casa de León? Desde el verano pasado no he vuelto por allí; lo recuerdo
todo devastado.
−Pero la cancha de
tenis está genial; eso dicen ellas. Bueno, ya he hablado más de la cuenta, si
quieres verlas ya sabes dónde encontrarlas.
−Bien, me acordaré,
Montse y Anita juegan al tenis en las afueras de esta ciudad arrasada; una
cosa: si visitas a Dara dile que ya he visto el primer comanchero descabezado,
esta mañana, al norte de Carbajal de La Legua. Un espanto. Devolví lo poco que
había desayunado; estoy en ayunas.
−Pues tienes que comer,
Samy, o no nos serás de ayuda. ¿Comes conmigo mañana?
− ¡Comer! ¿Comer?
Comer, ¿dónde? ¿Cuándo? Comerrr, comer o desfallecerrr.
−Deja de hacer el ganso.
Mañana al mediodía en el sitio de siempre.
− ¿Tan lejos hay que ir
para disfrutar de tu presencia amorosa?
−Tiene una cocina
estupenda y que aún funciona.
− ¿Y porque no…a tu
casa?
−No eres mi novio,
guapo, ¡qué más quisieras! Hasta mañana.
Y se subió a la bici y
se largó a toda mecha. Nalgona dice. ¡Uff!
Unos crujidos en el
vientre me recordaron que alguna vez hay que comer en esta vida, así que,
venga, a informar en comisaría y cenar algo o mañana no habrá quien me levante
de la cama. (Son unas brujas, unas brujas auténticas, con ese cuerpazo que
tiene y va con el culo más apretado que las planchas de un submarino; ¿estará
buscando novio? ¡Bah! ¿quién entiende a las mujeres?)
Camino de casa me llama
la atención un pequeño grupo de mujeres charlando animadamente mientras cogen
agua del caño. ¿Coquetería? ¿Superchería? ¿Por qué se afanan tanto en
arreglarse el aspecto para ir a llenar unos calderos de agua? Ellas enredan con
sus deseos y Eros sobrevuela ligándolas en sus afanes. Se me hace de noche.
Casi a la puerta de
casa un tipo vestido con ropa de camuflaje y andares imprecisos me llama la
atención: Es Pablo, lleva un par de táperes con algo dentro.
−Traigo algo para ti,
pistolero, ¿me invitaras a cenar, supongo?
−Hombre, si traes tú la
cena, invitado quedas. Espera que guarde la bici y subimos a casa.
− ¿Por qué sigues
viviendo en esta casa? Y en un cuarto piso.
−Es muy soleado y
ventilado y los hongos solo llegan hasta la segunda planta. Se está bien.
− ¿No será por los
recuerdos?
−Alguno tendré. A ver,
¿qué traes ahí con tanto misterio? Voy poniendo la mesa.
−El primer recipiente
es un regalo de Helena.
−Tu esclava sexual
china
− ¿Esclava? Mira, no
empieces a joderme con tu racismo de mierda o me largo ya mismo.
−Vale, que ¿qué estoy
echando en los platos?
−Es crema de calabacín
y algas. Prueba y dime qué opinas.
− ¿Algas? Ahora me
estás jodiendo tú a mí, ¿de dónde vas a sacar las algas en este muladar? Calla,
esto, esto sabe muy parecido al sopicaldo, la sopa boba, pero en fuerte,
fuerte.
−Ahora ya sabes de
dónde sale el sustento de esta ciudad y que Helena, como la vuelvas a llamar
china te colgaré por los cataplines, fue la que obró el milagro de que no nos
hayamos muerto todos ya de pura inanición.
− ¿Ah, sí? Joder, esto
está cojonudo, espesita la cremita.
−Era profesora e
investigadora en la Facultad de Ciencias Biológicas y Ambientales antes de la
guerra.
−Claro y tú ibas a
ayudarla a contar microbios.
−Buen microbio estás
hecho tú. No la conocía por entonces. El caso es que, bueno, se salvó lo que se
pudo, recordarás como fue aquello y que se trajo el material que funcionaba y
se instaló en el Palacio de los Guzmanes aprovechando que tenemos algo de
electricidad en el centro de la ciudad. Y es esto, lo que te estás cenando,
alga espirulina. Helena estaba investigando con ella y montó todo el tinglado,
es codirectora del Centro Alimentario que hay en Los Guzmanes.
−Pues yo que pensaba
que se hacía a base de verduras y lo que sea que cuezan en las ollas
industriales. Esto está cojonudo.
− ¿Y de dónde sacas tú
tomates con las nevadas que cayeron este invierno? ¿En las ollas? Pues yo
tampoco sé que echaran; ya no quedan ni perros en esta ciudad. Vivimos gracias
a las algas, viejo amigo. Será sopa boba pero metemos algo caliente y nutritivo
en el cuerpo.
−Bueno, pues dale las
gracias a tu es… ¡joder!, no pegues en la cabeza, ¡si solo la he visto alguna
vez de lejos! Yo lo que te he oído contar. Que dile que le agradezco que me
llenara un táper de sopicaldo especial ¡Palacio de los Guzmanes!
−Este que estamos
tomando no es de allí, lo hace ella en casa, cultiva sus propias cepas de alga,
yo le añadí el calabacín e hice la crema.
− ¿Tiene un laboratorio
en casa?
−Ni yo mismo sé lo que
tiene montado, nunca me ha dejado verlo. Además de en la universidad trabajaba
en Biomar, en el Parque Tecnológico, buscaba cura para el cáncer o algo así
experimentando con algas.
−Vaya, pues ayer estuve
casi al lado de ese edificio.
− ¿Que entraste en la
Zona Prohibida? ¿Tú estás loco o qué? ¿Tú solo patrullando por una zona
radioactiva? Cada día estás más pirado.
−Pirado estaré, no te
lo puedo negar, pero es por una investigación oficial, no te puedo contar nada,
y no entré solo. De allí me traje el computador portátil, por eso no te lo
podías quedar. Soy poli, joder, no puedo contar todo. Oye, que esto llena que
no veas. ¿Y que traes en el segundo táper?
−Jugo de tomate, me
quedó bastante espeso pero…
−Pero quieto donde
estás. ¡Jugo de tomate! Esto hay que celebrarlo, espera un minuto que voy a
buscar algo para rebajarlo.
Carrera escaleras
abajo, a los trasteros, licorería es la tercera puerta a la izquierda, ¡vodka
Smirnoff etiqueta roja! Un día es un día. Jo, tiene razón Pablo, me paso la
vida subiendo escaleras; me voy haciendo viejo, de paso subiré un caldero de
agua.
Debió marcharse en
algún momento, no sé cómo llegaría a su casa con el pedo que tenía, pero yo
amanecí tirado en el sofá y la cabeza como un zombi. ¡Uhnn! Esto solo tiene una
cura: ¡más vodka con tomate!
Bajo andando hasta
comisaría, hoy no me apetece hacer nada, de hecho no recuerdo que tuviera nada
pendiente, es que ni recuerdo, camino, soy el Fantasma que camina, como me
cruce con Peñín todavía le suelto una hostia que lo estampo contra la pared, de
eso sí me acuerdo, ¡gilipollas!
Para qué iría tan
pronto al curro, ¿qué curro? Apenas poner el pie dentro, parece que me huele,
el jefe ya me está gritando, ya me está gritando y hoy no tengo la cabeza para
mascletás.
−¡¡Samur!! ¿Qué tenemos
aquí? Sí, en el ordenador de tu oficina, que como bien sabes no es de tu
propiedad. ¿Qué es esto? ¿Cuándo me lo pensabas contar? ¿Desde cuándo trabajas
por libre?
−Lo siento, jefe,
disculpe, no he hecho ningún informe pues solo tengo estás fotos y… (¡Quieto!
Ya tienes la excusa para pasar el día con Daisy) Y quisiera que me diera
permiso para volver al lugar e investigar más a fondo. Es algo muy extraño.
−Ven a mi oficina y me
indicas en el plano el lugar exacto donde está ese dibujo.
En la oficina me tuvo
casi una hora dándome la vara con el dibujito hasta que le solté lo del octal y
tal, que pueden ser unos chiflados que saben matemáticas y no tendrán nada
mejor que hacer.
−Mira a mí no me vengas
con rollos que solo me fío de lo que me cuenta la Guardia Civil y en esos pueblos
cerca de La Virgen del Camino hace más de dos años que no vive ni dios. Los
supervivientes o se vinieron a la ciudad o andan por los montes aullando.
−Por cierto, jefe,
¿sabemos cuánta gente vive en esta ciudad?
−No lo sé ni yo y menos
aún el alcalde. Estamos pensando en hacer una fiesta…
− ¿Una fiesta? ¿Y eso?
−Sí, ceporro, una
fiesta, con motivo de la llegada del verano. El verano astronómico, porque ya
pasamos aquí más calor que en Sevilla, en la Sevilla que yo recuerdo; sabrá
Dios cómo estará ahora aquello. El caso es que se repartirá comida y regalos en
la Plaza de las Palomas y de paso iremos tomando nota y filiación de todos los
penitentes para a ver si conseguimos tener una especie de censo de la gente que
vive aquí. Vete haciéndote a la idea de que te pasarás horas apuntando nombres
y datos, estarás en la Mesa Petitoria.
− ¿Ni una idea
aproximada?
