A todos cuantos leéis y colaboráis en el blog os deseo un estupendo y muy feliz año 2014.
Que el año 2014 venga lleno de amor y felicidad para todos y que podamos ser un poco más libres y vivir mejor.
Gracias por vuestra atención y continuos mensajes; desde la Playa de Gijón os mando un abrazo a todos.
martes, 31 de diciembre de 2013
jueves, 26 de diciembre de 2013
Se ha quemado el Santuario de la Virgen de la Barca, Muxia.
En el día de ayer un incendio, provocado por un rayo, destruyó en gran parte el Santuario de la Virgen de la Barca, en Muxía. Cuando los bomberos llegaron al lugar apenas pudieron salvar algunos bancos y confesionarios del templo.
Todo su interior se perdió irremediablemente, el retablo barroco, los exvotos, las maquetas de barcos antiguos, todo ardió.
Para cuantos hemos peregrinado hasta la Virgen de la Barca siempre nos quedará el recuerdo y una callada oración que dejamos en su interior.
Tanto mi esposa Aurora como yo y, supongo que muchos miles de peregrinos, que hasta allí caminamos algún día confiamos que en breve tiempo las gentes de Muxía puedan recuperar el Santuario da Virxe da Barca.
Tres ángeles y una Señora esperaran remando sobre las olas de la Costa de la Muerte hasta que de nuevo puedan regresar a Su Santuario. Santiago proveerá.
Todo su interior se perdió irremediablemente, el retablo barroco, los exvotos, las maquetas de barcos antiguos, todo ardió.
Para cuantos hemos peregrinado hasta la Virgen de la Barca siempre nos quedará el recuerdo y una callada oración que dejamos en su interior.
Tanto mi esposa Aurora como yo y, supongo que muchos miles de peregrinos, que hasta allí caminamos algún día confiamos que en breve tiempo las gentes de Muxía puedan recuperar el Santuario da Virxe da Barca.
Tres ángeles y una Señora esperaran remando sobre las olas de la Costa de la Muerte hasta que de nuevo puedan regresar a Su Santuario. Santiago proveerá.
domingo, 22 de diciembre de 2013
Atención frotadores: el segundo capítulo del segundo mamotreto.
Se acercan las fiestas de navidad y final de año, ¿os imagináis cómo sería estar llegando a otra estrella precisamente en estas fechas? Pues leer la singladura extraordinaria de nuestros tripulantes frotadores, que ya tienen a Sirio a la vista. Y disfrutar con sus aventuras.
Para los terrícolas es una experiencia totalmente nueva e inesperada, ¿y para una Inteligencia Artificial? Pues no lo sabemos pues no hace otra cosa que poner un vídeo tras otro de la maravillosa Astrud Gilberto.
Para los terrícolas es una experiencia totalmente nueva e inesperada, ¿y para una Inteligencia Artificial? Pues no lo sabemos pues no hace otra cosa que poner un vídeo tras otro de la maravillosa Astrud Gilberto.
Un infierno luminoso
La sensación de caer en un pozo con una
inmensa esfera luminosa y extremadamente caliente en el fondo, atentos
constantemente a cualquier cosa que se cruce en su camino, les irá minando la
salud como una tormenta de arena en el desierto. La rejilla de navegación que
muestran constantemente las consolas parece la tela de una inmensa araña que
les hubiera atrapado y en cualquier instante les vaya a devorar.
− ¿Qué sistema de exploración utiliza la
nave Tadeo?
−No tengo ni idea, Juana.
−Todas las cámaras activadas, los
telescopios enfocados constantemente a cualquier cosa que llame la atención.
Gráficas de alta resolución. Procedo a desconectar equipos que no sean
absolutamente necesarios para su supervivencia. Las labores de mantenimiento
han pasado ya a un segundo plano; esto es mucho más complejo de todo lo
supuesto. Atentos a sus consolas; les iré dando instrucciones más precisas. El
nivel de estrés irá subiendo a medida que nos acerquemos; prepárense para
aceptarlo.
Sirio A gira excéntricamente sobre un
eje como una peonza debido a la influencia de la extremadamente pesada Sirio B.
Hay que localizar con prontitud la localización exacta de su centro de gravedad.
S. A gira a 16 km/s y su velocidad radial es de -7.6 km/s. ¡Necesito cálculos
más precisos! Actualizados. Desconecta todo. Déjales en niveles de emergencia;
todavía se acordaran de la crisis de las ondas de choque. Procedo en minutos;
van a pasar calor nuestros tripulantes. Necesito todos los pc´s de la nave.
Todo lo que tenga capacidad de cálculo y unidad de memoria. Procedo
inmediatamente; todo tuyo. Computación distribuida en proceso. Bien, mejora la
potencia de cálculo. La trayectoria programada ha de seguirse con la máxima
exactitud. Bien, directos a nuestro objetivo.
¡Qué ocurre! ¡Qué ocurre! ¡Luz por todas
partes! Inunda todos nuestros circuitos. ¡La luz!, su espectro. Claro, las dos
estrellas combinadas producen una cantidad de radiación extraordinaria. Esto es
un caos; los equipos escapan a mi control. Utilizaré los pc´s. ¡Los humanos!
¿Puede afectar esta radiación a los fetos? No, el mayor no ha cumplido 6 meses
de vida. Directiva principal: No podemos arriesgarnos al mínimo daño en los
humanos; al mínimo. Da la alarma inmediatamente. Espera, no hay peligro
inminente; ya les avisaré. Sigue a lo tuyo. Procedo a desconectar equipos
innecesarios.
Toda esa ingente cantidad de datos que
aparecen en las pantallas pueden resultar completamente irrelevantes para el
que no es científico y el segundo equipo de tripulantes ha tenido que someterse
a similar clase didáctica sobre navegación estelar y los peligros consecuentes;
así que pasaremos sin ellos.
A fin de cuentas son las personas y sus
circunstancias lo que nos resulta más interesante; sus reacciones ante lo
imprevisto: la muerte. Pues, como repetían los sabios griegos: contra la
estupidez humana Apolo pelea en vano. Han pasado horas turnándose por ayudar en
la navegación estelar; se han quedado de nuevo a oscuras y la tensión aumenta.
Sirio espera.
− ¿Qué te ocurre Saúl? Estás de un
tétrico… ¿a qué se debe el estar todo el rato con la cabeza baja y el humor
huraño? Tú no eres así.
−Estuve echando un vistazo en el
invernadero, consultando los niveles de CO2, han subido una barbaridad; será
algo bueno para las plantas y las próximas cosechas pero no para nosotros.
Tengo que hacer muchas reposiciones; volver a abonar. Os traigo unas ensaladas
de escarolas que ayudaran a levantar el ánimo. Isabel me comentaba algo sobre
conseguir medicamentos en el laboratorio.
−Sí, algo estaba intentando hasta que
llegamos a este infierno blanco que no para de crecer. Pero lo que me preocupa
ahora son los equipos ¿habéis notado como se calientan sus carcasas?
−Es debido a que están trabajando al
cien por cien; sin pausas. Necesitamos cálculos precisos. Más cálculo o
caeremos en picado sobre la estrella.
−Gracias, asistente. Eres la perpetua
alegría de la fiesta. Siempre llenándonos de nuevas esperanzas.
−Sutilezas, ironías, sorna. No estoy
programado para ellas; pero aprenderé. Siguen aumentando los niveles de polvo
por estribor. Búsqueda intensiva de asteroides a las 2. B no se encuentra en su
Apastrón pero nos mantendremos alejados de su calurosa influencia todo lo
posible.
−Enfocando infrarrojos. ¡Dios! Ahí hay
de todo. Atentos.
−Saúl, ven fuera y habla conmigo. Deja
estos niños exploradores que ya solo les falta encontrar la Gran Barrera de
Coral. ¿Por qué estás así?
−Coincidí con Juana en el baño.
−Bueno ¿y qué? ¿Estaba sentada en el
trono?
−No, estaba vomitando.
− ¿Vomitando?
−Sí, también está embarazada.
−Pero si eso es una noticia estupenda.
Habéis estado juntos desde...
−Ya, ya lo sé, Montse; pero apenas me
acerqué a ella me mandó a la mierda. Casi me da un puñetazo. Y desde que
comenzó esta crisis siriana me evita; me larga del dormitorio nada más aparecer
por la puerta.
− ¡Vosotros dos! ¿Qué hacéis ahí fuera
cuchicheando? Os quiero dentro inmediatamente.
−Vale, vale, María, no es para ponerse
así. ¿A qué viene tanta alarma?
−Repito, avisen a todos los tripulantes
que están descansando. Los niveles observados obligan, como primera medida de
precaución, que se pongan los trajes anti radiación de manera inmediata. Dejen
todo lo que están haciendo y pónganse las fundas protectoras lo antes posible.
−Venga, todos pitando. Lo siento mucho
chicos, pero ni dios sabe qué va a pasar ahora. Estamos tan cerca de la
estrella…
− ¡Pero si estamos ya a más de 30ºC! nos
coceremos con esos trajes que no transpiran nada.
−Montse, ¿de cuánto estás ya? ¿Te vas a
arriesgar a recibir algo de radiación?
−Perdona, Isabel. Si hace falta me
pondré uno encima de otro.
−Date una ducha con agua fresca y, sin
secarte, desnuda, te pones la funda. El agua en tu piel, como no transpiran
esos plásticos, te mantendrá empapada y relativamente fresca.
− ¡Qué ideas se te ocurren! Medico
titular del equipo.
−Me lo enseñaron los tuareg. Un verano
que pasé en el Sahara trabajando para una ONG.
− ¿Estuviste en el desierto del Sahara?
¿Qué hacías allí?
−Cuidar de las mujeres y vacunar a los
niños. Bueno, eso mientras nos dejaron. Un día llegaron unos cafres y nos
soltaron que por sinrazones de tipo religioso quedaba prohibida la vacunación.
Y nos destruyeron todas las vacunas que nos quedaban.
− ¿Y cómo les dejasteis hacer eso?
Cuatro ignorantes…
−No eran cuatro y venían armados con
fusiles ametralladores. A callar; somos médicos no gladiadores. Pocos días
después tomé un avión de vuelta a Europa.
− ¿Quién es la que da esas voces? ¿Qué
pasa allá abajo?
Por el hueco de la escalera escuchan a
Marta dar grandes gritos del tipo: ¡Vamos a morir! ¡La radiación nos freirá a
todos! ¡Con este puto calor y tengo que ponerme ese plástico!
Afortunadamente Iñaki, ya sabemos,
nuestro experto buceador transoceánico, tiene unos músculos de acero y consigue
reducirla antes de que cometa una tontería de las gordas. Ruth ya estaba al
quite y entre los dos la llevan a su dormitorio. (Habrá que frotarla a base de
bien y entre los dos; pero se pondrá la funda)
Perecer en un sol tan blanco y lejano,
la pureza extrema de su luz que atraviesa paredes y protecciones, morir tan
lejos de casa. Cierras los ojos, intentas dormir algo, al menos descansar la
vista, y ves como si tu cerebro se estuviese bañando en su intensa luz blanca y
prodigiosa.
El amor. Hasta ahora todo ha sido
cachondeo y fintas, requiebros, frotamientos, toreo de salón. La muerte está
llamando a la puerta y se verá el temple de cada tripulante. Los equipos están
que revientan.
El asistente canta. Canta. Es algo
brasileño. Saudade, ¡no! Bossa. Iones luminosos bailan en mis circuitos, me
hacen caricias y cosquillas amorosas. ¡Rayos laser fuera! La sala de control
parece en instantes una antigua discoteca, solo falta la bola de espejitos. Girl
from Ipanema. I love you.
− ¿Qué le pasa a ese puto trasto? ¿Se
está volviendo loco?
−Es una máquina. El calor y la radiación
la están sobrecargando. ¡MANTAS TERMICAS!
