Animaros a contar vuestros sueños, ¿que daño os puede hacer? Soñar y relatarlos con libertad; yo he lanzado la iniciativa y nada mejor que predicar con el ejemplo.
Contar a otras personas los vuestros y aún mejor: escribirlos; no os arrepentiréis.
La
mujer de Loot
Tan solo era un
experimento, un sencillo, elemental, básico, experimento; una apuesta con los
amigos. Ciencia para aficionados, no cabía magia alguna en mi apuesta; pues de
eso se trataba el asunto. La mejor sal que nunca había conseguido alcanzar en
mis retortas, la más pura y de cualidades aún inexploradas, sería sometida al
calor más intenso y concentrado que pudiese conseguir y el resultado sería:
¡luz!
Sí, mi apuesta
personal, bastante elevada por cierto para lo menguado que estaba ya nuestro
capital, sería conseguir que aquella sal luciera, brillara, como una pequeña
esfera celestial, con luz propia, hasta consumir el material.
Burlas, mofas,
escarnios, de todo recibí por parte de amigos y vecinos hasta que conseguí que
me cubrieran la apuesta. Las viejas consejas de mi madre no hicieron efecto
alguno en mi poderosa voluntad: ¡lo perderás todo! De nada sirvió que me lo
repitiera; yo, erre que erre, preparando el experimento hasta que llegó el día
fatal.
Medio clan estaría
reunido en nuestro hogar y los que no podían entrar miraban por las ventanas;
allí congregados y apretujados, vociferando, agotando apresurados mis barriles
de la mejor cerveza del país, pero mi esposa, que siempre fue muy guerrera, les
atizaba con la lanza aquí y allá en sus duras cabezas para que me permitieran
operar a conciencia.
Y llegó el momento
culmen, en la gran retorta la blanquísima sal comenzó a recibir el fuego
intenso de mis mejores piedras negras, una a una escogidas para aquel momento;
cuando alcanzó el punto de fusión ¡el golpe de efecto! Por una conducción
alambicada hice llegar hasta la sal todo el aire de mis pulmones. Funcionó.
Tal y como había soñado
así sucedió.
La sal comenzó a emitir
una luz brillante y dulcísima, pequeña, pequeñísima pero maravillosa estrella.
Apagamos las lámparas de aceite para verla mejor. ¡¡Sí!! Brillaba, lucía tan
pura como la Conciencia de Nuestro Creador pero al poco la luz remitió y
empezamos a quedarnos a oscuras, estupefactos y maravillados por el prodigio
que habíamos contemplado nadie se movía de su sitio viendo como desaparecía.
Cuando ya estaba encendiendo una lámpara que tenía a mano los congregados
comenzaron a gritar:
− ¡Vuelve! ¡La luz
vuelve!
¿Qué estaba pasando?
Miré en todas las direcciones.
Mi esposa, que, sin
soltar la lanza de la mano, (Al menor descuido nos hubieran robado hasta la
vajilla. Bien conocíamos a nuestros familiares) se había puesto a soplar con
todas sus fuerzas por el alambique dorado. El prodigio volvió a suceder por
segunda vez, ¡pero si apenas quedaría algún grano ínfimo de sal que no se
hubiese consumido!
¿Cómo pudo suceder?
Pero allí estaba, ante
nuestros ojos deslumbrados una nueva estrellita de luz prodigiosa. Abracé a mi
esposa, canté, bailé, les grité a pleno pulmón:
− ¡He ganado la
apuesta! Sin la menor de las dudas. Pero, ¿qué ocurre? ¿qué pasa? ¿ya ha dejado
de brillar? Pues da igual porque yo voy a cobrar ahora mismo.
−No, que va, está
aumentando en brillo y tamaño. Acércate. Me dijo mi hermano Noer.
Increíble. La luz
estaba creciendo, aumentando hasta llenar la retorta por completo y, de
repente, ¡la retorta desapareció! Y todos nos apartamos espantados.
La luz crecía y crecía,
inmisericorde.
Salimos a la calle a la
carrera; me inquirían, me gritaban, me apechugaban.
− ¿Qué has hecho, Loot?
¿Qué has creado, mago oscuro?
− ¡Páralo! ¡¡Para eso!!
− ¿Cómo? La, la sal,
esto, la sal ya se habrá consumido o estará a punto de hacerlo. Confiar en mí,
esperar un momento; se agotará.
¿Agotarse? La luz no
paraba de crecer y se estaba comiendo mi hogar, todo cuanto teníamos iba siendo
engullido rápidamente por aquella esfera luminosa. Ya solo quedaba en pie las
cuatro paredes de nuestra casa y la luz se expandía por los ventanales. ¿Cuándo
pararás? ¿Cuándo pararás de comer? Pensaba para mí, alelado.