−Entre doce y quince
mil personas es el cálculo que yo he hecho. Ala, ya puedes pirarte, sí, te
puedes llevar un HK-G36, paso aviso a la armería. Y gracias por el portátil,
según me ha dicho el técnico está incólume y en unos meses habrá conseguido
descontaminarlo; buen aparato.
Bueno, me he librado de
un buen tirón de orejas, o una patada en el culo porque este jefe según le
pilles… ¿Y ahora? Ya sé, zapatos, ¡zapatos! No, zapatillas deportivas, siempre
anda en bici. No, zapatos, tienen que ser zapatos o si no olvídate de esa
cachonda. ¿Dónde encuentro ahora unos zapatos para Daisy?
Chalaneando por aquí y
por allá consigo dos pares preciosos, me deben unos cuantos favores en esta
ciudad, además ¿quién se pone unos zapatos así en estos días? Alguien como
Daisy. Son del número 39, espero acertar, y que me deje ponérselos. Los llevaré
en las alforjas, la recortada y su munición se queda en casa que ya llevo el
fusil automático; iré con la bici eléctrica que no soy precisamente Alberto
Contador. Cómo se notan los años; me paso los días montado en la bici, tengo
las piernas como leños, ¡y que no hay día que no me levante y no me duela algo!
Y cada día algo diferente.
Como llegué con tiempo
de sobras al pueblo me entretuve haciendo docenas de fotos y algún vídeo desde
diferentes posiciones. En el interior del círculo las hierbas altas y el cereal
semisalvaje está aplastado en el sentido contrario a las agujas del reloj. ¡Y
encima es zurdo el chorras este! Me llevo algunos tallos para mirarlos al
microscopio, recuerdo haber visto algún documental en la tele sobre el tema:
jubilados y estudiantes universitarios con ganas de tomar el pelo a la gente.
Ni idea de con qué pudo hacer esto. Al mesón, que el sol ya casca de lo lindo,
quema la piel, y mira que soy moreno de cojones pero siempre con camisa de
manga larga y ya solo me quito los guantes de ciclista cuando estoy en casa o
en la comisaría; bueno, me los quitaré para comer y… ¡probar zapatos a
Cenicienta!
El olor a cocina me
indica que Daisy ya está en el mesón así que la llamo a voces para que salga a
abrirme la puerta en vez de usar mi llavero. Lleva puestos los mismos vaqueros
de ayer y una camiseta de tirantes con un lema escrito en la pechera: No soy tu princesa. (¡Uff! Pues serás
mi condesa, mi marquesa, mi…y haberte puesto un sujetador, que este se está
poniendo ya muy gordo. Vale, meter la bici al patio.)
− ¡Uhm! ¡Qué bien huele
aquí!
Su mirada es una mezcla
de: “Estamos en guerra tú y yo” y “Tú y tu puñetero mundo me importáis un
carajo”, pero unas salchichas enormes se están dorando en la parrilla y hay
cuatro botellas de clarete enfriando en un caldero con agua. Abre una y
disimula. ¿De qué va esta tía? Es un dolor mirarla, estoy trempando desde que
me abrió la puerta, y después me lanza unas miradas de: te voy a partir la cara
por la menor pijada.
En fin, ya vienen las
salchichas.
− ¿Ya viste a Dara?
(Cojonudo, cagada mayúscula, mirada de: te voy a partir por la mitad. Atento a
los cuchillos)
−Sí, esta mañana, no,
no sabe que hoy estoy comiendo contigo; me despellejaría la muy puta. Le conté
lo del comanchero que encontraste. ¿Ahora nos creerás? ¿Nos cree el comisario?
−Le dije que lo habría
matado un oso, y a los del pueblo también, ¡cojonudas las salchichas! ¿Sabes
que cada vez hay más ataques de lobos? Y tú andas por ahí, sola, y con esa bici
de juguete. Quiero que tengas más cuidado.
− ¿Te…preocupas… por
mí? ¿Tú? Un poli. Tú andas a putas, como en los viejos tiempos, a mí no me
engañas. Ni a ninguna de las otras. ¿Te gustan las salchichas? Las hace Lorena.
− ¿Que la cubana sabe
hacer salchichas? No dejaréis de sorprenderme.
−No te imaginas la
cantidad de cosas que sabe hacer. Nació y se crió en Cuba, idiota, es una
superviviente nata, no, no te imaginas lo que sabe hacer ni cuánto la debemos
las demás; sin ella… ¡Uff! Que mal lo hubiéramos pasado, pero tú solo le ves la
cola.
− ¿Que tiene cola? ¿Qué
es? una…
−Culo, cabrón, o como
lo llaméis en esta tierra. Abre otra botella, ¿te gusta la carne de venado?
− ¡De venado! –De la
impresión me tiré el vaso de vino por encima, me puse perdido y tuve que
quitarme la camisa y lavarla en el caldero. Me quedaré luciendo pechito, que
estamos a la sombra, a no ser que me tenga guardada una camiseta para mí con el
lema: No soy tu…príncipe. Ya viene
con la cazuela y el guiso de venado, ¡Viva Colombia!
A la tarde placentera
tan solo le falta un buen café recién hecho, y que esta vez no se ha traído la manta
para echarnos en la hierba pero hay chupitos de licor de café y Daisy no se
queja de fume un cigarro tras otro y que no pare de decir chorradas (¿Saco a
ahora los zapatos o espero a que me haga la digestión? Este licor ya la está
dulcificando las facciones y no echa esas miradas de: te clavaré este cuchillo
en la espalda en cuanto te gires)
−¡¡Qué ha sido eso!!
–Yo también me he sobresaltado y estoy en pie con el corazón en un puño. Fue un
crujido tremendo en la puerta del bar, como si quisieran tirarla abajo. Daisy
sale como una flecha hacia el interior y yo la sigo todo lo raudo que puedo.
¡Otro castañazo tremendo! El fusil. ¡Eh! Es Daisy, que me está tirando del
brazo hacia dentro del edificio mientras con la otra mano me indica silencio
poniendo un dedo en la boca.
Subimos a la carrera al
piso superior y miramos por las ventanas que dan a la calle. No se ve a nadie.
−Estarán bajo el
tejadillo y no les vemos, quieta aquí que voy por el fusil. –Y me vuelve a
tirar del brazo y me obliga a agacharme.
− ¿No notas ese olor?
Me susurra al oído. −Es decírmelo y ya me está picando la nariz, Daisy lo nota
y me tapa la nariz para que no estornude. Todo mi cuerpo está en alerta roja
pero el entrenamiento es el entrenamiento. Asomo agazapado tras los cristales,
sí, parecen dos ¿sombras? Parecen gorilas gigantes pero se mueven como tigres
cazando, ¡qué digo! Guepardos.
−Van al otro lado de la
casa, le susurro al oído.
−Olerán los restos de
la comida. Vamos. Y tira de mí para llevarme hasta la ventana del dormitorio. −
¿Les ves?
¡Crunch!, otro topetazo
tremendo que se ha notado en toda la casa. Ha debido ser contra la verja de
hierro. A ver si aguanta. (¿Qué te ocurre? Debe de ser ese puto olor a no sé
qué, estoy perdiendo el control, que lo estoy perdiendo. Espera) Estoy sentado bajo
la ventana intentando que el corazón no se me salga del pecho y Daisy se me
acerca con las manos abiertas como diciendo: ¡a ti que te pasa! Boqueo como un
pez fuera del agua. Ella cierra la ventana.
El cerebro reptiliano,
o lo que sea, actúa más rápido que el cerebro parlanchín y la tomo las manos y
la echo sobre mí. Se me queda mirando con cara de: ¡a ti que te han dado!
−Frótame, Daisy, por
Dios Bendito, frótame con todo. −Le susurro al oído.
− ¿Qué te frote? ¿Con
esas “Cosas” fuera?
−Sí, necesito tu olor,
¿comprendes? Es algo que me enseñó Dara, aquella noche que nos atacaron, ¡me
huelen! Notan mi olor a…hombre. Le digo casi comiéndole el lóbulo de la oreja. −Necesito
tu fragancia a hierbas francesas.
Se separa de mí lo
suficiente para comprobar que no está hablando con un enajenado y súbitamente
comprende. El olor a macho, arruga la nariz. Se yergue y me susurra:
−No te preocupes.
Se suelta el botón del
ajustadísimo pantalón, y se lo baja, se acerca a mi rostro, me agarra la cabeza
y me empieza a frotar la cara contra sus bragas de fantasía. (Ahora sí que voy
a reventar, pero por todas partes) De repente me coge por el cabello y me
obliga a levantarme y alejarme de la ventana, me tira sobre la cama, salta a
caballito sobre mí y comienza a quitarme los pantalones. (¡Al fin! ¡Libertad!
Parece que le escuchara decir al tronco que tengo entre las piernas, y en dos
segundos estoy presentando armas) Cómo se nota la veteranía en todo. En minutos
me tiene comido a besitos de los pies a la cabeza, por delante y por detrás, y
se ha frotado conmigo con todos los milímetros de su preciosa piel. (¡Esto va a
reventar! ¡Que va a reventar! Dile algo) Pero antes de que se capaz de decirle
nada ya tiene mi ardiente lanza guardada en su fresca cueva. No me he corrido
directamente por el frescor extraño pero parece que mis cojones fuesen dos
calderas. Cuando intento nuevamente decir algo otro Crunch tremendo hace
retemblar toda la casa. Quieto, déjala hacer, ¡y vaya si sabe hacer! Además,
quien puede hablar con ese par de tetas preciosas llenándole la boca.