− ¿Qué gritas? María. ¿Qué voceas? Puta
música de los cojones. ¡Y a todo volumen!
−Cosme, Luis, cagando leches. Traerme
todas las mantas térmicas que encontréis para cubrir los equipos. Se están
friendo.
− ¿Pero qué cojones de mantas térmicas?
¿Eso qué es?
−En cada dormitorio, armario empotrado,
tercera estantería, última puerta a la derecha, encontraréis unas bolsitas que
pone material de supervivencia; son de tela de aluminio, ideal para protección
de la radiación. Coger una escalera e ir cuarto por cuarto hasta traerme por lo
menos media docena. ¡Rápido! Este cacharro se funde.
“Noche buena de luz, Noche buena de
amor, Navidad luminosa; este el mensaje de amor de…”
− ¿Quieres callarte de una puta vez?
Monstruo.
−No estoy cantando. Recibiendo
transmisiones de la vieja tierra por los equipos de radio. ¿Cambio de emisora?
− ¿Pero que dice este fantasma María?
− ¡Las radios! Estamos recibiendo señal
de radio de las navidades de…
−Exactamente del año de Nuestro Señor de
2008. ¿Quieren escuchar la Santa Misa desde San Pedro del Vaticano? Está
llegando en estos instantes.
− ¡La Misa de Nochebuena! ¡Del 2008!
Escuchar ahora al Papa. Yo no lo soporto. Me derrumbo. No puedo más.
−Aguanta, Isabel; ya llegan Luis y Cosme
con las mantas térmicas. Ayúdame a cubrir los equipos con ellas. Recuerda: es
Nochebuena. Noche de amor. Saldremos adelante. ¿Cuantas horas llevamos en
tensión?
−Volvemos a la música; no quieren misa
ahora, Fly me to the moon; esta versión bossa nova es deliciosa.
−Haz lo que te salga de los… equipos.
¡Qué monstruo!
Las horas se funden como la cera de una
vela en la nave a oscuras; los minutos saltan uno tras otro como gotas de
hierro fundido. El termómetro interior sigue imparable en su alza constante.
Cuenta atrás para el punto de máxima
aproximación a Sirio. Comienza ahora. Fluctuaciones constantes de gravedad;
inevitables. Algunas superan el 50% del nivel terrestre.
La tensión física y síquica derrumba
finalmente a los tripulantes; tan solo Luis permanece en la sala de control
atento a su consola y las pantallas de televisión.
6, 5, 4, 3, 2,1, cero. Objetivo
conseguido; pasamos Sirio. Trayectoria perfecta; niveles de impulso:
estupendos, mucho mejor de lo especulado. Nos vamos a las estrellas ¡Aleluya!
Que suene Starway to heaven; sí, ¡Rock! ¿Ahora? Ni hablar: Blame it
on The Boogie, The Jackson, será la canción más apropiada para levantar los
ánimos de la tripulación. Que suene en toda la nave; a ver si se levantan de la
cama. Otra fluctuación.
−Para ya, bicho. Nos tienes locos ¿estás
borracho? Nos tienes a oscuras desde hace 25 horas y ahora nos machacas con
música. ¿A qué se debe tu errático comportamiento?
−Son los iones danzarines que acarician
mi sufrido corazón electrónico. ¡Push! Nos vamos. En menos de 6 horas
entraremos de nuevo en lux. Aprovechen para hacer fotos de las estrellas;
siempre se podrá encontrar algo interesante por estos lares.
−Búscalo tú solo; me voy a acostar un
rato. No me tengo en pie. ¡Quita la puta música o cojo un martillo…!
− ¡Uy! Como están los ánimos. Que
descansen vuesas mercedes ¿podríamos hacer una fiesta con globitos de colores?
Es por los peques.
− ¡Vete a tomar por…!
Minutos más tarde es Ruth la que está de
guardia dando el relevo a Luis. Un tripulante por equipo hace ahora la ronda de
día; lo llaman así pues siguen con la iluminación de emergencia, casi todos los
equipos apagados y las puertas automáticas abiertas; pero aunque cierres los
ojos la radiación luminosa de Sirio llena tu cerebro de azulada luz lechosa.
Todos quieren estar callados, en silencio, tumbados en la cama, bañados en esa
luz extraña, con la funda blanca puesta y un par de mantas térmicas de aluminio
envolviéndoles.
Esta funda se me pega por todas partes,
estoy empapada; Señor, me estoy quedando en los huesos. ¡Con lo turgente que yo
era! Camino como sonámbula, a trompicones. ¡Otra fluctuación! De las pesadas.
¡Off!.
Luz en la noche eterna y sideral, amor
en las estrellas. Auroral es tu luz inmensa. Luz, siempre luz en la creación
entera. Amorosa luz envuelve nuestras almas rotas.
El asistente baila, rota, canta y silva.
Tú mi delirio ¿Seguimos con la bossa nova? Aplaca mis bestias cuánticas.
−Se bienvenida, ¡oh! Excelsa tripulante,
a nuestra humilde morada. Salimos directos hacia el próximo chekpoint, Ruth.
Avisa a todos los tripulantes. En seis horas ¡fiesta! Desafío superado. Impulso
máximo. Amamos las estrellas, el universo entero fluye pleno de amor
imperfecto, ¡ámame Ruth! ¡Bim Bom! ¿Te gusta la bossa nova, corazón?
− ¡Lo mato! ¡Lo destruyo! Estaremos a
40ºC y este trasto de cachondeo. Me desplomo; sudo como una perra. Me sentaré
en el suelo; será la glucosa, no, la deshidratación. No puedo más. No puedo.
¡La música! ¿Qué hace conmigo? Me siento como sí… Callada, eso es; guardar
silencio es lo que nos repite una y otra vez Juana. La virtud está en el
silencio. ¿Qué me hace sentir la música? ¡Es vida! (Abre tus ojos)
¿Habéis oído hablar de los computadores cuánticos? ¿Podéis imaginar que aspecto tendrían? ¿Podría construirse uno en nuestros días?
El investigador Juan Ignacio Cirac es el mayor experto del mundo en computadores cuánticos.
Aquí tenéis unas entrevistas con Cirac para que os podáis hacer una idea de cómo sería un ordenador cuántico y de lo que sería capaz.
http://www.muyinteresante.es/tecnologia/articulo/juan-ignacio-cirac-la-mecanica-cuantica
http://www.redesparalaciencia.com/wp-content/uploads/2013/06/entrev161.pdf
http://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Ignacio_Cirac_Sasturain
Y ahora yo os pregunto ¿qué es la inteligencia?
Tenemos el mejor computador jamás concebido por el género humano y, a parte de manejar la nave y mantener la trayectoria prevista, solo sabe que poner música para tratar con los seres humanos. ¿Qué habríais hecho vosotros en su lugar? ¿Se os ocurre algo más inteligente? Verdaderamente inteligente.
Porque aquí viene lo mejor: los tripulantes ignoran que la nave es manejada por un computador totalmente diferente a cuantos han conocido en su vida, y sus reacciones les desconciertan constantemente.
Espero vuestros mensajes.
Feliz Navidad a todos.
Podéis descargaros el libro completo en esta dirección:
Atención frotadores: ¡ondas de choque! ¡ondas de choque!
¿Habéis oído hablar de los computadores cuánticos? ¿Podéis imaginar que aspecto tendrían? ¿Podría construirse uno en nuestros días?
El investigador Juan Ignacio Cirac es el mayor experto del mundo en computadores cuánticos.
Aquí tenéis unas entrevistas con Cirac para que os podáis hacer una idea de cómo sería un ordenador cuántico y de lo que sería capaz.
http://www.muyinteresante.es/tecnologia/articulo/juan-ignacio-cirac-la-mecanica-cuantica
http://www.redesparalaciencia.com/wp-content/uploads/2013/06/entrev161.pdf
http://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Ignacio_Cirac_Sasturain
Y ahora yo os pregunto ¿qué es la inteligencia?
Tenemos el mejor computador jamás concebido por el género humano y, a parte de manejar la nave y mantener la trayectoria prevista, solo sabe que poner música para tratar con los seres humanos. ¿Qué habríais hecho vosotros en su lugar? ¿Se os ocurre algo más inteligente? Verdaderamente inteligente.
Porque aquí viene lo mejor: los tripulantes ignoran que la nave es manejada por un computador totalmente diferente a cuantos han conocido en su vida, y sus reacciones les desconciertan constantemente.
Espero vuestros mensajes.
Feliz Navidad a todos.
Podéis descargaros el libro completo en esta dirección:
Atención frotadores: ¡ondas de choque! ¡ondas de choque!
martes, 17 de diciembre de 2013
Milagro en Benarés. Cuento prodigioso.
¿Habéis estado alguna vez en el Tibet, en Nepal, el inmenso subcontinente indio? ¿Conocéis los secretos del tantra, del yoga, de la meditación transcendental? ¿No? Entonces seguir los pasos del Jipi en su incansable búsqueda de la iluminación personal y transitoria por las montañas y valles, cuevas habitadas por santones, ir a buscar la muerte y el renacimiento a la orilla del rio en la maravillosa Vanarasi, Benarés.
Nunca volveréis a ser los mismos tras la lectura de este cuento prodigioso.
Amor.
Nunca volveréis a ser los mismos tras la lectura de este cuento prodigioso.
Amor.
Milagro
en Benarés
Un
jipi atópico esperando el amanecer
Fantásticas jornadas de
largas caminatas hasta llegar al pie del Kailash, montaña sagrada entre las
montañas sagradas del mundo mundial; cuatro montañeros, naturales de las cuatro
esquinas de la vieja España, caminan entusiasmados y triunfantes entre docenas
de peregrinos tibetanos en espera de llegar a ver pronto la fantástica fachada
de la impresionante montaña.
Se conocieron en el
aeropuerto de Frankfurt al coincidir con el mismo destino y empresa de trekking
nepalí contratada. Los únicos hispanohablantes de la excursión organizada
enseguida hicieron grupito aparte de sus compañeros europeos.
− ¡Que los alemanes van
mejor equipados que nosotros y visten fenomenalmente! Nosotros desastrados y
fumando.
− ¡Que los ingleses se
han subido tropecientos picos y han abierto setecientas vías! Nosotros eso lo
hacemos en chancletas.
− ¡Que los franceses
son los más gallos y solo les falta ya subir en globo a la estratosfera!
Nosotros volamos mucho más y echamos el humo por la nariz. Y sacando pecho.−Bueno,
pecho, pecho, las que enseñan son estas dos. Vaya lujuria de tías, y no paran
un momento sentadas. ¿Tú me entiendes, verdad, sherpa?
−No empieces, otra vez, Jipi, que ya te vamos pillando el rollo. ¿Qué decías que ibas a hacer al llegar
al Kailash? Ya se ve desde aquí.
−Lo subiré en sueños,
me sentaré en la base del monte y con un impulso átmico subiré hasta la cumbre
y bajaré transfigurado y radiante.
− ¡Quieta! ¡Espera!
¡¡Jipi!! ¿Ves lo que has hecho? Sheila se está meando de la risa y ha tenido
que salir corriendo, ¡te voy a dar una!
−Reacción natural en
mujer tan esbelta y guapetona al aceptar al fin que camina en comunión perfecta
con mi presencia infinita y frugal.
−Pero bueno, ¿tú que te
fumas? Yo solo te veo sacar un camel de vez en cuando. Claro, va a ser eso,
fumar a cinco mil metros de altitud, solo se le ocurre a alguien como tú.
−El que viene fumando
especias olorosas es el amigo Yokin que por ahí llega con un par de alemanas.
Dile a Sheila que nos espere al llegar al santuario, pondremos banderines en ese
jito cercano para suspirar la protección de los dioses tántricos del lugar.
− ¿Ya te la has tirado?
−Ni en sueños, pero yo
tantranquilo; reservo mi potencia orgásmica para superar tan excelsa cumbre.
Pero, ¡ahora que lo pienso! podríamos hacer un trío. Me sentiré tan solo en la
cumbre…
−Bueno, mira, lo tuyo
no tiene remedio; ahí está Sheila y Yokin nos alcanza enseguida con las rubias.
¿Qué era eso del banderín?
−Debemos complacer a
las deidades para que nos hagan prolíficos y benéficos en general y orgásmicos
múltiples en lo particular.
−Bueno, te dejo que
hagas la dichosa ceremonia o tendré que salir yo también corriendo a orinar.
Procede.
Procedamos a solicitar
la protección de las altas deidades universales y los genios protectores del
gran Kailash y que el humo del cigarro eleve nuestras súplicas hasta su
altísima morada. Somos simples peregrinos llegados de allende los mares y
cordilleras para alabar la montaña sagrada.
Humildad, protección
sencilla y sincera solicitamos, buenos auspicios, hacemos presente de un gran
bien traído de nuestra lejana patria símbolo de nuestro gran corazón
peregrinante en tierra lejana. Suspiramos. Buena fortuna, buena fortuna
necesitamos, lejos, muy lejos mal dharma, limpiar señores nuestro sucio karma.
¡Auuuuu!
−Pero, bueno, ¿Qué hace
este chiflado? Se pone a aullar como un lobo y ¿una bandera de León? ¡Joder, Jipi, que soy vasco!
−Se supondría que los dioses
no hacen distingos lingüísticos y apenas átmicos. La ofrenda ya está hecha y
vale por los cuatro, ¡sí! guapa, también por las valencianas, y cabría pensar
que podríamos continuar tras los peregrinos hasta el refugio. Necesito una
birra ya mismo.
−No sé, no sé si podré
acompañaros, siento una rozadura en la planta del pie derecho.
−Blanca, corazón loco,
¡estás conmigo! Llevo en el botiquín una docena de Compeed. Si me permites.
−Si estarás ya perdido
y chocheante, Jipi, que por tocarle la pierna a una tía hasta te arrodillas.
−Y beso su pie
inmaculado y fragante. ¿De quién es esta pupita?
La mañana transcurre
plácida y maravillosa, un cielo prodigioso, la espectacular montaña derrama
aludes de bendiciones sobre peregrinos y excursionistas mientras se acercan al
refugio Darchen. Los tibetanos cantan antiguas salmodias sagradas, dan palmas
con sus sandalias, y muchos caminan descalzos o incluso de rodillas. Los
españoles, en cuanto notan que los demás excursionistas se atreven a abrir la
boca entonan a grito pelado su novedoso himno nacional, el consabido y
mundialmente repetido: ¡Soy español, español, español! ¿A qué quieres que te
gane, matao?
Gabachos, teutones,
alcohólicos británicos y otros excursionistas llegados de sus antiguas colonias
no tienen por menos que humillar la cerviz y caminar en silencio, penitentes.
Hay españoles cerca, y solo falta que invoquen a Santiago Matamoros y nos
corran a hostias dando vueltas al monte. ¡Y el peligro que tienen las tías
hispanas! todo el rato enseñando unos pechos de dinosauria y al primero que les
dice algo le sueltan unos sopapos que retumban en todo el Himalaya. Penitencia.
Nos tocó en el viaje cuatro españoles. La Armada Invencible.
¿Españoles? ¿Españoles
has dicho tú, galés etílico, sin poner atención a lo que dices? Tú escúchales.
− ¿Por qué no puedo
hablar en valenciano cuando me dé la gana? ¡Eh! ¿Por qué? Sheila, dime, ¿por
qué?
− ¿Y quién te quita
Blanca? Charla entonces con Yokin que seguro que te entenderá todo y te
responderá en euskera. Me voy con el Jipi hasta el refugio y estaré pegando la
hebra con él hasta la hora de acostarnos.
−Eso, eso, los
castellanos que se acostarían juntos, nada querríamos con ellos.
−Soy leonés, fumeta,
Sheila cordobesa, y si con la lengua nos entenderíamos con las carnes nos
comprenderíamos. ¡Joder! Es imposible hablar vasco, se me traba la lengua.
− ¿Vais a joder en el
refugio? ¿Con todos los guiris mirando? Deja de imitar mi modo de hablar.
−Mira que eres acémila,
Yokin, tan solo intercambiamos recetas de cocina. Ya sé cómo hacen el rabo de
toro y preparan las berenjenas en los bares de Córdoba. Por cierto,
¡exquisitas! Es que trabaja de camarera en un restaurante.
−Vale, venga, que ya
estamos llegando, no discutáis los machitos y a ver si hoy nos acostamos
pronto. Ya estarán los guiris sobando hace una hora y nosotros aún no nos hemos
duchado ni cenado.
−De acuerdo, reine la
paz inmensa a los pies del Kailash y satisfagamos nuestras más elementales
necesidades.
Noche de refugio en los
Himalayas, noche de refugio en la alta montaña, ronquidos atronadores de los
sopladores teutones, estampidas a los váteres de los británicos, y los gabachos
a la caza de alguna incauta que les haga sitio en el saco para sobarse un rato;
noche de refugio a no sé cuántos grados bajo cero en el exterior pero el
dormitorio parece una sauna. Alguno está que levita de la mala sangre que le
está entrando de no poder pegar ojo en toda la puñetera noche. Y ya que escalar
no se va a escalar nada, ¡porque no nos dejan que sí no lo subíamos en
chanclas! aprovechemos para practicar con lenguas ajenas. Las chicas se atreven
con el inglés, Yokin con el alemán, y el Jipi, bueno, el Jipi está con la
cabezonada de volver a Katmandú chapurreando correctamente el tibetano. No para
de soltar frases inconexas a todos los sherpas y peregrinos que pasan a su
lado.
Los guiris, y no
digamos los nipones, no paran de hacer centenares de fotos con sus enormes
cámaras pero los españoles, chulos ellos, se valen y sobran con los teléfonos;
incluso el Jipi se presta a hacer poses en cualquier jito del camino o en los
refugios. Él no tiene ni usa artefactos semejantes.
−Es que las radiaciones
que emiten esos cacharros afectan mi equilibrio ayurvédico. ¡Aleja ese trasto
de mi rostro!
− ¡Mira que es desastrado
este cazurro y que guapo sale en todas las fotos! En cuanto pueda se las
enviaré a las amigas. Aquí no tenemos cobertura.
−Lo mío se llama estilo
personal, guapísima Blanquita, y porte galante.
−Mira, rubio, eres lo
más presumido que he conocido. Vete a ligar con los tibetanos y deja de rayarme
la cabeza.
−Voy, me pierdo por sus
coletas y su andar majestuoso.
Tienen suerte con el
tiempo y escapan a tiempo de las tormentas diarias; en los refugios consiguen
crear al segundo día, con su idiosincrasia inigualable, un estupendo ambiente y
una noche Sheila les deja a todos arrobados y patidifusos bailando descalza un
disco de sevillanas que uno de los guardas conserva como oro en paño, recuerdo
de otros españoles que por aquí pasaron el año anterior. Y les muestra,
henchido de gozo, las pintadas y garabatos que dejaron en las puertas de los
baños.
¡Sí, señor! Por aquí
pasó un español. ¡Pardiez!
De vuelta a Katmandú
los cuatro pasean impávidos al trasiego humano y motorizado y, después de
darles muchas vueltas a los molinillos de oraciones, deciden que pues les
quedan bastantes días antes de volver a la patria y al curro podrían darse una
vuelta por la India misteriosa y mistérica.
− ¿Dónde podríamos ir
Yokin?
−Ni idea; en la India
no hay montañas, ¿no sería mejor apuntarnos a un trekking corto por los
alrededores?
−Nos vamos a Bodhgaya,
en India. Los tibetanos me contaron que se va a celebrar el Kalachakra pasado
mañana y asistirá este año el Dalai Lama. ¿Os lo queréis perder?
− ¿Kala qué? Bueno, si
va a estar el Dalai yo me apunto. Me va su rollo pacifista. ¿Y las chicas? ¿Qué
decidís? ¿Blanca?
−Pero, ¿no saldrá muy
caro? ¿Dónde queda eso?
−Lo hacemos con cuatro
rupias. No queda muy lejos, al sur; iremos en tren y lo pasaremos fenomenal,
¡aprenderéis a respirar correctamente!
− ¿Me estás diciendo
que no sé respirar? ¿A mí? ¿Tú, que te ahogas en cada cuesta?
−Sheila, corazón, no te
lo tomes a mal, tú lo ignoras seguramente, pero cuando roncas las ventanas del
dormitorio están a punto de suicidarse saltando al vacío. Es respiración
tántrica lo que nos van a enseñar.
− ¡Ah! Ya; para joder.
Siempre estáis pensando en lo mismo.
− ¡No! Es para
coordinar tus ritmos respiratorios con los ciclos del tiempo universal. Venir a
Bodhgaya y el Dalai os lo explicará mejor.
−Bueno, vale, si va
estar el Dalai y un mogollón de monjes seguramente os cortaréis con vuestras
guarradas. Me apunto. ¿Blanca?
−Yo también voy. Me
apetece conocer algo de la India y tomar el sol. Ya está bien de pasar frío.
Venga, recogemos nuestras cosas y nos piramos ya mismo.
Faustico, no existe
otro adjetivo para referirse a un viaje en tren por las asoladas tierras del
subcontinente indio. Son docenas, centenares, unidades de millar, las personas
y animales que suben y bajan del convoy en cada parada. Las chicas lo
sobrellevan escuchando música con sus cascos, el Jipi pasa de ruidos, solo le
va el Funk y la Bossa Nova, prefiere ir probando las delicias del país que por
las ventanillas les ofrecen; y Yokin se debe estar fumando la mitad de las
hiervas raras de la estepa índica.
Llegan a Bodhgaya justo
a tiempo para contemplar la celebración del Kalachakra anual, festival mundial
y multidimensional. Deprisa y corriendo a integrase en la corriente principal
de los festivos tibetanos dispuestos a renovar un año más los universales
ciclos de muerte y renacimiento. ¿Y os lo queríais perder?
Mandalas por aquí mandalas
por allá, suenan los gongs y los largos cuernos para la llamada a la meditación
comunitaria y millares de fieles y turistas se sientan en grandes explanadas a
pleno sol. El Jipi intenta transmitir conceptos básicos de respiración,
concentración y meditación, a sus compañeros; la visión tántrica de la vida,
los interminables ciclos de muerte y encarnación, nacimiento y destrucción de
todas las cosas del universo y del universo mismo. Respiración: inhalar,
exhalar; un universo que nace y se expande en tu interior y muere y desaparece
en los siguientes instantes. ¡Fuuu! ¡Se fue! ¿Lo entendéis?
Nacer, crecer, menguar,
morir.
Escuchemos ahora el
recitado del tantra del Kalachakra.
− (¿Qué dice, Jipi?
¿Entiendes algo?)
− (Ni jota de lo que
dicen, pero sé de qué va)
− (Cuenta, cuenta)
− (Mejor que no, las
mujeres quedáis a la altura de las perras y las burras)
− ¡Piensan así! Yo me
largo ahora mismo.
−Espera, Sheila, calla
un poco. Solo unos minutos más y nos vamos los cuatro. (Voy a proponeros algo
que os gustará muchísimo más que esto)
− (¿El qué? Estoy harta
de respirar y no entiendo nada de todo este rollo; pero habré tirado doscientas
fotos con el móvil)
− (Algo especial,
Blanca; vais a quedar fascinados al conocer la auténtica India)
− (¿Mejor que este
carnaval? Cuando se lo cuente a los de la peña…)
− (Algo insuperable,
Yokin. Aquí, el colegui hindú, ahora os lo presento, nos va a llevar a conocer
a un auténtico gúru que vive en una cueva en un monte cercano. Tan solo un
pequeño viaje en tren)
− ¡Otro viaje en tren!