La suavidad de una
serpiente, sí, debe ser algo así lo que tiene esta mujer, pero me va a sacar
hasta la médula en cualquier momento. Callado, tú sigue callado.
Me viene a la cabeza
algo que me contaba mi abuelo cuando era niño, aquello de cuando en el paraíso
el ángel con la espada de fuego llamaba a Adán porque se había comido la
manzana con Eva: ¡Y Adán callaba como un puta! Remataba siempre la escena el
abuelo. (Bueno, esto ya no aguanta más. ¡Puños fuera! Como decía Mazinger Z.
Echando el resto.)
Pasan minutos y minutos
mientras reposamos la comida y la frotación tirados en la cama, absortos cada
uno en sus cosas; al fin nos convencemos de que esos monstruos ya se habrán ido
y nos decidimos a levantarnos, vestirnos y bajar de nuevo al patio. Vaya que si
ahora huelo a L´Occitane en Provence, y a base de bien. Los dos nos vamos
directos a por el vino pues tenemos la lengua como un trapo. Miradas de
complicidad, al tercer trago recuerdo que traía un regalo para Daisy.
−A ver si te gusta lo
que he encontrado para ti. Y le llevo las dos cajas de zapatos. − ¿Me permite
mi baronesa?
Apoya la cabeza contra
la mano y el codo en la mesa, asiente con una sonrisa de oreja a oreja.
− ¿Cuál te gusta más?
¿Este de novia o este para traje de cóctel? (¡Acerté con el número! Apúntate
mil puntos)
Vaya reinona. Se pone
un par, se pone el otro, camina de aquí para allá imitando a las supermodelos
de otros tiempos. ¡Está encantada! Melenaza al viento. En algún momento decide
que ya está bien de pasear por la hierba y me sorprende por la espalda dándome
un besito en la mejilla justo cuando estaba echando otro trago.
−Gracias, guapísima,
pero aún no se ha secado la camisa y ya voy a tener que lavar también los
pantalones.
−Pues lávalos,
¡quítatelos! Te los has puesto perdidos de vino.
−Pero es que…
− ¿Tienes prisa en
volver? Te invito a cenar, no me esperaba este detalle de ti. Y lávalos rápido
que solo es un poco de vino.
Apenas hago el gesto de
ir a meter los pantalones en el caldero y comenzar a mojarlos y se va
caminando, (¡se le va a salir una cadera! Pero seguro, ¡eh! Ninguna cadera
humana puede soportar semejantes meneos) Y se para desafiante en el marco de la
puerta y me grita:
− ¡No te canses mucho
frotando eso! Quiero que te canses frotándome a mí. Te espero arriba.
Y se gira y desaparece
en plan superestrella de cine. Lo que son capaces de conseguir un buen par de
zapatos. Ni se los quitó para montarme de nuevo destrozando las sábanas.
− ¡Ágale rápido, viejo!
Culicagao, ¡daaale! ¿No sabes zumbar mejor? Que se me duerme el…
− ¡Qué se te va a
dormir! Verás ahora a cuatro patas. Te vas a enterar, morena.
Se puso los de novia
para la cena, y después me llevó de nuevo de la mano hasta el dormitorio donde
incluso me permitió quitárselos.
−Oye, guapísima, ¿tú
sabes cuándo comenzó la moda de los chochos pelaos?
−Ni idea, pero sigue,
sigue, sigue que no lo haces mal.
Hacía años que no
pasaba una noche con una mujer, y primero Dara y después Daisy me hicieron
recordar que hay cosas que nunca deberían cambiar en nuestra perdida humanidad.
Pérfido error, me di
cuenta apenas cascarlo. (¡Nunca le digas a una puta dónde vives!) Pero me tenía
cogido por donde más nos gusta a los hombres y esta es de las que sabe lo que
se lleva a la boca. Me preguntó como si tal cosa y se lo solté. (¡Pero es que
va a ser el cuarto del día! Y hacía años, pero años y años que no llegaba yo a
tal cosa) Bueno, a lo hecho pecho, y los dos que tiene esta mujer son para hacerla
un monumento.
Después me quedé frito
como un leño, no sé si se quedó a soportar mi roncadera, cuando empiezo parezco
una Harley Davidson, mi esposa siempre se quejaba de mis ronquidos y me mandaba
después a dormir al dormitorio de invitados. Pero el caso es que desperté en
una cama donde parecían haber pasado la noche una docena de comancheros ¡pero
oliendo a perfume francés!
(La bici y de vuelta a
la ciudad. Ni se te ocurra desviarte a ver a Dara. ¡Para qué le diría yo dónde
vivo a Daisy! Espérate problemas, si no es hoy será mañana. Lo tuyo no es la
inteligencia, desde luego que no.)
Sintetizando, que se
alarga el informe, me dirigí directamente a comisaría para informar y apenas
entrar por el patio ya tenía a Peñín dándome voces como un poseso:
− ¿Dónde estabas ayer,
cabrón? ¿Dónde te escondiste todo el puto día? ¿Tú que eres, el puto Fantomas?
− ¿Tú de que vas? Como
me baje de la bici te voy a correr a hostias hasta…
− ¡Callaros los dos!
Samur, ¡tras de mí! ¿Hiciste más fotos? Pásame la tarjeta ya las sacaré yo
mismo. Ayer tuvieron faena tus compañeros, un ataque de comancheros en la zona
de la universidad.
− ¿Tenemos bajas?
−Nosotros no, de ellos
palmaron cuatro. Pasa de tus compañeros, por un día que les toca currar… por
cierto, te esperan en tu oficina, es del ayuntamiento, una misión de protección
esta mañana, ¡sin rechistar! Lo que ella te diga tú lo harás, y no la cagues.
(¿Lo que “ella” me
diga? ¿Ahora también voy a obedecer órdenes de mujeres? A ver cómo es esa vieja
bruja. ¡¡China!! Es una… ¡quieto parao! Es casi tan alta como yo, y mido 1.87
metros, y es… ¡guapa! Toda la belleza de las emperatrices Ming, Ting y Ping
reunida en una joven)
−Hola, Samy, soy
Helena. Pablo me ha dicho que ya te ha hablado de mí.
−Así que tú eres
Helena, (besito de presentación, ya me notó el olor a colonia francesa; mirada
de picardía) ¿Y dónde está hoy ese cerebrín? ¿Cazando ranas en el río?
−Le dejé en su casa
preparando unos tarros de crujiente de cebolla caramelizado, me dijo que uno
sería para ti.
−Por favor, siéntate,
tú me dirás.
−No tenemos tiempo que
perder. Hay que salir hasta las afueras de Villaobispo de las Regueras,
necesito tu compañía y que me procures escolta.
−¿? ¿Tan lejos? Ayer
hubo un ataque en la universidad, en esa zona puede haber comancheros.
−Por eso necesito al
Matador, y su bicicleta.
− ¿Mi bici?
−Vamos a hacer un
trueque, un intercambio, con unos pastores, y Pablo me ha dicho que tienes un
carrito que puedes enganchar a la bici; ¡sí!, bien, en él llevaremos las cosas
que he elegido para hacer el trueque. ¿Nos vamos?
No me dejó ni sentarme,
es puro nervio la muchacha. ¿Trueque? ¿Con pastores? No estoy en posición de
hacer preguntas así que a enganchar el carrito a la bici y a acompañarla hasta
el palacio de Los Guzmanes. Lo carga con todo tipo de cachivaches insólitos y
después aparece con una bici de chica, rosa, de un piñón; muy guapa.
Como para salir
corriendo si aparecen los comancheros; en fin, vamos allá. En el control de la
carretera de Santander me llevo al paso a los dos compañeros que están de
vigías dando vueltas con los caballos por la rotonda. Atravesamos el pueblo y
nos dirigimos campo adelante por la carretera del Portillín.
En efecto, allá a lo
lejos divisamos un grupo de pastores ataviados con largos capotes y un grupo de
cabras que ciscan y enciscan de aquí para allá.
−Helena, ¿me quieres
decir ahora a qué venimos realmente a este lugar?
−Me han encargado que
consiga al menos media docena de cabras.
− ¿Una fiesta del
alcalde y sus…?
−Todavía no, más
adelante. Es con fines reproductivos, necesitamos algunos cabritos que podamos
cuidar y reproducir para paliar la falta de carne y esos pastores bajaron de la
montaña anoche y se mostraron dispuestos a cambiar algunas de sus crías por
cosas que necesitan.
Ya les tengo a la
vista, bereberes, ¡joder! Los ocho son bereberes. ¿Y esta pava quiere hacer
tratos con esa jarca? Harán Tajín con ella y se la comerán con verduritas.
−Helena, ¿tú sabes
regatear?
− ¿El qué? No venimos a
jugar al fútbol con ellos.
(¡No sabe regatear!
Bueno, es normal; mi madre debió ser la última mujer española que sabía cómo
regatear en los mercados, así fuera moro o gitano les sacaba las muelas antes
de soltar un euro) Se lo explico, el modo de proceder, así por encima, apenas
nos hemos bajado de las bicis y he enviado a los caballistas a hacer una
exploración por la zona, y la china me asiente continuamente como si
entendiera.
− ¿Sabrás valerte por
ti misma?
−Ya puedes irte a bañar
al río si quieres, esto irá para largo. ¡Ya, ya! Primero tomar té.