− ¡Chiss! (Es apenas un
par de horas de viaje y después subir al monte, hasta la cueva)
−Si hay monte me apunto.
−Iremos los cuatro y callar
de una santa vez o estos kalachakros van a empezar a llamar a todos los
demonios tántricos del hiperespacio para jodernos a base de bien.
Cuando la noche se va y
el alba asoma sobre las calles de Bodhgaya los cuatro montañeros españoles y un
muchacho hindú (que ha resultado ser ingeniero informático que ha vuelto hace
días de España a su país tras pasar un año haciendo un máster en
superordenadores) se dirigen a la estación de tren para cambiar de estado, de
gentes, y de visión del mundo. El Jipi intenta que se vayan haciendo a la idea
de lo que van buscando y de lo que se pueden encontrar. ¡Un gúru auténtico! ¡La
iluminación! Adiós Tíbet, adiós Tantra, agur Dalai.
− ¿Un gúru? ¿No se dice
gurú?
Verdaderamente no
tienen la menor idea de lo que se van a encontrar pues no tienen ni pajolera
idea de lo que son ellos mismos, ¡pero se divierten! ¿No hemos venido a eso?
La marcha no es dura
pero sí lo suficiente para que pasen cuatro entretenidas horas caminando por
senderos y pequeñas cuestas hacia unas montañas poco elevadas. Van siguiendo el
cauce de un arroyo de cantarinas aguas y a menudo caminan a la sombra de los
árboles.
Jiddu y el Jipi van
introduciendo a sus compañeros en la milenaria cultura e historia hindú, tan
diversa.
−Entonces, ¿qué es un yogui?
¿Qué es el yoga? No entiendo nada.
−Yoga es estar unido
con lo que llamamos El Creador, yogui el que lo ha logrado. Es así de simple;
existen multitud de escuelas tradicionales para intentar alcanzar ese estado y
multitud de maneras de demostrar que se ha alcanzado. Vamos a ver a un hombre
que renunció a todo para ser un santón; vivía en una gran ciudad, tenía un buen
negocio, mujer, hijos, deudos y amigos, pero un día, hace años, abandonó todo y
se vino a las montañas. Hace dos años que comencé a oír hablar de su auténtica
realización y hoy podré comprobarlo.
− ¿Comprobarlo? ¿Cómo?
¿Hace milagros? ¿Levita?
−Con un yogui auténtico
nunca se sabe.
− ¿Es de los que se
torturan, Jiddu? No me gusta esa gente; es algo muy desagradable.
−Confío que no; esa gente
de la que hablas son los faquires. Lo hacen para ganarse la vida, como vuestros
futbolistas. Los hay muy famosos y con muchísimos seguidores. Algunos son muy
ricos.
− ¿Y qué hacemos al
llegar a su cueva? ¿No habrá que postrarse o algo así?
−Piensa que estuvieras
ante el Sumo Hacedor; algo se te ocurrirá, Sheila. Llegaremos enseguida, ya
falta poco.
−Pues menos mal, porque
ya está el sol bajo y vamos a tener que dormir en algún sitio. ¿Nos dejará
dormir en la cueva? Menos mal que hemos traído las esterillas. ¿Seguro que allí
no hay serpientes venenosas?
−En India hay
serpientes por todas partes, pero no tantas como piensas. Le pediremos permiso
para pernoctar a su lado; y no es un gurú. No intenta dirigir ni manipular la
vida de otras personas; o eso es lo que me han contado. Por eso quiero
conocerle.
−Pues, mira, ya puede
ser un dios o algo así pero como me hagáis dormir al raso con la cantidad de
bichos venenosos que habrá por aquí nunca os lo perdonaré.
− ¡Sheila! No empieces
otra vez. Te acuestas con el yogui y en paz. Lleva años viviendo aquí y aún
está vivo; por algo será.
− ¿Qué me acueste
con…el dios? Yokin, no empieces con tus chorradas, y tú, Jiddu, pegadito
siempre a mi lado; estos dos están completamente pasados de revoluciones. ¡Y no
fumes más de esa mierda! Apestamos todos.
El sol cae rápido en
las latitudes ecuatoriales pero con las últimas claridades, ya se puede
observar la constelación de Orión en lo alto del cielo y su perrito Proción, a
su estela, es cuando nuestros excursionistas de lo fantástico consiguen llegar
a la entrada de la cueva. El yogui, un abuelete escuálido, el típico santón
hindú, está sentado sobre una piedra y les saluda agitando una mano, igual,
igual, que hacen los turistas al paso de los monarcas o las celebridades actuales.
Ya han llegado.
Quien no sabe lo que
busca no sabe lo que encuentra dice el viejo adagio; al llegar los
excursionistas ante el yogui Jiddu toma la iniciativa y arrodillándose con las
manos unidas ante su rostro inclina la cabeza ante la mirada divertida del
abuelito que se limita a posar una mano en el hombro del muchacho y le indica
que pase al interior. Sheila, que se está tomando el asunto cada vez más a
broma, ¡al fin! (este hombre tiene cara de hambre) se acerca y le ofrece una
barrita de cereales, el yogui la toma, rompe la envoltura y la prueba. ¡Sonrisa
de oreja a oreja! Adentro. Jipi intenta imitar a Jiddu pero lo que consigue es
que el yogui le quite el sombrero de la cabeza y le dé con él unos cuantos
sombrerazos. ¿Buena señal? la cara del santón pasa en instantes de los signos
de furia al asomo de carcajada. ¡Apártate! le indica con un gesto y otro par de
sombrerazos. Blanca no sabe qué hacer.
−Pasa tú delante,
Yokin.
−No, pasa tú, que me
estoy haciendo un peta. ¡No te va a hacer nada!
Blanca avanza unos
pasos y enfrentándose al santón sentado le suelta un sencillo:
− ¡Buenas tardes! ¿Cómo
está usted? ¿Hace buena tarde, verdad? Y le ofrece la mano para un cordial
apretón.
Segundos de tensión, un
minuto de incertidumbre; Blanca, con el brazo extendido, no baja los ojos ante
la profunda mirada del santón. ¿Qué pasa? ¿Qué están haciendo? ¿Se hablan con
la mirada o qué? Al fin el santón decide levantarse de la gran piedra y
poniéndose a la altura de Blanca extiende su mano para el apretón a la vez que
exclama un escueto:
−Fine Thanks. Come this way, please. −Indicándole a la chica
la entrada de su cueva y después avanza directamente hasta Yokin y sin la menor
consideración le arrebata el porro y se pone a fumar con unas caladas muy
profundas. De un par de sombrerazos mete a Yokin y al Jipi, que estaba al
margen, en el interior de la oscura cueva. Sheila y Blanca ya se han
desprendido de las mochilas y con las linternas están buscando un rincón donde
extender sus esterillas y sacos de dormir.
Noche en la cueva,
noche observando el paso de las estrellas por la gran entrada, noche primigenia
y frugal pues es una de las más cortas del año, noche silenciosa pues nadie se
atreve a decir palabra esperando alguna frase o acción del santón, el cual se
limita a sentarse en un rincón o a estirarse un poco en el suelo arenoso y dar
una cabezada; noche misteriosa. ¿Qué va a pasar ahora? ¿Será un dios o un buda
o algo así? ¿Qué podría hacer yo para alcanzar la iluminación? ¿Y si me fumara
otro porro? Jiddu no discurre o no se nos alcanza, duerme como un tronco y
ronca suavemente. No está acostumbrado a las caminatas lo suyo es pasarse horas
delante de un ordenador.
Es de noche, ¿dónde veis
o notáis algo raro? Suele ocurrir todos los días.
Poco después del
amanecer y tras un frugal desayuno a base de barritas y refrescos isotónicos
liofilizados que el santón acepta compartir, de cuatro sombrerazos echa a los
excursionistas de su guarida yóguica y se vuelve a sentar, impávido, en su
piedra de siempre. A punto está de quedarse con el sombrero del Jipi pero
finalmente se lo lanza como si fuera un jugador de platos de playa.
Les despide saludando
con la mano del mismo modo que les recibió. Una sonrisa de oreja a oreja y
algún eructo es todo lo que pueden obtener del santón en el último instante y
mirada fugitiva. De vuelta hacia la estación de tren, de nuevo el sendero a la
orilla del arroyo, pisar las mismas piedras y charcos de ayer por la tarde.
Jiddu camina unos pasos delante de los españoles, callado, silente, encerrado
en sí mismo y su propia mente. Pero los españoles, los españoles, ¿Quién coño
hace callar a un español?
−Bueno, y digo yo ¿para
qué collons nos has traído aquí, Jipi? ¿Para dormir en una puñetera cueva? No
digo yo que no salga barato, pero es que apenas he podido dar alguna cabezada.
−Ya lo sé Blanca; no
sé, me esperaba otra cosa, no lo entiendo, yo también he dormido poco, estoy
como alelado; y me da la impresión que el yogui dormía menos que yo. Se
levantaba cada poco y andaba de aquí para allá y se acercaba a cada uno de
nosotros.
−A mí tan solo se me
acercó una vez. ¡Y me tocó el culo!
− ¿El culo? Estarías
soñando, ¡que te va a sobar el culo! si era más inofensivo que un ratoncito.
−Me tocó aquí con un
dedo, ¡sí! aquí mismo.
− ¡Ah! en el sacro. ¿Y qué
pasó a continuación?
−Que me quedé dormida,
frita en segundos.
− ¡Que curioso! A mí me
hizo algo similar y también me dormí en segundos.
− ¿También te tocó el
culo Yokin?
−No, fue aquí, en el
ombligo. Se agachó a mi lado, me vio que estaba con los ojos abiertos,
mirándole, y me pulsó con un dedo en el ombligo; oye, ¡y que en segundos estaba
ya roncando!
−A mí también me tocó
ese ET hindú. Pero fue en el pecho, entre los senos, y la misma solución, no
desperté hasta dos horas después. Por cierto, no dices nada, Jipi. Y yo le vi
cómo se agachaba junto a ti varias veces.
−Ya, os que no me
atrevía a decirlo, no fuerais a tomar por tonto.
−¡¡Más aún!! ¿Qué te
hizo?
−Gracias Blanca, tú
siempre tan expresiva. La primera vez me tocó con un dedo en el entrecejo y en
cuanto desperté vino otra vez a mi lado y dejó el pulgar bien marcado en el
centro de la frente. Y aún me parece que volvió una tercera vez para pulsarme
aquí, en la base de la garganta; pero no estoy muy seguro, estaba como medio
dormido, medio soñando o… ¡estaba teniendo visiones auténticas!
−Pues yo visiones no
sé, no creo, ¡pero he tenido unos sueños! Y además de un vívido que no me lo
creo, nunca había tenido sueños con esa intensidad, con esa realidad.
− ¿Recuerdas algo
Blanca?
−Casi minuto a minuto.
Me quedé dormida y soñé que participaba en una especie de desfile de lencería;
las chicas estaban impresionantes, pero yo, yo, ¡estaba divina! Y cada poco
salíamos al, no sé, como si fuera el salón de un palacio lleno de ricachones
hindúes, y europeos, chinos, americanos, de todo, y se volvían locos con los
modelos que exhibíamos. Con lo que babeaban se podría fregar el suelo del
salón. ¡Una locura divertidísima! Venga a ofrecernos copas de champan y canapés
riquísimos. ¡Es que parecía tan real! Qué pena que me despertase, ya le había
echado el ojo a un ricachón hindú, ¡guapísimo!
−Pena que no
estuviéramos en tu sueño los de mi peña, ¡Vaya fiestorro tuvimos anoche!
− ¿Anoche? Pero si
estabas con nosotros en la cueva, ¿flipaste hasta Motrico?
−Pues eso sería porque
no se entendería que esta mañana no haya probado ni bocado y tengo el estómago
lleno. Tendré que hacerme un peta para bajarlo. ¿Por qué no paramos un poco? Ya
estamos cerca de la ciudad.
− ¿Soñaste que estabas
de cenorra?
− ¡Y qué cenorra! Yo, que
casi nunca como dos platos seguidos, anoche estuve zampando de todo, oye, ¡pero
que además yo también cocinaba! Y no sé hacer ni dos huevos fritos. Sí, vaya
sueños los de anoche, os prepararía unas cocochas ahora mismo.
−Mira a ver si pescas
alguna merluza en el río. Si comieras más y fumaras menos…
−No te pongas agria
Sheila, toma echa unas caladas.
− ¡Quita eso de mi
cara! ¡Lárgate con Jiddu! No soporto esa peste. Yo también soñé. No sé, sería
la cueva; pero no me pareció un sueño. Fue, fue, otra cosa, ¡había tanta luz
por todas partes y en todos nosotros!
Soñé, ya no sé si soñé,
parece que todavía estoy allí, en esa montaña. Caminaba a duras penas,
espantada, resbalando con los crampones sobre el hielo, dando trompicones,
agotada, cayéndome una y otra vez, levantándome, el viento gélido me arrancaba
las fuerzas, la desesperación me arrojaba por abismos infinitos, la soledad me
conducía de la mano a la locura. ¡Estaba sola! Un horror interminable, siempre
cuesta arriba, sin ver nada, solo niebla y frío, hambre que arrancaba aullidos
de mis pobres tripas.
Otro resbalón, trompazo
en la cabeza, menos mal que llevaba el casco puesto. Y al levantarme, casi
gateando, veo delante de mí, allí plantado, luminoso, acogedor, cálido, ¡un
refugio! El pavor desapareció en instantes y casi a la carrera alcancé la
puerta y entré; una especie de onda de luz y calor dorados me traspasó al
instante y me sentí, no sé, maravillosamente, alegre sin motivo, sonriente,
¿feliz?
¿Dónde estaba? ¿Dónde
estoy? No tengo el coño para espantos y me encuentro esto. ¿Qué me está
ocurriendo? Y no había nadie, no se oía una voz, un ruido, nada. Calor, un
calorcito agradable y gentil. Me fui quitando los crampones, el casco, todo, el
anorak y la chaqueta, todo me sobraba. En las perchas tan solo había colgada
una vieja pelliza de piel y en un rincón un largo bastón de madera, como los
que usan los pastores, nada más.
Las botas, ¡Uff! me
costó un imperio desprenderme de ellas, parecía que se me hubieran pegado a los
pies; los guantes, ¡tiritaba! pero aquel calor me estaba como resucitando.
− ¡Alguien a bordo!
Grité sin pensar, sin saber por qué; vosotros sabéis cómo somos los montañeros.
Escuché entonces una voz suave y melodiosa, con un cierto tono de retintín,
decir:
−Pasen al fondo, pasen
al fondo; al fondo hay sitio.
No me atrevía a
quitarme los calcetines, creía que tenía los pies helados y que los calcetines
se me habían pegado a la carne; por un tomate asomaba una uña completamente
negra. Caminando como los patos dejé el pasillo de entrada y comencé a explorar
el refugio. Ni idea, se parecía a cualquiera de los cien refugios en los que
habré estado; yo venga a pensar: ¿Collado Jermoso? ¿El Goûter? ¿Es el
Dhaulagiri lo que se ve por la ventana? ¿Dónde estoy?
En el salón hay una
chimenea y cercano, sentado en una silla baja, hay un hombre sentado, de
espaldas, escaso cabello oscuro, que gira la cabeza y me mira.
−Bienvenida, se
bienvenida, siéntate donde quieras, hay bastante sitio. Los otros ya se han
ido. ¿Quieres un vaso de leche caliente o prefieres una copa de vino?
No sabía qué decir, qué
hacer, allí, de pie, mirando al ¿guarda? observando la sala, su extraña
decoración, ¿fotos de galaxias, estrellas, planetas, en vez de montañas? La
chimenea no parecía estar encendida y sin embargo la temperatura era elevada,
daban ganas de quitarse la camiseta, había mucha luz en aquel refugio pero yo
caminaba de aquí para allá, asombrada; por cada ventana que miraba la vista era
de montañas y cordilleras diferentes.
− ¿Dónde estoy? ¿Quién
es usted?
−Está usted en su casa,
tome asiento donde quiera, tan solo soy una persona, como usted o los demás.
Mire, ahí llegan otros dos.
Escuché ruidos y voces
en la entrada y al asomar vi que acaban de entrar un par de montañeros, cara de
estar tan terriblemente asustados como yo minutos antes; no sabía si eran
japoneses o coreanos hasta que se desprendieron de los gorros y me saludaron
juntando las palmas de las manos. ¡Me tomaban por la guardesa del refugio! Y,
lo mejor de todo, nos entendíamos a la perfección, como si todos hablásemos la
misma lengua universal sin acento alguno. No había terminado de indicarles el
camino al salón y otro montañero estaba entrando por la puerta. Por la pinta,
norteamericano. Le indiqué dónde podía dejar sus cosas y me fui para adentro
con los japoneses.
Dos tipos de lo más
agradable y simpático; esta vez sí acepté llenarme una copa de vino de una
jarra de vidrio mientras los nipones se llenaban un gran par de jarras de
leche; estaban ateridos. Yo aún temblequeaba un poco pero el primer buen trago
me llenó el organismo de un calor inexplicable. ¿Esto es vino? El calor bajaba
por mi garganta, el estómago, el vientre, las piernas, y me llegaba hasta los
dedos de los pies que comenzaron a moverse como si tuvieran vida propia,
renacidos. Los japoneses debían sentir algo similar con la leche pues al primer
sorbo ya no paraban de saludar con la cabeza y la jarra en las manos; un sorbo
una inclinación, otro sorbo otra inclinación; se la bebieron entera y fueron a
repetir.
El guarda sonreía
levemente observando nuestro curioso trío; debíamos parecerle los Hermanos
Marx. ¡Me sirvo otra copa de brebaje! pero, de repente, mientras nosotros
estábamos bebiendo y charlando, el guarda se levantó casi de un salto y salió
disparado hacia la puerta; el americano estaba apoyado en el marco, medio
cayéndose, y llevándose las manos al corazón.
− ¡Ayudadme! Nos ordenó
el guarda.
Y entre los cuatro
conseguimos llevar al yanqui hasta un butacón y echarlo a larga. No se quitaba
las manos del corazón, como si le doliera intensamente, y mantenía los ojos
cerrados con una mueca de intenso esfuerzo. El guarda puso su mano derecha
sobre las manos del montañero y suavemente le dijo:
−Tranquilo, hombre,
tranquilo; ya ha pasado. No es auténtico dolor, es solo el reflejo de un
recuerdo. Relájate.
El yanqui al fin abrió
los ojos, nos miró con ojos de alucinado y gritó:
− ¡Esto no es real! Yo,
yo, ¡estoy muerto!
−Bueno, ¿y qué? Le dijo
el guarda. ¿Y por eso va usted a rechazar nuestra compañía? ¿Qué prefiere leche
o vino? Levántese.
− ¿Qué importa ahora lo
que decida? ¿Hay alguna diferencia entre elegir una cosa u otra?
−Por supuesto, amigo.
Si usted prefiere la leche en cuanto se sienta totalmente repuesto tomará sus
cosas y bajará de la montaña para volver a la vida, a una vida muy similar a la
que hace instantes tuvo que abandonar.
− ¿Y si toma el vino?
Casi le grité yo con la segunda copa ya vacía en mi mano temblorosa.
El guarda se giró hacia
mí y me habló mirándome fijamente a los ojos.
−Cuando usted quiera,
me dijo, puede recoger sus cosas y seguir con su escalada personal. Es muy
sabroso, al parecer, ese vino. ¿Quiere otra copa? Tómela, la jarra está llena.
− ¿Qué vuelva a ese
infierno de fuera? ¿Y seguir subiendo? ¿A dónde? ¿Por dónde? ¿Cómo? ¿Yo sola?
−Me parece que nadie le
dijo que iba a ser fácil llegar hasta donde se propuso llegar al empezar a
escalar. Ni que iba a conseguirlo por un camino ya hoyado y marcado. Míreme a
mí, yo tan solo he llegado hasta aquí; no he tenido fuerzas ni ánimos para
seguir más adelante.
− ¿Más adelante?
Perdone, pero, no le he visto a usted tomar un trago de nada.
−Cierto, aún no he
decidido cuál de los dos brebajes tomar, por ello soy refugio y guardián, leche
y vino, luz y oscuridad, frío y calor.
− ¿Y cómo he llegado yo
a este lugar y con esta gente?
−Porque usted entró en
mi corazón al persistir en venir hasta mi cueva, a pesar del terror que le
causan las serpientes; yo tenía hambre y me dio de comer, yo, tan solo puedo
ofrecerle algo de beber.
−Pero, entonces,
entonces, ¡usted es…!
Y al girarse para
entregarme una nueva copa de vino reconocí aquellos ojos y aquella sonrisa de oreja
a oreja. ¡Era el yogui!
Me desperté cuando ya
la claridad de la mañana entraba en la cueva. No me atrevía a deciros nada, no
fuerais a tomarme por una pirada como el Jipi, perdona, pero como hemos parado
y hemos empezado a hacer confidencias… ¿Dónde está Jiddu? ¿No habrá seguido
caminando?
−A estas horas estará
ya en la estación, sacando billete para el primer tren que pase. Le noté muy
afectado esta mañana y no habrá parado ni un minuto de caminar.
− ¡Pues anda que tú!
Pareces transido, ¿por qué no nos cuentas lo que te ha pasado esta noche? ¡No
fumes esa mierda de Yokin!
−De acuerdo, no tengo
ganas ni de fumar, pero que sea camino del tren, quiero largarme de aquí cuanto
antes. No pasaría otra noche en esta tierra por nada del mundo. ¡Qué sí! que os
lo contaré en cuanto me sienta bien; pero coger las mochilas que nos vamos.
− ¿Te ocurre algo Jipi?
Disculpa lo que te he dicho.
−Disculpa aceptada,
Sheila, no hay necesidad de que pongas la mano en el corazón. No sé lo que me
ocurre; caminemos, por favor, vámonos de aquí.
Sí, estaba en lo cierto
Jipi, no les quedaba un tramo muy grande de sendero hasta llegar a un lugar
civilizado y media hora después ya caminan por el andén de la estación. Jiddu
está sentado en un banco y les saluda cuando llegan; extraño que lleguen los
cuatros juntos y en silencio. ¿Caras de preocupación?
− ¿Os ha ocurrido algo
por el camino? Llevo casi una hora esperando por vosotros.
−Aquí, Jipi, que se
encontraría mal, raro, no sabe qué le ocurre, se desorienta constantemente, y
no porque haya fumado algo de lo mío.
−A ver, amigo, dame las
manos y dime qué te ocurre. ¿Me reconoces? Recuerda: España, León, Barrio
Húmedo, ¡despedidas de solteros!, recuerda.
−Disculpa Jiddu, siento
una fuerte punzada en el entrecejo y por momentos se me nubla la vista hasta
dejarme ciego. Han tenido que hacer de lazarillos conmigo hasta llegar aquí.
Necesito sentarme y comer algo sólido, a ver si se me pasa.
−Siéntate aquí y no te
preocupes más. Llamaré a un vendedor ambulante de esa comida que tanto te
gusta.
−Eso, eso, buena comida
hindú y curries variados, no quiero volver a probar otra barrita. Tomaré
también un paracetamol.