Anda con la profe, ya
me pilló al vuelo el concepto y se sienta con los moracos a tomar té con
yerbabuena como si los conociera de toda la vida. Bien, si esto va a ir para
largo aprovecho para darme una vuelta por la zona, algunas casas y una nave
industrial; echaré un vistazo. Entro en la nave por una ventana, estuvo
habitada hace tiempo, máquinas herramientas por todas partes y chapas y más
chapas por todos los rincones. (A ver qué pillo por aquí. Y justo, en una
taquilla me topo con un tesoro inesperado: ¡cuatro tenderos! Con sus
rodamientos y cable de acero continuo, sin nudos, para que gire el cable sin
atascarse. ¡Seré el amo de la ciudad! Me darán lo que pida por ellos, aunque
uno me lo guardaré para casa que bien que lo necesito.) Con los cables y
rodamientos a cuestas consigo salir trabajosamente de la nave y me voy de
vuelta al carrito, llego justo a tiempo de que el trato se haya concluido. Una
cabra vieja, un chivito y cuatro cabritillas por los cacharros.
¡Todos felices! ¡Buen
trato, buen trato!
Besos, muchos besos, me
comen a besos los moracos. (¿Creerán que soy uno de ellos? Vale, con lo negro
que estoy no sería de extrañar)
− ¡Que sí, Jamed, que
sí! Que en cuanto esto pase iré a tu casa en Chauen a conocer a tus abuelos,
¡ah, que no! A tus hermanas, vale, que sí, que haremos buen trato…
Ya me veo con chilaba
afincado en su cabila y haciéndole los recados a sus abuelos. Pero hay que
volver a la ciudad, nos despedimos al fin de los pastores que se van monte
arriba por la carretera, ¿dónde estarán ese par de cabestros caballistas? Les
llamo con el silbato pero no les tengo a la vista, el caso es regresar con la
profe y las cabras, ya aparecerán.
Cuando estamos cruzando
el puente sobre el río Torío les oigo venir tras nosotros al galope tendido,
les hago aspavientos pero los caballos corren como espantados, uno de ellos nos
pasa de largo casi arrollando el pequeño rebaño pero al otro, entre el
caballista y el oficial que suscribe, conseguimos frenarlo.
− ¿Se puede saber qué
cojones os pasa? ¿Queréis matarnos?
−Perdona, Matador,
perdona, ¡hemos visto algo! Vimos algo entre los árboles de allá arriba y los
caballos se volvieron locos.
− ¿Un grupo de
comancheros agazapado entre los robles?
−¡¡Cojones de
comancheros!! Nos hubiéramos liado a tiros con ellos. Un monstruo, un puto
monstruo peludo que huele fatal; los caballos se volvieron locos, suerte que no
nos han tirado al suelo. La verdad, la verdad es que yo también estoy
acojonado, ¡me entró un no sé qué! Tengo el corazón a mil.
−Vale, vale, no me
cuentes más. Protege a la profesora y las cabras hasta…
− ¡La Granja! Vamos al
viejo edificio de la Diputación que hay al lado del parque, allí cuidaran de
las cabras.
−Muy bien, Helena,
continuar; ya nos veremos.
Me quedé protegiendo el
puente con la recortada en brazos y dos granadas de mano a los pies controlando
el puente y las casas y prados del otro lado del río. (Entre los robles, le
vieron entre los árboles. Algún día tenía que pasar. No eran locuras de Dara
para echarme un rapapolvo, bueno, dos, y de los gloriosos, y las diablas, que
han sobrevivido tres años a los comancheros, no se iban a asustar del oso Yogui
y su amigo Bubu. Ahí hay algo y son unos cuantos, ¡pero no atacaron a los
pastores y sus cabras! Dara insiste en que matan solamente comancheros. Señor,
qué calor, vaya chicharra, de buena gana me tiraría al río. ¡Qué tontería
defender el puente! Baja tan poca agua que en algunos sitios podría cruzar el
río andando ese monstruo, ¿y después de comerse los sesos se dan un festín con
las vísceras? Y si se quedan con hambre: continúan con los muslos, el trasero,
las pantorrillas, carne magra, supongo, para ellos. ¡Qué horror!)
Mantuve la posición
durante una hora, calculé que tiempo más que suficiente para que llegaran hasta
la antigua Granja Agropecuaria, y comencé a pedalear hacia la ciudad. Otros dos
compañeros habían tomado el relevo a los dos cagaletas.
−No pasa nada. No hay
un alma a la vista, tranquilos. Sería un oso lo que asustó a los caballos. Buen
servicio.
(Una de dos: o miento
como un desalmado o me pongo una mordaza. Vaya oficio elegí) Cuando paso a la
altura del hipermercado Lidl, completamente devastado, miro, no sé por qué, al
cielo sobre la catedral y he de parar y echar pie a tierra de puro asombro. En
el cielo, despejado y ardiente, observo una especie de inmensa estrella de
color azul metálico, casi tan grande como la luna llena, que en segundos se
convierte en una pequeña nube vaporosa con forma de haba luminosa que gira
sobre sí misma deshaciéndose. No soy el único observando el suceso, hay más
vecinos, pero cuando se me pasa el pasmo y acuerdo coger la cámara de fotos de
las alforjas el efecto extraordinario ha prácticamente desaparecido. Tan solo
se ve en las fotos las trazas de una nubecilla.
Me acerqué primero
hasta Los Guzmanes para tomar un plato de sopicaldo, ya no podía con los
pedales, antes de ir a comisaría a informar. Por delante pasa el alcalde y su
cortejo con sus ridículos cochecitos eléctricos saludando con la mano a la cola
de famélicos y desesperados.
(Ahora que tengo algo
caliente en las tripas primero voy a casa a dejar los tenderos y aprovecho para
tomar unas buenas lonchas de cecina. ¿El botijo? Está lleno, muy majo este
vecino que tengo)
Ya repuesto bajé a
comisaría para hacer el reporte de los sucesos de la mañana y ¡sorpresa! Helena
estaba de cháchara con el comisario. (Al loro que verás cómo te cae otra faena
antes de que termine el día. Efectivamente, me cayó.)
−Samy, acércate, te
transmito de parte del concejo municipal las mayores felicitaciones por la
labor de esta mañana. Esas cabras pronto estarán dando leche.
− ¡Y podremos hacer
quesos! Gracias, Samy, te portaste como un héroe.
−Gracias a ti, Helena,
yo solo hice mi trabajo. ¿Alguna cosa, comisario? Voy a hacer el…
−Déjalo, ya tendrás
tiempo. Hay otro encargo para ti de la señorita Helena, pero ella te lo
explicará mejor.
Sincretizando, o nunca
terminaré el informe, tenía que volver al Parque Tecnológico, otro traje
anticontaminación y su equipo, entrar en un edificio llamado Instituto Biomar,
la empresa donde Helena estaba trabajando cuando todo se jodió; sí, tengo que
llevar el carrito, y buscar una serie de carpetas en las oficinas que ella me
apunta en un papelito y traerlas a la fresquera de comisaría, donde guardamos
todo lo radiactivo.
Vuelta a pedalear pero
ahora con la solana de las 16.00 horas. (Pasaré por donde Dara, a ver si quiere
acompañarme. No está en casa, tras esperar un buen rato decido apuntarle la
dirección donde voy con la tiza, no, no es una pastilla de cianuro lo que llevo
siempre en el bolso del pantalón, ¿de dónde cojones sacaría yo hoy día una
pastilla de cianuro? Esa diabla recuerda demasiadas películas de espías y cosas
de esas; un trozo de tiza me resulta imprescindible en mis salidas por el
extrarradio para volver a casa vivo cada noche) Llego hasta la pasarela sobre
las vías del tren y mientras me pongo encima toda la equipación cavilo. (¿Qué
hacer? Pasar por la gatera con bici y todo, pedalear a toda pastilla hasta el
edificio, cargar las carpetas, y salir echando mistos de la Zona Prohibida.)
Compruebo que tengo
todo bien colocado, las zapatillas guardadas en una bolsa de plástico en el
fondo del carrito, y entro andando en el Parque Tecnológico moviéndome con
rapidez, pedaleando con avidez, seguridad y precisión ante todo. Helena me
indicó con pelos y señales dónde me debía dirigir en el edificio. Entro y salgo
cargado de carpetas, tres veces he de repetir la operación, (y una cuarta por
si encuentro algo que afanar. En el salón de reuniones, vacío por supuesto, me
encuentro con cuatro botellines de agua a medio consumir. Esto ya pasa de
castaño oscuro, ¿y qué le puedo decir al comisario? ¿Que hay cuatro tipos por
ahí que celebran sus reuniones en edificios de la Zona Prohibida? Los tapones.)
Salgo del Parque y al
pasar por las vías me deshago del equipo y bajo por la Nacional 120 hacia la
Plaza de Toros pedaleando con todo lo que me permiten las piernas; el miedo no
me cabe en el cuerpo.
Esa cosa no la ves pero
te mata. La radiactividad.
Llego hasta la
comisaría, misión cumplida. Papeles a la fresquera que se lleva el técnico
armado de gruesos y largos guantes de goma. (El friegaplatos, como le llamamos,
pues anda siempre buscando productos de limpieza por todas partes) y me doy por
finalizada la jornada que ya estoy hasta los…Aquí queda el carrito.
− ¡Hombre, Pablo! ¿Qué
haces tú aquí?
−He venido a traerte
esto, gañan.
− ¡Cebolla
caramelizada! ¿Cenarás conmigo?
−No, lo siento, he
quedado; ya sabes.
(Saber no es que sepa
mucho pero me empiezo a imaginar a la chinita con un camisón de picardía y
sujetador de tiro alto y…Y Pablo me pilla la idea y casi me aplica un bofetón
de campeonato)
−Vale, vale, vale, cenaré
solo, gracias por el tarro ya te lo devolveré. –Me subo a la bici y empiezo a
salir de comisaría. (No puedo evitarlo, no puedo evitarlo) ¡Saludos a tu
esclava! ¡Tiene unas tetas magníficas! (Corre, corre, que te sacude, ¡pedalea
cojones! ¡Uy! Libré por poco)
Llego sano y salvo a
casa justo al tiempo que el vecino sale de la misma. ¿Movida en el barrio? De
las chungas; pues ya sabes donde vivo si empiezan los palos. ¿Qué tengo? ¿Qué
tengo para acompañar la cebolla en tarro? Ah, sí, unas setas desecadas, me haré
una cena de campeonato pero primero aprovecharé la luz del atardecer para
instalar el nuevo tendero. Mañana tendré a todas las vecinas llamando a la
puerta; pues hay una morena casi tan alta como Helena dos calles más abajo con
la que no me importaría entrar en tratos.
Lo que tiene haber
conocido a Dara y sus diablas, hace dos meses ni miraba ni veía mujer alguna.
No, no, desde que Clara me dejó no he podido mirar a ninguna. Ceno en la
terraza aprovechando la luminosidad de la puesta de sol, una extraña pureza
parece invadir las cosas y hasta los reflejos en los cristales y metales
parecen estar cargados de algo que, en otro tiempo, hace un millón de años,
hubiera llamado: Perdón.
Cuando ya estoy por
abrir la cama y echarme unos golpes en la puerta del piso me desconciertan un
tanto. El vecino, le dejo pasar. Tuvieron movida en la catedral, el gran
edificio se ha convertido desde que terminó el invierno en un albergue para
desplazados. Desplazados de la vida. Hay pisos vacíos por todas partes pero
esta gente solo vive para mendigar y estar constantemente peleándose y
emborrachándose. ¿Qué son? ¿Aneuronales? Siempre a un paso de convertirse en
simples y crudos comancheros. Los vecinos de la zona están hartos y un día van
a montar una de las gordas para echarlos.
−No te cabrees más,
vecino, bien sabes que no tienen remedio. Eso es ahora un manicomio. Espera,
toma algo conmigo.
Queda algo de vodka y
lo rebajamos con agua del botijo. Al segundo vaso, ¿ya no queda más? el vecino
ya sonríe, toma bromas, y se despide con su típico:
−Mañana te toca a ti
llenar los calderos, y gracias por desatascar el sumidero de los trasteros; no
había humano que soportara ese hedor.
−Hasta mañana;
tranquilo, tendré tiempo de sobra para ir por agua al caño.
Mañana no pienso dar
palo al agua, me digo a mí mismo al meterme entre las sábanas. ¿Cuántas semanas
hace que no me tomo un día libre? Desde aquel domingo, hace meses, que fui a
casa de Dara para recoger las armas y municiones, y después me fui a recoger
setas a La Candamia; parece que haya pasado un siglo. ¿Y si me afeitara la
barba? Parezco el protagonista de Rashomon y tengo que llevar la melena
recogida con una goma o el pelo se mete en los ojos y en la boca al dar
pedales.
Rashomon, ¡qué
peliculón!
Lo que hace el vodka.
Frito.
(Clara, Clara, sé que
eres tú, ¡no entiendo lo que dices! No te entiendo. Estás tan guapa con tu
camisón blanco, ¡Clara!)
Hay noches que uno debe
pasarlas en compañía de dioses, y diosas, pues te levantas al día siguiente con
un ánimo extraordinario, con un afán poco común, como sí, como sí, ¡quisieras
arreglar el mundo! Y así me levanté yo el doceavo día del mes del patatal. Me
arreglo la barba con las tijeras, ¡Joder, pues sí que parezco un bereber! ¿La
melena? Una goma y va que chuta, ya me la cortaré algún día, igual me sale una
novia peluquera. (¡Y puta! Ya estamos con la jodienda. Con que sepa cortarme el
pelo me vale) Riego las jardineras con el agua que queda por casa, los chiles
ya estarán pronto a punto con este calor, y paso la fregona al baño y cocina.
Casa limpia, ¡qué digo! Impoluta. Y pensar que cuando mi esposa vivía antes me
dejaba desollar vivo que echar mano a la escoba.
En el caño me encuentro
con Bapaji, un viejo conocido que tenía un restaurante hindú donde solíamos ir
Clara y yo, me encantaba su comida especiada y picante, es verle y me entra una
angustia inexplicable, y él me lo nota, somos los dos únicos varones en la cola
del caño.
− ¿Sigues de duelo,
Samur? ¿No has conocido todavía otra mujer que te haga olvidar?
−He encontrado alguna,
pero no me hacen ni puñetero caso, incluso me he recortado la barba y procuro
ir vestido, o sea con ropa, con ropa…
−Que te entiendo,
Samur, te noto algo cambiado, poco, muy poco. ¡Necesitas algo picante en tu
vida!
−Vivo muy bien solo,
muy a gusto. Perro solo bien se lame.
−Pero ya estás buscando
compañera. Picantona, como era Clara.
−Que no, que no, que no
digas eso Bapaji; no te pongas en plan gurú hindú.
−No necesito ponerme en
ningún plan místico, tú eres como un antiguo espejo chino pero no lo sabes.
− ¿Un espejo chino?
¿Qué tenían de especial? ¿Muy baratos?
− ¡No! Carísimos y
escasísimos, pero tenían una cualidad esencial, te cuento, si los ponías en la
ventana o donde les diera una buena luz solar en vez de reflejarla se veía un haz
de luz atravesar el vidrio y reflejarse en la pared contraria.
− ¿Unos espejos que
dejaban pasar la luz?
−Solo una luz fuerte y
concentrada, y podías ver en la pared el mensaje oculto en la parte posterior
del vidrio, dibujos, algún texto escrito, lo que hubiera dispuesto el artesano
del espejo. Y tú eres como uno de aquellos rarísimos espejos, tú te crees un
tipo sólido, firme, que sale incólume de cualquier desastre, pero no es así,
¡no! no eres así, y hay personas que ven lo que hay detrás de ti; el mensaje
que hay en tu persona. Lo ven claramente.
−Mujeres.
Me guiña el ojo, ya nos
toca el turno de llenar los calderos y las mujeres, unas viejas brujas
pintarrajeadas que hay tras nosotros y que habrán escuchado la conversación
comienzan a mirarme con sonrisitas de burla y desdén a lo que respondo
remojándome la cara, barba, melena, el pecho, el vientre…
−¡¡Venga, venga!!
Límpiate el culo en casa, ¡pelele! ¡Mamón, que hay más gente en la cola!
¡Arranca!
Ahora soy yo el que le
guiña el ojo a Bapaji. Algo sabré de cómo son las mujeres, algo, un poco.
Día de asueto.
Al fin me tomo un día
libre en la ciudad de los dos ríos donde tan solo las almas cándidas, pocas
quedarán, pueden dormir cuando llega la noche. Día de vagancia, bueno, tuve que
hacer otro viaje al caño para llenar más calderos pero la cola era ya más
corta. Una camiseta limpia y una chaquetilla deportiva encima para disimular en
lo posible la pipa en el sobaco y unos vaqueros recortados por la rodilla, ¡ah!
y el sombrero, ¡que parezcas un tipo elegante!
Pasear por la ciudad,
no puedes resistir recordar aquí una cosa allá otra. Restos de coches
vandalizados por todas partes, ¿para qué cojones querrán un tubo de escape los
comancheros? ¿Se esnifarán algo aspirando por él? Bajo hasta el puente de los
leones. Con este calor se agradece la brisa que baja por el río desde las
montañas; todavía tiene un buen caudal, este invierno pasado nevó mucho.
Escucho comentar a unos transeúntes que en el barrio de Las Ventas ya tienen
agua, algo, en los grifos, procedente de Villaquilambre y unas fuentes en el
monte Rebollo.
¿Quién sabe? Tal vez
este verano volvamos a tener agua corriente en las casas y el alcalde actual,
el séptimo en tres años, no sea un completo inútil como los anteriores. Me
apetece incluso pasear por orilla del río.
− ¿Qué queréis,
subrays?
Son tres chavales de
unos doce años, con sus ridículas bicicletas, que me han cercado tan raudos que
casi me atropellan.
−Toma, esto es para ti.
Uno de ellos me enseña
un papelito.
− ¿Sabéis quién soy yo?
Y les muestro la cartuchera.
−Sí, eres El Matador.
Reculan un poco con las
bicis, no me dejan avanzar.
− ¿Y no sabéis que para
hablar conmigo primero hay que quitarse la gorra? No sea que os tome por
comancheros y empiece a pegar tiros. ¿Os gustaría?
−Perdona. –Dice el que
parece ser el mayor. Se quita la gorra y deja la bici en el suelo para pasarme la
papeleta.
Reconozco la letra
antes de leer nada.
− ¿Quién os dio esto?
−Una señora, una señora
rubia que nos vio cazando en el río por la zona del Parque de Quevedo. Nos dijo
que te buscáramos y te lo diéramos.
(¿Una rubia? La Montse.
Pero la letra es de Dara)
− ¿Qué estabais
cazando? ¿Con esos arcos?