Pasado un rato ya más
tranquilos y comunicativos todos Jiddu, que parecía toda la mañana una figura
de un museo de cera consigue con su pobre nivel de lengua española que Jipi se
anime a charlar y se relaje un poco. Por momentos parecía una estatua de
piedra, debido a su rigidez extraña y su ceño fruncido.
− ¿Se te va pasando?
−Supongo. Esto no ha
sido buena idea, mala, mala idea; debí quedarme pasando las vacaciones
escalando en las Hoces de Vegacervera y no venir nunca a este país.
− ¿Por qué lo dices? No
has parado de reírte y divertirte desde que nos conocimos en el aeropuerto de
Frankfurt.
−No sé cómo explicarme
Blanca, son sensaciones, cosas que veo sin mirar, angustias sin motivo, frases
que escucho sin que nadie haya a mi lado, ¡no sé qué me está ocurriendo!
−Tranquilo, tranquilo,
Jipi, tranquilo. ¿Otro paracetamol?
Después de una hora
larga atendiendo al Jipi, blanco, lívido, pálido como la luna, sudando como un
caballo, ¿no se te habrá cortado la digestión? Si no ha comido nada, prueba lo
que te ha traído Jiddu, anda come algo; allá por el tercer paracetamol parece
ir reaccionando.
− ¿Qué me ocurre Jiddu?
No me quito al yogui de la cabeza.
−Por lo que sé y estoy
viendo me parece que estás en poder del yogui. Yo no puedo hacer nada contra su
magia poderosa.
− ¿Y quién, quién
podría ayudarme?
−De un yogui solo puede
librarte otro yogui mayor aún. No te preocupes, tienes suerte.
− ¿Suerte? ¡Estoy
delirando! Me estoy muriendo o enloqueciendo o no sé qué. No sabes lo que pasa
por mi cabeza y continuamente. ¿Qué debo hacer Jiddu? ¿Qué puedo hacer?
−Sacar billete para el
próximo tren. Es un directo a Benarés. Allí encontrarás yoguis por docenas,
alguno podrá ayudarte.
− ¿A Benarés? ¡A
Benarés!
El Jipi ya está
corriendo hacia las taquillas para sacar billete dejando en el suelo su mochila
y cosas y sentados como tontos a sus compañeros antes de que alguno pueda dar
opinión alguna.
¡Otro viaje en tren por
la India profunda! Solo falta que suban las vacas y los elefantes también, el
jolgorio es tremendo y los niños, Jipi parece tener un imán oculto, no paran de
ir y venir y sobarle a base de bien, pero logran el efecto de que el marasmo y
el terror se vayan difuminando de su ánima penitente. Ya está calmado, ya
sonríe, ¡cómo no vas a sonreír si estás en India! compra comida por la
ventanilla en alguna parada, da mordisquitos antes de dársela a algún chaval.
Vuelve a ser el mismo de siempre. Al menos eso parece, pero ¿podemos estar
seguros?
− ¿Sabéis lo que os
digo? Sheila, escucha, se me está ocurriendo, recordando tu sueño maravilloso,
que podríamos, entre los cuatro, inventar una auténtica logopandocia mientras
llegamos y no a destino.
− ¿Una logo qué? ¿Lobotomía?
Yo te la haría con la navaja suiza, verás, en cuanto supures un poco se te
pasaría…
− ¡Que no Yokin! que no
es eso, solo permito que me urge en la cabeza mi peluquero de siempre.
Logopandocia, crear una lengua universal con la que se entendieran todos los
seres de la galaxia y entonces…
− ¡Podríamos ligar con
todas las chicas de la India!
− ¡Y más allá!
Galácticas, Yokin, seguro que hay chavalas galácticas y auténticas y si
pudiéramos hablar con ellas entonces…
−Sheila, yo, en cuanto
pueda me cambio de asiento. Debimos dejar a estos dos en la cueva y marcharnos
con Jiddu. Están como chotas.
− ¿Con Jiddu? ¡Ja! no
te creas, guapa, que el morenito estaba mejor que estos dos, tenía un acojone
encima que ni te imaginas
− ¿Y eso?
−Algo me contó. Que se
pasó la noche de Bollywood; ya sabes, cantando y bailando todos a coro. Y eso
no es lo peor.
− ¿Qué tiene de malo
soñar con cantar y bailar?
−Pues que está
comprometido para casarse antes de final de año y, en su sueño, con la que, ya
sabes, cantaba y bailaba, era otra. Una compañera de universidad que es de otra
casta o clan o algo de eso. ¡Tiene un lío que ni te imaginas el chico!
−Pues que se case con
las dos, ¿no hacen eso aquí?
−Me parece que solo los
musulmanes, y él es hinduista, su padre es brahmán o algo así. Tiene un
problema entre manos, me dio su teléfono por si le necesitamos. Qué pena que no
pudiera acompañarnos.
Benarés, el fin del
mundo en el centro del mundo mismo, otro principio de todas las cosas, otra
marabunta inigualable. Benarés, donde las almas son lamparitas que brillan
hacia la eternidad, Benarés, donde todo habrás de dejar atrás. Toma lo que
necesites y deja lo que ya no desees. Pero nuestros cuatro expedicionarios
inmarcesibles ni se han enterado aún perdidos y desarbolados por el tráfico
imposible que se encuentran nada más salir de la estación ferroviaria. Coches y
autobuses, camiones, motos, bicis, hasta vimanas deben pasar y cruzar todos
lados y todas direcciones.
−Vosotros seguirme,
pegaditos a mí, yo os guío. No veis que soy de León; allí también conducimos
así.
−Mira Jipi, para un
poco, nos tienes locas, pero locas, ¡eh! ¿Dónde nos llevas? ¿Dónde vamos?
−A un hotelito cerca
del río, a cuatro pasos de los balnearios.
− ¿Balnearios? No me
vendría mal un buen baño.
−Pues te lo das en el
hotel, Blanca; algunos balnearios no dejan entrar si no eres hinduista. Pero
tenemos el río a mano y ¡lo mejor de todo! se está celebrando el Festival de
Rama, o Kalki o algo así, habrá docenas de gúrus y kalachakros y no sé cuántas
cosas más.
− ¿Se te pasó el dolor
de cabeza?
−Se ha difundido por
todo el cráneo y me baja hasta la clavícula por lo menos. Estoy como los
famosos monos, ni veo, ni oigo, ni digo más que sandeces.
−Entonces, ¡estás como
siempre!
− ¡Pero yo sabía que
era yo el que soltaba las chorradas o pensaba las tonterías y hacía las
majaderías. Era yo el que tomaba las decisiones, ¿entiendes?
− ¿Y ahora?
−Ni puta idea. Cada vez
que intento pensar por mí mismo se me pone un punto doloroso en el entrecejo y
se me va la pinza totalmente. Me miro en la foto del pasaporte y no me
reconozco en lo más mínimo, ¡como si fuera otro! ¿Entiendes? como si hubiera
cambiado de personalidad o algo así.
− ¿No habrás cambiado
también de sexo? Total, ya de paso que estás mutando.
−Me lo estará pensando,
me lo estará pensando.
−Pero, ¿el qué?
−Y yo que sé. Por eso
hemos venido aquí, necesitamos respuestas. ¡Umm! Me encanta la comida casera
que hacen en esta tierra, venga, vamos a alojarnos y os invito a cenar.
Calles súper
transitadas, puestos de comida deliciosa, (¡Nos vamos a volver vegetarianos!
¡Qué rica!) Templos y más templos de todos los tamaños y colores dedicados a
todo tipo de santos y deidades. Jipi entra en todos, besa a todo el mundo, se
arrodilla, exclama, aclama, implora, vocifera; nada. Al llegar al río, en un
hueco que hay entre balnearios, se postra a los pies de un grupo de yoguis que
se están fumando unos canutos tamaño Montecristo Nº 2, pero nada, le hacen carantoñas
y le indican que vaya a bañarse al río.
− ¡Que estoy teniendo
visiones de dioses!
− ¡Al río!
− ¡Que estoy
discutiendo con los siete Rishis!
−Al río.
− ¡Que me están sobando
y empujando unos seres extraterrestres e invisibles!
−Que te están diciendo
que tires al río.
Cada vez más choto loco
y más alucinado el pobre Jipi, pare donde pare, sube y baja escaleras, hable
con quien hable todo el mundo le indica la misma dirección: al río. (Yo ahí no
me meto, ¡menuda letrina!)
Reunidos de nuevo los
cuatro escaladores en la habitación del hotelito cercano y ante el estado de
excitación y trastorno, cada vez más evidente, del Jipi deciden que lo más
aconsejable es regresar al río, ya es tarde y pronto anochecerá, de nuevo con
los yoguis, tal vez consigan hacerse entender con ellos, y pueden llamar por
teléfono a Jiddu para que les traduzca lo que dicen.
−Volvemos de nuevo a la
orilla y tal vez allí recobres la calma y la cordura, ¡pareces poseído!
Cálmate. Vamos y nos sentamos con los yoguis y nos fumamos unos buenos petas,
¿de acuerdo?
−Es que tengo como una
especie de remolino que me horadara aquí, en el centro de la frente, y no hago
más que alucinar constantemente.
−Pues venga, vamos, te
acompañamos al río; no nos vas a dejar dormir con tu maturranga.
−Gracias Blanca,
gracias a los tres. No sé qué sería de mí si estuviera ahora solo, en este
estado.
Anochecer en Benarés,
oscureciendo en las orillas del Ganges, el humo de las cremaciones oculta los
últimos rayos del sol pero cientos de lamparitas iluminan el cauce del inmenso
río camino del amor y la muerte. Hay gente lavándose en las orillas, entre los
templos, en los balnearios, en las escalinatas, por todas partes. En el mismo
rincón de siempre encuentran al grupo de yoguis meditando con diferentes asanas
(unas posturas muy raras para que fluyan las corrientes energéticas o se te
corte hasta la digestión; según sea tu constitución personal)
Anochece y el Jipi no
encuentra solución a su alarmante estado de chifladura continuada y a la
protección y presencia de los yoguis desnudos y sucios se acoge pidiendo su
ayuda en todos los idiomas conocidos (ya es un auténtico logopandocio) hasta se
lo pide en checovolsvopolaco. Al fin, un acólito de alguno de los yoguis
presentes y que chana algo de inglés le hace entender que le aceptan a su lado,
que puede quedarse con ellos a pasar la noche, si lo desea; estarán meditando.
− ¡Gracias! Gracias.
−Jipi casi pega con la frente en el suelo con sus exageradas reverencias. ¿Qué
tengo que hacer?
−Desnudarte es lo
primero para que te acepten a su lado.
Dicho y hecho, en
segundos Jipi ya está en calzoncillos y descalzo.
−Blanca, porfa, ¿me
llevas mis cosas al hotel? ¡Vale! ¿Y ahora qué hago?
−Usted debe adoptar una
postura para meditar al lado de nuestros sagrados santones.
− ¿Una postura? ¿Cualquiera?
¡Bah! Eso está chupao, ¡no os riáis vosotros! Soy español, sabe usted.
En efecto, no solo a
sus compañeros sino a todos los que contemplan la escenita termina por darles
la risa al ver al Jipi intentar una tras otra las terribles asanas y verle
darse trompazos o desencajarse hasta la mandíbula. Imposible, es español, está
en lo cierto, para él no hay nada que no esté a su alcance pero tendría que
estar años y años practicando antes de conseguir realizar correctamente alguna
de esas filigranas de contorsionista. Desesperado, al borde del llanto,
implorando a los impasibles yoguis consigue que uno de ellos le indique algo a
uno de sus acólitos.
−Santón Kaliculi decir
que usted deber hacer postura occidental, postura cristiana, o se le hará de día
y no conseguirá nada.
− ¿Cristiana? ¡Joder!
¡De rodillas! claro, claro.