Lleva cada uno un arco
y carcaj lleno de flechas a la espalda; como si fueran apaches. ¿A dónde iremos
a parar?
−Cigüeñas, estábamos
cazando cigüeñas.
− ¿Os coméis eso?
−No, tío, no jodas; es
para que ellas no se coman los peces del río, que esos sí que los comemos.
−Vale, podéis piraros.
Y la próxima vez ya sabéis: para hablar con un adulto primero os quitáis esas
gorras ridículas de la cabeza. ¡Largo!
Ley y orden.
Y una buena vara de
avellano, y verías tú cómo estos asilvestrados volvían a la civilización en
cuatro días. ¿Y dónde encuentro yo un profe que les diera algo de instrucción?
¿Quedará alguno vivo en algún lugar? En fin, a ver qué me cuenta mi diabla
misteriosa.
¡No me jodas!
Que vaya esta tarde, a
las 19.00 horas en punto, con el carrito a su casa. Más armas seguramente. No
me apetece una mierda hacerme dos horas de bici para que encima me ponga morros
de gocha y me eche de su casa con cajas destempladas.
Me lo pensaré.
Apenas se ha gastado
nada de la munición que recogí pues el jefe, con buen criterio, solo me deja a
mí echar mano a los fusiles del ejército.
De camino al barrio me
encuentro con don Pedro que está sentado a la puerta de casa, me invita a
sentarme y pinchar algo, ¡uhm! Una jarra de barro.
−Prueba este vino de
Chozas, Samur, y dame tu opinión.
− ¿De Chozas? Será
radiactivo.
−Tú echa un trago y
luego me cuentas que es lo que te está matando, porque algo te está haciendo
polvo; se te nota mucho.
(¡Otro! Me tendré que
volver a dejar crecer la barba pues el viejo cara de piedra debe parecer ahora
un pipiolo)
− ¿Qué es lo que me
mata? No saber quién mató al notario, y de esa manera tan cruel. Puede estar
pasando por delante de nuestras narices.
−Descubriste algo,
¿verdad? Sobre una reunión en un edificio de la Zona Prohibida, ¿miento?
−No, y puede que no
haya sido la única.
− ¿Qué? ¿Cómo lo sabes?
−Ayer tuve que volver a
la Zona, a una empresa de investigación biotecnológica, y el mismo tema: cuatro
botellines de agua olvidados en la sala de reuniones.
− ¿Botellines de
plástico? Con lo raros que son de ver hoy día, ¿se llevan los botellines y los
tiran allí?
−Botellines marca
Carrizal, un manantial que hay en la carretera de Caboalles, que ellos mismos
han desprecintado y abierto para bebérselos; he mirado y remirado los tapones,
sin huellas. Usaran guantes, normal, en una zona tan contaminada.
−Si hay gente que se
reúne allí quizá no esté ya tan contaminada, habría que volver a ese Parque y
hacer nuevas mediciones y…tal vez no usen guantes.
− ¿Sin guantes?
−He revisado los datos
que obtuve una docena de veces, el notario fue descarnado como una res con un
gran cuchillo de caza, de eso no tengo dudas, son muchos años en el oficio,
¿sabes? Pero lo curioso, lo extraño es que el hombre que lo hizo tiene una
extraña cualidad.
− ¿Cuál? Sí, tomaré
otro vaso.
−Es una persona que no
suda.
(¡Cojona! ¿Por qué
siempre me tienen que soltar la bomba cuando tengo el vaso en la boca? ¡Ala!,
otro pantalón manchado de vino)
−Samur, Samur Pan, ¿hay
algo que yo debería saber?
−No sé, no sé qué
decirle don Pedro, de veras. Le dejo, muy rico el vino, pero tengo que ir a
casa a cambiarme de pantalones. Nos vemos.
Larga se hace la tarde
del que va a morir, o matar. Se me está haciendo infinita. No tenía muchas
ganas que digamos de volver a ver a Dara pero con lo que me soltó el forense ya
no puedo volverme atrás. Y me reconcome, me reconcome el alma pensar que ese
ángel azul y bellísimo se tomó la justicia por su mano y mató al notario. Sería
un chuloputas, hace años, pero eso no es excusa para abrirle en canal como a un
borrego. Larga se le hace a uno la tarde cuando sabe que va a morir.

Recuerdo aquella otra,
hace un mes, libré por bien poco; me dio por bajar a explorar hasta Trobajo del
Cerecedo y me topé con una pandilla de broncas pedaleando por la avenida de
Antibióticos, haciendo el chorras con sus bicis ridículas, se pusieron a
echarme carreritas y hacer piruetas con las bicis a mi altura; sí, vale, alguno
me resulta conocido, tendríais que estar haciendo la mili, cabrones, alguna vez
me han avisado de ataques comancheros a sí que no saco la pipa y me zumbo un
par de ellos; a la altura de Antibióticos se dan la vuelta y me dejan continuar
solo. Callejeo y salgo hasta Casa Galicia, igual han llenado las piscinas.
Abandono y devastación. Voy hasta las pistas de tenis, igual hay un par de
diablas raqueteando un rato, ¡y les vi! El cielo estaba de tormenta y el viento
me daba en la cara, no me oyeron acercarme, entre unos árboles al fondo de las
instalaciones había un par de comancheros, el brillo de los machetes no engaña,
mirando hacia el otro lado de la verja, ¿qué cojones vigilan estos pirados? En
cuanto les tuve a tiro: ¡Pum, pum! A uno le reventé la cabeza, al otro le di en
la rabadilla y le explotaron los güevos; dos bichos menos. Tengo que volver a
la bici por la cámara. De vuelta a la entrada de las instalaciones el viento
arreció una barbaridad, ¿qué cojones miraban esos dos? ¿la tormenta que se
viene encima? Y volví la vista.
¡Joder! ¡Un puto
tornado!
Y que se me venía
encima a toda leche.
Eché a correr, tomé la
bici, y me metí dentro del edificio. Terminé metiéndome en la cámara
frigorífica del restaurante. Allí volaba todo, un acojone total, ¡y eso que no me pasó
por encima! ¿Qué serían? ¿Dos minutos? Vaya bramido del mundo; tornados en esta
tierra, como si esto fuera Oklahoma; el tiempo se ha ido a tomar por el culo,
ya nadie tiene ni puta idea de cómo será el mañana. En cuanto el turbión cedió
asomé a ver por dónde tiraba, como vaya hacia la ciudad será pijada regresar;
pero tal vez al pasar sobre el río, cambió su rumbo y se fue hacia el noreste,
por la Sobarriba arriba. Ese monstruo no parará hasta los Picos de Europa por
lo menos. Libré por bien poco. Ni me molesté en hacer un par de fotos, que se
los coman los cuervos, o sus compañeros. Trabajoso pedalear de vuelta a casa
por la orilla del río. Tenía la muerte escrita en la frente aquella tarde.
Saco la bici eléctrica
del trastero, no estoy para dar pedales, y paso por comisaría para enganchar el
carrito. Voy como un borrico, con orejeras, ni miro ni escucho a nadie, salgo
del patio y me voy hacia Armunia.
¿Quedan ratas en
Armunia?
Puede que aún quede
una. Y tenga que matarla. ¿Cómo? ¿Cómo matar a una diabla? ¿Y si en vez del
revolver utilizara el cuchillo de monte? Tal vez podría degollarla cortándole
la yugular con un golpe rápido y certero, como aprendí en los paracaidistas.
Tendré que matarla, o ella me matará a mí; matarla, pues no me contará nada. Me
ha estado tomando el pelo todo este tiempo. Un cacho de carne, eso soy para
ella. Voy a matarla.
Anaxágoras.
¿?
Anaxágoras. No dejo de
repetirme esa palabra, me suena a griego. Es verdad, no terminé la E.G.B. Un
sabio griego, sí, eso debió ser el tal Anaxágoras. Qué calor hace todavía a
estas horas, el sol semeja una gran bola de fuego; menos mal que voy a motor y
llegaré en minutos. Le pediré un poco de agua, sí, eso, primero pedirle un poco
de agua, antes de matarla.
Cuando llego el portón
está cerrado y mis garabatos a tiza borrados. Tan solo he llegado un par de
minutos adelantado según mi reloj de edición limitada.
Y me tiene dos minutos
esperando al solazo esa puta bruja.
Bueno, ya abre la
puerta.
− ¿Se puede pasar?
−Pase usted, detective,
y deje la bici junto a la mesa.
(Detective; nada de: ¡Hola,
Samy! Me alegro de verte. Sobre la mesa observo un gran bulto más que
sospechoso cubierto con sábanas viejas, huele a…)
−Ven, entra, querrás
tomar un trago, supongo.
−Gracias, sí, hace
mucho calor, un poco de agua me vendría bien.
Ella va con pantalones
largos, negros, bajo su absurda bata blanca con todos los botones cerrados, y
una camiseta morada de cuello cisne. No es que quiera enseñarme mucho
últimamente la diabla Dara.
−Te sigue gustando el
vino, supongo.
−Algo, algo.
Me acerca un decantador
que tenía metido en un caldero con agua fresca, yo acerco las copas y ella
sirve el vino con mejor estilo que el sumiller del Hostal de San Marcos.
Deferencia de la casa.
− ¿Qué sabes de los
alzacuellos?
(Joder, qué manía ha
cogido todo el mundo con soltarme la patada cuando me llevo el vino a boca.