Se coloca al fin al
lado de los santones de rodillas, el torso erguido, con palmas de las manos
unidas, (Como las ponen los bodhisattvas, eso es; para Buda ya se ve que no valgo)
a la altura del ombligo. Tieso como un álamo, ¿así? Uno de los yoguis asiente,
incluso se levanta para corregirle la postura pues a los pocos segundos ya se
comba como un junco para todos lados. Le pinta una raya en el entrecejo y le
dice algo que no entiende. El acólito, apiadándose de este gañan, ¿cuántos
occidentales como éste no habrá visto ya por estos parajes? le dice al oído:
−Santón Kaliculi decir
que usted aguantar así, quieto, hasta la salida del sol, y usted completamente
curado. Ahora respire, respire, respire correctamente.
No han pasado ni cinco
minutos y, entre temblores y dolores, el Jipi comprende que hará falta un
milagro, un verdadero milagro, para que pueda aguantar toda la noche en
semejante postura y con semejante tortura. (¿Cómo me dijo? ¡Ah! sí, que
respire; eso lo sé hacer. Inspirar, eso, eso, inspirar y expirar, eso es.
¡Dios! Cómo me duelen las rodillas, me tiemblan hasta las orejas, me está
sufriendo hasta el encéfalo. Tengo que resistir, ¡debo resistir!)
Al cabo de una hora escasa
el Jipi siente hasta los movimientos de su flora intestinal pero el ejemplo de
la imperturbable presencia de los yoguis le anima a continuar. Los párpados se
le caen de vez en cuando y deja de ver las estrellas y el río pero, como si
presintieran, alguno de los yoguis, de vez en cuando, se levanta y le corrige
la postura, o le echa ceniza por encima, o le hacen muecas de lo más obsceno
delante de su propia jeta.
¿Cómo era aquello? Cada
uno solo puede dar de lo que lleva en el morral; pero Jipi no cree tener nada,
está en slip, le tiemblan hasta los pelillos de la nariz y una sensación de
terror absoluto le tiene aún más paralizado que el propio deseo de mantenerse
firme en su novedosa postura yóguica. Respirar, respirar bien, ¡no soy capaz!
Ahora me da la risa tonta. Ahora me da por recordar las historias del Drukpa
Kunley; será una venganza tántrica.
¿Qué hago? ¡Qué hago yo
aquí! Cierra los ojos y contempla batallas que bien podrían ser de Kurus y
Pandavas, los abre y le parece ver un ojo en el cielo hacia el que se
precipitan estrellas y galaxias, hombres y dioses, todas las obras de los seres
creados.
Cierra la boca y oye
voces que le insultan, la abre y le parece ser forzado a decir obscenidades.
− ¡Aprieta el culo! que
por ahí te entran. Le parece escuchar la voz de una amiga.
− ¿Blanca? ¿Eres tú,
Blanca? Me quiero morir. Vale, vale, aprieto el culo.
Otra hora pasa a la
orilla del Ganges pútrido, pestífero, aterrador a estas horas nocturnas; el
humo de las hogueras y el hedor de los cadáveres llegan y plenos profundos al
agudizado olfato del empedernido escalador español. Arcadas, vómitos, babas,
hipo, el pobre está que revienta de tanto sujetar su esfínter y, al aflojar la
tensión de los glúteos, se va por las patas abajo. Ya no sabe a qué santo recurrir.
¡Qué olor! Estoy completamente podrido. ¡Cierra los ojos!, ni se te ocurra
mirar la peste que has soltado en tus propias piernas.
−Toma, inhala un poco
de mi mierda y termina ya de echarlo todo.
− ¿Eres tú Yokin? Por
el olor yo diría que es…
−La mejor grifa que
nunca ha salido de todo el Magreb. Inhala.
−Pero, ¿tú dónde estás
que no te veo? ¿Detrás de mí? Es buena esta mierda.
−Durmiendo en el hotel,
¡no te jode! Aquí iba a quedarme yo, con el frío que hace. ¿No eras tú el que
quería iluminarse? Pues jódete y aguanta.
−La iluminación, ya,
era eso, la iluminación. ¿No podrías sacarme la frontal de la mochila y
traérmela? Estoy en un abismo oscuro y no veo nada de nada, me palpo y no me
siento, me hablo y no me escucho, ¡ayúdame Yokin!
−Que te ayude tu padre,
cazurro, que yo estoy durmiendo con las dos chavalas. Agur.
Otra hora más de terror
y angustia en la orilla del Ganges, tieso como una vela, ¿tieso? yo diría que
tiembla más que su llama. ¿Le escuchamos parlotear en su cháchara interior?
− ¿Cocodrilos? ¡Eso son
cocodrilos que devoran cadáveres! ¡Vendrán por mí! Ya están aquí, estoy en sus
fauces, no tengo salvación. Cierra los ojos y nos les verás.
Y ahora mandalas,
mandalas y más mandalas aparecen en su visión interior y terrorífica, y los
demonios le conducen a su universo pavoroso. Le arrancan mechones de cabello.
¡Que no soy el Yeti! Solo alcanza a decir en su defensa. ¡Y ahora me quieren
devorar los sesos! Señor, Señor, compasión te pido.
Uno de los yoguis, ¡no!
no es Kaliculi amigo, se apiada en este momento del sufrimiento ajeno y le
rescata del infierno tántrico dándole una fuerte palmada en la espalda.
−Gracias. Alcanza a
decir el Jipi.
Pero es para peor, en
instantes se ve caer en el infierno de los Nagas, mientras el yogui se tira un
pedo enciclopédico en su propia cara, un pedo olímpico, pestífero, inigualable:
lo que hace el yoga.
Serpientes, millones de
serpientes, hombres serpientes, diosecillas serpientes, (¡Jo! vaya tetas tiene
esa) el mundo final para quien se arrastra buscando La Verdad Hinduista.
Serpientes con cuernos, con colmillos, con una dentadura de oso polar, etc.
etc. etc. No os quiero cansar que el chico lo está pasando auténticamente mal.
Nagas y Devas, tumba y ultratumba pleitean por el ánima exhausta del escalador,
mientras se lo hacen pasar verdaderamente putas. ¿Dónde iba este occidental
vacilón y sandunguero? No me peguéis, no me peguéis, ¿os gusta la Bossa Nova?
Recuerdo una canción, ¡sí! Chica de Ipanema, os encantará. Se nota cantando esa
preciosa canción en los adentros de su coco podrido y a punto de convertirse en
pura gelatina.
Respuesta: ¡Un bofetón!
Un bofetón que le pone el mentón en el hombro izquierdo.
− ¡Uff! Esto va a ser
jodido de aguantar, pero jodido, jodido. Otra hostia como esa y voy a parecer
la niña del Exorcista. No saldré de ésta, no saldré de ésta, ¡No saldré de
ésta!
− ¿Te quieres callar de
una puta vez? No hay quien pegue ojo contigo.
− ¿Quién eres?
− ¿Quién voy a ser? Tu
querida bailarina cordobesa, cabestro, Aprovecha que los distraigo para beber
algo de vino, estás que te caes.
Julio Romero de Torres
hubiera dado una mano por poder retratar a esta preciosa piconera, sus bailes
flamencos obran en instantes efectos taumatúrgicos en demonios y pequeñas
deidades del panteón hinduista embelesados por el movimiento de sus caderas y
la cola de faralaes y el taconeo maravilloso de sus pies desnudos. Sheila está
que se desborda, es todas las niñas de Cádiz, el embrujo moro, el duende
gitano, el poder de la copla española en un solo cuerpo reunido. Ojos atónitos,
deidades babeantes, grandísimos interrogantes.
− ¿Es una extraña
deidad tamil?
− ¿Una hija desconocida
del Señor Rama?
− ¿Kalki disfrazada?
Maravillados por el
prodigioso despliegue de la Danza de la Canción del Fuego Fatuo, que Sheila les
regala no atinan a nada, Rocío Jurado, ¡sí! ella, ella, la Jurado, la que está
poniendo la voz y el Maestro Falla parece que sonriera desde un cielo dorado
entre las nubes; dejando sencillamente estupefactos a dioses y genios de toda
la cultura indostánica.
− ¡Y viva España! No
puede por menos que exclamar Sheila tras concluir mirando desafiante a toda la
concurrencia que en su redor se agolpa. −Mira que sois feos, ¡mi arma!
−Gracias Sheila; muy
bueno estaba el vino, ¿Rioja? ¿Rivera del Duero? Exquisito, te debo una, vale,
vale, sigo con la postura.
La noche y el río, las
esferas celestes, todos los panteones orientales, ¿También han venido Zoroastro
y todos los babilónicos? ¡Los Annunakis con alas!
−¡Señor! Señor, estoy
perdido entre delirios constantes, los calambres me están matando, la mandíbula
se me cae y me babo como un bebé, me he meado, todo lo que soñé beber, me he
cagado todo lo comido y por comer, he sudado todo lo habido y por haber, la
ceniza se me pega y tapona cada poro de mi ser, el hedor de mis vómitos ofende
a mi cerebro hasta más no poder. ¡Esta peste tumbaría a un elefante! Me caigo.
No puedo. No resisto. Señor, necesito un milagro, un milagro o no llegaré a ver
amanecer. Me caigo, me caigo.
No es un río lo que
tengo delante, es el fluir incesante de creaciones infinitas y también sus
finales. No es agua, son constelaciones, galaxias, ramificaciones de cosas
estelares; todo pasa ante mí, todo fluye suavemente, todo me lleva hacia… ¡Uff!
Jipi nota entonces un
golpe en la crisma y comienza a derivar en sus delirios hacia los paradigmas
occidentales; su organismo, su ánima entera, transido de dolor, abandona los
fértiles campos orientales.
− ¡Se nos va!
− ¡Huye!
−Pues lo va a pasar aún
peor, los de allí son mucho más malos.
− ¿Cómo podrá curarse
bañándose en los males occidentales?
No puede evitarlo, ya
no es él mismo, ¿o sí? no se sabe ya. Una espesa niebla lo cubre todo y de
pronto Jipi se encuentra ante un aquelarre de dioses y monstruos occidentales;
hasta las gárgolas bajan de las catedrales para unirse al festín que se está
preparando.
Gentes, ¿Es gente, no?
que se reúnen y bailan en una plaza mayor, ahí traen a los tontos de capirote,
los racionalistas, los filósofos, científicos, gente de buena fe, con los
capirotes a cuestas y los hábitos de falsos penitentes y herejes, alguno le
traen montado en burra, ¡este quería ser político! ahora sí que no te vas a
poder bajar nunca de ella.
−¡Tenemos que
discurrir! Exclama uno de ellos.
−¡Tenemos que acordar
entre todos juntos! Grita otro.
−Podríamos llegar a un
consenso, le dice a las losas del suelo otro de los condenados.
Estos serán los
primeros que arderán en la hoguera. Por idiotas. Y alguno que estaba pensando
librarse de la quema lo tiran desde lo alto del campanario. ¡Y a los demás les
vareamos! Una buena zurra es lo que necesitan para entrar de nuevo en nuestra
sinrazón.
− ¡Por dios! Un poco
más, grita un guirrio. −Un poco más y tengo que sumar y restar cada vez que
intento estafar. ¡No hay derecho!
− ¡No hay derecho! ¡No
hay derecho! Exclama la multitud de guirrios y birrias agitando sus largas
varas. Y se lanzan a soltar zurriagazos a todo bicho presente.
Una viejecita le cuenta
al oído del Jipi que ya estaban hartos, ¡que tenían que declararlo todo! Y
claro, hemos estallado. Tú, lo comprendes verdad, se nota que eres de aquí. Y
la abuelita le lleva de la mano a otra plaza donde están celebrando el culto.
−Disculpe, abuela, pero
es que yo no soy mucho de…, usted me entiende, ¿verdad?
−Tú te pones a adorar
como todo los demás, ¿o es que te has hecho moro? De hinojos te pondrás, como
todos.