Esta vez no me he mojado)
−No mucho, y me parece
que eres tú la que tiene que contarme un montón de cosas.
−Como cuales.
− ¿Dónde estabas la
noche cuando asesinaron al notario?
−Con Montse y Anita,
pasé la noche con ellas.
−Así que tienes dos…
− ¿Qué estás
suponiendo, poli?
−Fue descuartizado con
un gran cuchillo de caza, tu afición favorita, ya sabes: ¡venado! –Arruga el
ceño, ¡ya la cagué! Se supone que yo no sé nada del venado que ella cazó y
Daisy me dio a probar. Se pone en alerta.
−Bueno, ¿y qué? ¿Cuánta
gente tendrá cuchillos de esos? ¿Y los comancheros?
−No fueron comancheros.
Nadie oyó nada raro en la urbanización aquella noche. La puerta de la casa
estaba cerrada con llave, ¡dos vueltas!
− ¿Y?
−Alguien entró y salió
de la casa como un fantasma, ¿te suena de algo? Y la persona que le mató y
descuartizó ¡¡no suda!!
Las cartas sobre la
mesa. Se le olvidó esta vez decirme que me desarmara antes de entrar en el
salón; me quito el puñal de la pantorrilla y lo dejo a mano y que vea bien que
sigo con el revólver en el sobaco. Se queda callada, la cabeza baja, mirándose
los pies durante un buen rato; al fin levanta el rostro. (¿Por qué serás tan
jodidamente guapa, asesina?) y coge la copa y se toma un trago largo, muy
largo, tan solo deja un culín en la copa.
−Pues no sé qué
decirte. Solo puedo asegurarte que ni Montse, ni Anita ni yo pudimos ser.
Estábamos muy lejos de la ciudad.
− ¿Dónde?
−Lejos, hazme caso, en
un pueblo a varios kilómetros de aquí. Yo soy la única que vive tan cerca de la
ciudad. Y no, no te voy a decir dónde viven las chicas. Y vale, ya me has
cansado, sigues sin tener ni puñetera idea. Venga, te vas ahora mismo, guarda
ese cuchillo, ¡vamos!
Nunca te acerques de un
modo tan desprevenido a un tipo armado con un puñal de monte. En un segundo la
tengo sujeta por la espalda y el filo en el cuello.
− ¡Tú mataste al
alzacuellos!
−No fui yo, borrico, y
aparta eso, ¿qué quieres? ¿descabezarme?
−Debería hacerlo, no
eres mejor persona que un puto comanchero.
− ¿Puedes usar durante
un minuto seguido la cabeza de arriba en vez de la de abajo? ¿Un minuto nada
más?
(Ya me ha notado que se
me está poniendo dura, ¡durísima!)
−Quiero que me muestres
ahora mismo el arma del delito, el cuchillo de despiezar ciervos.
−Haberlo pedido el
primer día, ya no lo tengo. Piensa, Samy, piensa un poco. ¿Quiénes se reunieron
en el edificio de la empresa informática?
−No lo sé, pero ellos
no fueron, seguro. (Estás mintiendo como un canalla, has mirado al microscopio
un tapón tras otro, de las ocho botellas, y no hay una sola huella digital, ¡en
ninguno de ellos!)
−Pero una mujer sola sí
pudo ir con su bici, de noche por la orilla del río, entrar en la casa, matarlo
como un profesional y largarse sin dejar huellas.
−Y esa mujer eres tú,
criminal. Lo hiciste por venganza, por puro y simple deseo de vengarte. ¡Ni los
comancheros matan con esa saña!
−No niego que tenga
deseos de, ¡vale! de vengarme, de los cinco. ¿Pero no puedes entender que ante
todo necesito, necesitamos saber, qué nos hicieron? Y que si hubiera estado en
su casa habría sabido lo de la reunión con los otros cuatro. ¡Hubiéramos
pillado a los cinco, zoquete! ¿Y ahora qué? ¿Qué tenemos, eh?
(Su lógica es
impecable, me da sopas con honda esta bruja. Aprovecha unos segundos de desconcierto,
estoy intentando pensar, usar la de arriba, porque la otra me duele, va a
reventar el pantalón, y aflojo la presa)
Como una pantera, una
cobra, una…, el caso es que se gira rápidamente y queda con rostro y labios a
milímetros de los míos.
−Tengo un regalo para
ti, Samy, un regalo estupendo. ¿Me puedes soltar o me clavarás el puñal en la
espalda?
Efecto mágico tiene esa
palabra en mí, ¡regalo!, pues mis brazos se abren en un segundo como si fueran
las puertas de la cueva de Alí Babá.
−Ven, bobo. Me lleva de
la mano como si fuera un niño. Y…gracias por…seguir teniendo “tanto” interés
por mí. Ven.
Me lleva de vuelta a la
cochera y me acerca al gran bulto sobre la mesa.
−Observa.
Observando. Destapa lo
oculto y aparecen: ¡ocho jamones como ocho soles! ¡Unos jamones mayúsculos!
No sé si reír, llorar,
cantar, bailar, o hacerme un paja, porque el tronco me duele de veras, pero de
veras. Me ayuda a cargar los jamones en el carrito y cubrirlos con el toldillo.
(Me la como, me la voy a comer a besos, ¡que me la como! Pero primero la
degüellas, después la interrogas, y después…la besas)
Abro los brazos para
darle un abrazo, un abrazo de gratitud, un abrazo amoroso, de oso. (A ver si
cae en la trampa) Pero me la huele. Se dirige al portón, lo abre y me indica la
salida.
−Es mi último regalo en
mucho, mucho tiempo, Samy, acéptalo y vete. No nos veremos, seguramente, en
mucho, mucho tiempo. No vuelvas por aquí, no vuelvas jamás. Mañana ya no estaré
aquí, me voy.
Me gustas.
Me susurra cuando paso
a su lado, cejijunto y compungido, arrastrando la bici. Debo de tener la cara
de gilipollas más grande del mundo cuando la veo cerrar el portón y me despide
agitando una mano y me grita:
− ¡Ojala nos volvamos a
ver algún día!
Y cierra el portón.
El sonido de esa puerta
de acero suena en mi corazón con más potencia que las trompetas del
Apocalipsis. Me tiembla la mandíbula, me tiemblan las rodillas, casi no veo
pues me tiemblan hasta las pestañas. Me subo a la bici y enciendo el motor. A
casa. Directo a casa.
Era la casa de Clara,
no mi casa.
Yo nunca pasé de gañan
aprovechado. Va a ser lo que dijo Bapaji, que hay mujeres que ven a través de
mí. Y Dara es una de ellas. Me empipo.
¡Un paraca nunca llora!
Me gritaba el sargento,
una y otra vez, cuando hacíamos la instrucción y me molía a palos.
Dara.
Fría y seca.
Y espantosamente bella.
Azul y bella.
Para qué quiero yo
tanto jamón.
No ceno, me voy a la
cama en ayunas, ¡con ocho jamones inmensos en el trastero! Me haré charcutero y
dejaré la policía.
Rashomon, mi peliculón.
Hay noches, hay noches
espantosas que pareciera pasar uno con demonios y furias, que no pegas ojo, que
prefieres salir a la terraza a mirar las estrellas en la noche calurosa.
Dara.
El amanecer me
sorprende entrevelado y tirado en el sofá. Me voy a trabajar. La ciudad
necesita al Matador y El Matador necesita la ciudad. Quién lo diría.
(Y nunca pude imaginar
hasta qué punto. La mañana es luminosa, un pelín fresca, incluso veo sonrisas
en las gentes por las calles y plazas. Buen rollito, levanta ese ánimo, hoy
será un gran día. Era la calma que antecede a la tormenta.)
Al llegar a comisaría
me indican que vaya directamente a la oficina del comisario. (Igual se ha
mosqueado porque ayer no aparecí por aquí. ¡Bah! Un buen taco de jamón serrano
y se le pasará la bronca) En la oficina no cabe una pluma más con tantos
pajarracos como hay dentro.
−¡¡Samur!! Bien, espera
fuera, ahora te contaré.
No me tiene ni un
minuto esperando pues la reunión termina en segundos y van desfilando el
alcalde y todo su cortejo triunfal. (¿Y esas caras? Van todos arrastrando el
mentón por el suelo, miradas criminales aquí y allá, uno que agarra a otro por
el brazo y le va frotando como si quisiera darle ánimos. ¿Qué cojones pasa
aquí?)
− ¿Samur? Ah, que ya
estás aquí, ¡Peñín! ¡Roberto! A mi rabo los tres.
Y nos lleva
directamente al plano de la ciudad y su zona de influencia.
−Os lo diré deprisita y
corriendo, no hay tiempo que perder. Ya visteis salir a teniente coronel jefe
de la Guardia Civil, es el que ha informado al concejo de la ciudad y ahora os
informo yo, el tema va de comancheros. ¡Peñín no te sientes! Pero no de esas
bandas de zumbados que llevamos años combatiendo, os hablo de un ejército. Sí,
no me miréis con esa cara de apaplaos, un jodido ejército es lo que ha dicho el
teniente coronel. Ya han evacuado El Bierzo, caravanas de supervivientes
protegidos por los guardias civiles se dirigen a Astorga. El plan actual es que
resistirán lo que puedan en la ciudad amurallada gracias a que tienen muchas
armas y municiones procedentes del antiguo cuartel de Santocildes, pero no
saben cuánto podrán aguantar y si les sobrepasaran ¡hacia aquí!
−Pero, ¡no jodas jefe!