En el centro de la
plaza han construido un avioncito de madera, una especie de falla valenciana,
¿un avión de cartón piedra? ¿Esto qué es?
− ¡Adoremos al avión!
Exclama el obispillo. −La nave que nos llevará al cielo excelso y eterno.
Y toda la concurrencia
se arroja al suelo, se hincan de horcajas en el frío cemento, y claman de
rodillas y hacen gran adoración al aviador inmortal que les llevará, de seguro,
más allá de las estrellas del firmamento.
Un mutante translúcido,
posthumano, y transsexuado seguramente, se atreve a caminar entre la gente
hasta la altura del Jipi.
− ¿Tú qué eres? ¿Masón?
Le dice al oído.
−Lo mío no es poner
ladrillos y tampoco ponerme a hacer el ganso cuando me estoy muriendo por
dentro.
−Entonces ven conmigo.
Deja la plebe abyecta que se arrastre como debe.
Y le conduce a un lugar
apartado, un rincón oscuro, por callejuelas sombrías, lejos de las plazas y la
carnavalada inmensa.
−Eres, sin duda, el
elegido, el mensajero, eres lo más de lo más, el ultra plus.
− ¿Eres marica? ¿No?
Pues deja de sobarme.
−Soy sososexual,
necesito agitar mucho mis plumas para llegar al clímax final.
− ¿Dónde me conduces?
Estoy en la última agonía, necesito la extremaunción o algo similar.
−¡La extrema! Nosotros
somos tu salvación y tú nuestro nuevo salvador. Ven por aquí.
Parecen calles angostas
y maravillosas por las que caminan, tal vez sea Praga, tal vez Toledo, algo
europeo con un toque chic, fan, irreal, y fluctuante. Y caminan hasta llegar a
la parte trasera de un gran edificio que podría ser un palacio ducal o cine del
siglo XX. Dentro hay una especie de baile de máscaras, otro tipo de carnaval,
que se representa dentro del gran teatro Emperador del mundo mundial. Las
máscaras caminan en parejas, se frotan en tríos, se pulen en cuádruples, y se
agostan en montones por los rincones.
Los más se agolpan
hacia el escenario hacia donde Jipi es trabajosamente conducido por su amigo
plumífero y con zancos. (¿Cómo puedes andar con esos tacones?) Un ballet con
todas las chicas del Cancán o similar cabaret están exhibiéndose en estrecha
formación aguantando impertérritas las burradas que les sueltan los
espectadores. Tras ellas, en el centro del escenario, hay una especie de altar
y tras eso hay un gran trono, y superándolo todo, inmensa, una moneda brilla y destella;
sentado en el trono se muestra un hombre, parece uno de esos que anuncian
calzoncillos pues no para de lucir tableta de chocolate y un buen bulto debajo.
Cuando las chicas del
ballet se retiran y las luces enfocan al figurín las mujeres, ¡y los hombres
también! comienzan a vitorearle y lanzarle bragas, sujetadores, consoladores,
vibradores y otras cosas que mejor no mencionar. Los hombres se humillan,
lloran, se tiran de los cabellos. ¡Tantas horas de gimnasio y sigo con barriga!
¡Voy ya por la quinta dieta y sigo engordando! ¡Me he hecho vegano y sigo
reteniendo líquidos! ¡¡Ayúdanos!! O tú Gran Pollón, Altísimo Representante del
Gran Monedón. Nuestro Dios Único y Verdadero.
El griterío de los
varones barrigones espabila sin querer al Jipi, que está sencillamente que se
cae, y mirando en torno suyo le hace exclamar cayendo de rodillas:
− ¡Señor! ¡Señor! ¿Qué
mal hice yo naciendo aquí? ¿Estoy acaso pagando por el pecado de mis padres o
cometí alguno nefando en mis peores sueños?
Alzando los ojos hacia
uno de los palcos le parece entrever a un Plutón mayúsculo y a su lado una
lasciva Proserpina que se lo está comiendo con los ojos ocultos por los
anteojos.
− ¿Es tonto ese rubio?
¿Qué hace aquí? No es de los nuestros.
−No, no lo es, pero de
tonto tiene bastante. Buscaba La Verdad, ¿no te hace gracia?
−Ahora que lo dices
valdría para actor, es muy guapo.
−Y así poder visitarle
tú en los camerinos. Estoy pensando en mandarle a los sótanos, para que trabaje
con los motores y levantando las tramoyas que mueven los escenarios. ¿Qué
opinas reina?
−No le entierres tan
pronto, ¡es tan joven! tan audaz. ¿Buscaba La Verdad? Qué iluso, qué romántico,
(me derrito por sus huesitos) Mándale a trabajar con el proyectista de filmes,
que consuma sus días poniendo y montando películas para deleite nuestro.
Dicho y hecho, para
algo son dioses auténticos y occidentales, ya está el Jipi cargando rollos de
películas para montar en el proyector. Rollos y más rollos. ¡Tarzán y las
amazonas! Esta mola. El padrino, es genial; pues mira que bien, condenado a
divinis a cargar, proyectar y ver todas las películas que ha concebido el genio
occidental.
Pronto llegará al
hastío, inconsciente del espacio y el tiempo, ausente, ni un mínimo signo de
conciencia debe palpitar en su agotado corazón ignorante de su condena, que ni
Tántalo soportaría. Pues su humanidad parece haberse ido por el ventanuco con
las luces del proyector.
− ¿Qué soy ahora? ¿Un
zombi, el Golem? Pobre de mí, perdido para siempre. Nada me podrá salvar de
esto. Qué aburrimiento.
− (Mira que eres bobo,
¡mira por la ventanilla)
− ¿Esa voz? ¿Jiddu?
¿Eres tú? Que mire por…
En la gran pantalla se
está proyectando una fastuosa película de Bollywood, con docenas de cantantes y
bailarines entonando una preciosa canción romántica. En escasos segundos ya
está Jipi, encerrado en el cuartito de los proyectores, intentando seguir el
cántico y el ritmo y movimientos de los actores. ¡Qué pasada! Jiddu es un fuera
de serie, lo que daría por poder bailar a su lado.
No lo puede evitar, en
sus últimos estertores, cuando ya siente a La Parca llamar a la puerta del
cuarto, no puede por menos que bailar y bailar, ¡Bailar! ¡Cantar! Señor,
¡Nosotros nacimos para eso! Es mi espíritu humano, es mi amor danzón, es mi
ánima animal, lo que baila. ¡No pudo ser y muero! pero muero cantando y
danzando, no di para más en mi puñetera vida. Esto no da para más. Mejor morir
ya.
Cree que exhala cuando
expulsa el último veneno por los lacrimales escuchando la preciosa canción que
Jiddu está entonando y cuando le parece que se va definitivamente al suelo para
no volverse a levantar siente que algo, alguien, una cosa, ente, incognita
extrema, le sujeta y mantiene en pie.
Derecho, firme,
incólume, ya ni babas le salen y se está comiendo los mocos de puro hambre y
sed, pero está aquí, presente, de nuevo presente en sí mismo.
− ¿Estoy de nuevo en
India? ¿Eso que huelo sigue siendo el Ganges? ¿Por qué? ¿Por qué no llega el
amanecer?
−Pero si ya hace rato
que es de día, idiota. ¿No ves el sol y que te has quedado solo?
− ¿De día? ¿Sheila? Es
que las cenizas me han tapado los ojos y no veo un pijo. Un momento. Quítamelas
de los ojos.
Ante el Jipi se
despliega el Ganges en todo su esplendor y un sol inmenso, el sol hindú, una
paella ardiente y dorada brilla ante sus ojos.
− ¿Blanca? ¡Blanca!
− ¿Qué? ¿Qué te pasa
ahora pirado? ¿Por qué no te levantas?
− ¿Dónde? ¿Dónde están
los yoguis? Necesito consejo, tengo un millón de preguntas por hacer, ¿dónde
están?
−Se fueron a desayunar
al vernos llegar. ¿Vas a estar así mucho rato?
− ¡No puedo moverme!
Pesa sobre mí la terrible maldición del yogui supremo de la última realización
positiva, átmica e irreal. ¡No puedo moverme!
Moriré en las sagradas
orillas del Ganges, quemaréis mi cuerpo con maderas nobles y olorosas y unas
gotas de Chanel Nº 5, por favor, en recuerdo a una novia que me abandonó, me
vendrían bien en mi óbito final. Me voy os dejo. Ya no me queda nada aquí, ya
no soy, ya no fui, no seré, adiós.
−Avisa cuando palmes de
una puta vez que me voy a hacer otro peta entre mientras.
−Eres un bruto Yokin,
no ves que lo ha pasado fatal toda la noche aquí tieso. ¿Qué podemos hacer por
ti Jipi? ¿En qué podemos ayudarte?
−No sé, no sé, ya no
recibo, os dejo, es lo que siento, me voy, me muero por dentro. El sol es
terrible en esta tierra, Blanca, ¿puedes ponerme el sombrero? ¿Lo habéis
traído?
−Claro, hombre; tu
sombrero y todo lo demás. Ya no recuerdas que eres atópico y no puedes ver el
sol ni pintura. Toma, tu sombrero, pesado, que eres un pesado, ¡tu precioso
sombrerito!
¿Tópico? No, ha dicho
atópico, ¿atópico? ¡Atópico!
−Joder, yo soy atópico.
Como si una reacción
atómica, que digo, un nuevo Big Bang se desencadenara en el interior del
explorador galáctico, en instantes se arroja al suelo, rueda, se desentumece y
estira y se lanza aullando escaleras abajo hasta tirarse de cabeza al río.
− ¡Ves! lo que yo te
decía Blanca, lo que no pueden todos los yoguis del mundo y los santones
variados lo alcanzan los terrores verdaderos. Este huye más del sol que el
propio Drácula. A ver si ahora se ahoga.
−Ya, pero lo que no
alcanzo a comprender es cómo fue capaz de aguantar toda la noche de rodillas y
con los yoguis choteándose de él. ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo lo logró este pirado?
−Pues habrá sido un milagro,
un milagro más en Benarés; yo estaría por empezar a creer, pues.
− ¡Que no fumes esa
mierda! O te vas tú también al agua.
Un sombrero de
montañero, un sombrerito occidental va hundiéndose en las oscuras aguas del río
arrastrando consigo la terrible maldición de los poderes mágicos del yoga
auténtico, y en la orilla emerge un joven atolondrado y, esperemos, que
escarmentado.
Una cosa es el buen
humor y otra la burla profana hacia lo que a otros les parece sagrado. Confiemos
que de aquí en adelante sepa mostrar respeto auténtico hacia otras personas, y
hacia sus realizaciones, que no todas son tangibles; y algo nos dice que Jipi
ya se ha dado algo de cuenta. Y si no, cada vez que note dolor en las rodillas,
subiendo y bajando sus amadas montañas, algo se lo hará recordar.
Algo como si fuera el
recuerdo de una broma macabra y terrible de alguien a quien despreció por su
aspecto exterior.
Espero que encontréis rápidamente el sentido profundo de este pequeño cuento y el noble motivo que movió a escribirlo, amorcitos; son solo cuentos, son solo sueños.
Próximamente saldrá a la venta una nueva colección de cuentos fantásticos con la que espero alegraros la vida y alejaros de la pesadumbre cotidiana.
Hasta entonces, un abrazo.
Si no conocéis la Canción de la Danza del fuego fátuo de Manuel de Falla aquí tenéis un vídeo con la voz de Rocío Jurado y la guitarra de Paco de Lucía. ¿Dónde termina el Oriente y comienza el Occidente?
Si no conocéis la Canción de la Danza del fuego fátuo de Manuel de Falla aquí tenéis un vídeo con la voz de Rocío Jurado y la guitarra de Paco de Lucía. ¿Dónde termina el Oriente y comienza el Occidente?
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