¿Cómo van a montar un ejército esos putos descerebrados? Son caníbales, se
comerán entre ellos.
−Te joderé las veces
que me apetezca Peñín, que sigues siendo un puto guaje. Bien, al loro pistolos,
somos cuatro, atender: desde esta mañana partiendo de la plaza de Santo Domingo
la ciudad se ha dividido en cuatro sectores. Peñín, tú serás el alguacil, sí,
nos vamos a llamar alguaciles desde ya mismo, de toda la zona desde el Puente
de San Marcos hacia Carbajal de la Legua hasta la carretera de Asturias.
¡Roberto! Tú serás el alguacil del sector desde la carretera de Asturias hasta
la rotonda de La Granja. Samur, te toca bailar con la más guapa: desde el
puente de Los Leones hasta el puente del polígono de La Lastra, no te preocupes
por el puente de la autovía, esta tarde lo volarán los picoletos, y también
todas las pasarelas peatonales que cruzan el Bernesga. Yo me encargaré de la
zona de La Lastra hasta La Granja, y de no perderos de vista pues sigo siendo
el jefe de policía pero, pero, a partir de mañana estaremos todos a las órdenes
de un corregidor.
− ¿Un qué?
−El puto
cherif, ¿lo pillas?
El Corregidor. Mañana le conoceréis, habrá reunión del
concejo esta tarde para elegirlo. Aquí tenéis las listas con los hombres que
quedarán al cargo de cada uno de vosotros y su sector. También tendremos que
formar milicias y enseñaremos a los ciudadanos a…
− ¡Pero qué cojones de
milicias! ¿Qué armas vamos a darle a la gente?
−Las que ellos tengan,
Roberto, y las que vosotros les consigáis, que aquí cada perro se lame su rabo.
Darles flechas y lanzas, lo que se os ocurra. Habrá que construir torretas de
observación y defensa en cada puente sobre el Bernesga, empalizadas de defensa,
etc. Pero nada de andar cada uno a su puta bola, tendremos al corregidor
mordiéndonos el cogote de continuo. Esto que os cuento no es para mañana y que
os vayáis a dormir la siesta tranquilamente, según el TeCo ese ejército estaba
ayer empezando a subir el puerto del Manzanal. Estamos bajo la ley marcial de
nuevo. Los que se resistan a aceptar una orden o no quieran colaborar serán
fusilados y punto pelota. Venga, coger a los que pilléis y salir a recorrer las
fronteras de vuestro sector, “alguaciles”. Largo o empiezo a dar hostias como
hogazas.
Joder con los días de
sonrisas y buen rollito. De nuevo el mundo se nos viene encima. ¿Un ejército de
comancheros procedente de Galicia? Nunca entenderé este puto mundo.
Bandas de chavales con
sus absurdas bicicletas van de aquí para allá anunciando la buena nueva: ¡Ley
Marcial! Un grupo de vecinos se cachondeaba de nosotros al vernos en el puente
de los leones tomando medidas y discutiendo sobre el lugar más apropiado para
levantar una torre defensiva, la risa se les pasó en minutos al oír coches
eléctricos circulando con la megafonía a tope por todos los barrios del otro
lado del río conminando a los vecinos a abandonar sus casas.
− ¡A partir de las
00.00 horas del día de hoy cualquier persona que se encuentre en la orilla
occidental del Bernesga será considerada comanchero y ejecutada sin
miramientos! ¡Abandonen sus casas y pasen al centro de la ciudad o serán
ejecutados! ¡Crucen el río o serán abatidos!
Se acabaron las risas,
y para todos.
Caravanas de gentes y
niños arrastrando sus pertenencias cruzan por los puentes mientras los
alguaciles vamos de aquí para allá intentando hacernos una idea de lo que se
nos viene encima. Hoy sí que estoy dando pedales. Las explosiones por las
voladuras de los puentes mantienen a toda la gente en vilo, hay algunas peleas
entre vecinos pero como hay todos los pisos vacíos que quieras y más no llegan
a gran cosa.
Llegué a casa deshecho,
agotado y deprimido, cuatro cosas que llevarme a la boca, un táper de
sopicaldo, agua del botijo, ¿qué va a pasar ahora? No somos más que cuatro
jichos. Hemos aguantado más mal que bien los ataques de las bandas de
comancheros, apenas nos quedan cartuchos para revólveres y pistolas, ¡ya! la
munición de las diablas. Eso era para cazar monstruos peludos no para
enfrentarse a un ejército de pirados.
Me voy a la cama, no
puedo más.
Lánguido, me siento
lánguido y derrotado.
¿Por qué? ¿Por qué?
¿Qué puedo hacer yo con
unos ayudantes como el cabeza hueca de Julián y el Champi, un veterano de la
U.M.E. que de tantos horrores como le tocó pasar terminó tan rayado de la
cabeza que no es capaz de montar a caballo o en bicicleta. Es capaz de tirarse
al río con lo que monte.
¿Por qué? ¿Por qué?
¿Qué puedo hacer yo? Necesito dormir, dormir y no volver a despertar nunca más.
Mundo de pirados. Un lánguido Rashomon que ha agotado su existencia. Dormir,
Señor.
(¡Clara! ¿Clara? ¿Ese
olor? ¡Ese olor!)
Un extraño perfume me
desvela en instantes incorporándome en la almohada para intentar descubrir su
origen. Entra algo de luz por las ventanas de la calle y mis ojos se
acostumbran poco a poco a la semioscuridad. ¡Hay alguien en casa! Ruidos.
Una persona entra en el
dormitorio, lleva la típica sudadera con capucha y gorra de tenista y una
enorme mochila de montañero. Se planta a los pies de la cama y baja la mochila
al suelo dejándola en un rincón. Es una mujer. (¿Daisy?) Se quita la capucha y
la gorra.
−Hola, Samy, ¿no te
acuerdas de mí?
Ni puta idea, con esta
luz no distingo los rasgos de su rostro, una larga melena. (¿Esa voz?)
Se sienta al pie de la
cama y se descalza, después se quita los pantalones, la sudadera, la camiseta,
¡eh! el sujetador también. Se agacha y del bolso superior de la mochila saca un
blanco camisón, cortito, un picardías, y se lo enfunda.
Fuera bragas. ¿Eh?
Se mete en la cama y
pasa su brazo izquierdo bajo la almohada y acerca su rostro a centímetros del
mío. (¿Ese olor? ¿A qué huele esta hembra?)
− ¿De verdad no te
acuerdas de mí?
Su mano derecha va
sinuosa al objetivo principal de todo hombre próvido y cabal.
− ¡Eh! ¡Que tienes la
mano fría! Espera, esa melenaza, ¡Tú eres la cubana! Esto…
−Lorena, tonto, soy
Lorena. ¿Puedo pasar la noche contigo?
Antes de que pueda
decir Pamplona, imposible pues su prodigiosa lengua ya está jugando con mis
amígdalas y mi cabeza dura, o sea, la de abajo, ya ha tomado la decisión por la
de arriba. Bueno, y total, ¿Qué iba decir yo?
(¿Ese olor?)
Mis calzoncillos salen
volando hasta el pasillo, mi corazón es un caballo de carreras, mis labios y
lengua no dan abasto con tantos besos y mis manos se van directos al objetivo
número uno de todo hombre que se precie de serlo.
− ¡Claro, Lorena!
No habrá otro culo
similar en todo el planeta.
− ¡Eres malo!
−Como la carne de
pescuezo de pollo.
−Pero, tú, ¿serás lo
suficientemente gallo para mí?
−Vamos a comprobarlo y
a ver quién termina cacareando esta noche.
−Bueno, bueno, bueno,
¿con esto? ¿con esto? ¿No serás castrón por un casual?
− ¿Capado yo? Te vas a
enterar.
(¡Guerra! ¡Guerra!
Guerra sin cuartel bajo las sábanas)
Ella es la que asoma
triunfadora el torso arriba mientras me monta de un modo lento y fatal.
− ¿No me quieres
esperar? Aguanta, ¿no me estás oyendo?
− ¡Te estoy follendo,
te estoy follendo! Digo, lo que sea, tú…sigue, sigue…que…yo aguanto.
Anaxágoras.
Anaxágoras, ya
recuerdo. Decía que el sol era una bola de hierro candente, ¡candentes están
mis cojones! y el lanzallamas va a soltar el chorro de un momento a otro. Pero aguantaré.
Arrogancia fatal de
macho viejo el llegarse a creer que podría soportar mucho tiempo más el bombeo
incesante de esta hembra inmisericorde que te pellizca los pezones, que te
muerde el cuello o te araña la barriga y te sujeta y aprieta los testículos con
mano de hierro hasta que a ella le venga…lo que tenga en ese cuerpo azul y
hielo.
Salió.
Y un chorro tras otro
que hay que calentar a esta bruja azul y deliciosa, portentosa.
¿Ese olor? Ese perfume
que exhala esta mujer maravillosa.
Coco, de Chanel.
Fin.
Coco de Chanel no patrocina este cuento, pero ¿quién sabe? Tal vez se animen a hacerlo que no me vendría mal para lanzar y promocionar mi próximo libro de cuentos fantásticos. Ya estáis disfrutando de las primicias.
Espero vuestra opinión.
Habeis leído el borrador de un cuento que salió publicado en mi antología
Historia de un talento, Cuentos de la reina arpía, en mayo de 2005. En este enlace podéis adquirir el libro con la versión definitiva:
Historia de un talento