Mi hermano me sacó del
ensimismamiento de un golpe en la espalda al tiempo que veía como mi casa, mi
hogar, mi hacienda, desaparecía en aquella luz prodigiosa.
− ¡A los carros! Con lo
puesto, ¡ya!
−Pero, pero, ¿Qué
dices? ¿a los carros?
− ¡Que nos largamos
pitando!
Mi mujer ya estaba
subida al nuestro y azuzando a los caballos, tuve que subirme en marcha. Todos
los ciudadanos estábamos en las mismas: salir a la estampida en la noche
estrellada hacia cualquier lado. Nos alejamos despavoridos hacia las colinas
cercanas y no paramos hasta llegar al collado para que recuperasen el resuello
las bestias y nosotros del espanto. Pero tan solo unos momentos escasos. La
luz, cual esfera de magia maligna inexplorada seguía creciendo y devorando;
nuestra amada ciudad desapareció en instantes bajo una burbuja luminosa. Una luz
insoportable se estaba tragando los sotos, los huertos, nuestros animales
domésticos; todo estaba desapareciendo y no podíamos ni mirarlo.
Seguía creciendo.
¿Cuándo pararás?
¿Cuándo dejarás de comer? Le gritaba a mis espaldas con la voz callada. Los
animales, más asustados que cansados, nos lanzaron de nuevo a la carrera hacia
el valle vecino. Nos refugiaríamos en Gamarra, sí, en Gamarra nos acogerán,
somos como hermanos, con los brazos abiertos al saber de nuestra desgracia
inesperada.
−Al trote, ¡al trote!
Le tuve que gritar a mi esposa, o reventaremos los caballos.
Llegamos de amanecida;
mi hermano ya nos esperaba y había puesto en alerta a los gamarranos que
asomaban a las puertas y ventanas para contemplar aquel prodigio en el oeste
cercano. No me dio tiempo para explayarme en descripciones o explicaciones
científicas: por el collado ya asomaba bajo el cielo oscuro una inmensa burbuja
deslumbrante.
− ¿Qué va a ocurrir?
¿Qué tenemos que hacer? Me acogotaba mi tío Ziussusudra, rey de Gamarra. ¿Qué
hacemos, sobrino?
−Ni la menor idea, rey.
Esperemos a ver si para de crecer y se consume ella sola. Deja que recobre el
aliento.
Pero no paró ni se
consumió, antes de que el sol se hubiese levantado por completo sobre el gran
plato terrestre toda Gamarra y los que de Somarra habíamos llegado estábamos
saliendo de estampida hacia el desierto lejano. ¿Cuándo pararás? ¿Cuándo
pararás de comer? No soy capaz de pensar otra cosa.
Al poco tiempo
sentíamos como la burbuja engullía nuestra ciudad hermana. Y seguía creciendo.
− ¿Qué? Me gritaba Noer
desde su carro, ¿Cómo vas a pararla, alquimista?
−Tal vez se alimente de
cosas vivas, de hierba, de carne, de aves; en el desierto estaremos más
seguros, ¡aquí no hay nada!
Que equivocado estaba,
(bueno, no tanto, tanto) La burbuja siguió creciendo y creciendo pero al
adentrarse en las doradas arenas asemejó retener su impulso creciente e
inflarse un poco más despacio, algo casi imperceptible, pero crecía más
despacio, otro poquito más despacio, otro poquito.
Creí tener la partida
ganada.
Nuevo error, aún me
quedaba por perder la mayor, ¿Qué cómo no me di cuenta? Porque nunca había
perdido una apuesta, y porque se estaba oscureciendo aquella cosa; sí, bajo la
implacable luz de nuestro divino sol Shamaash, el Loado, la esfera debía estar
lentamente oscureciéndose pues su resplandor se iba haciendo menos fuerte, y me
di cuenta del hecho. Refrené aún más los caballos y les grité a mis familiares
para que me imitaran. Teníamos a la vista un pequeño oasis, podríamos parar y
beber agua, recuperarnos.
− ¿De verdad estás
seguro que la luz está dejando de crecer?
−No estoy seguro del
todo, del todo, Noer, pero se está oscureciendo y refrenando en su avance
devorador. Sabes que siempre he sido un buen cazador, mi vista y capacidad de
cálculo sigue siendo excelente y si te digo que va más despacio es que va más
despacio. Confía en mí.
−De acuerdo por un
momento, pero seguiré al tanto; aún recuerdo como conseguiste que escapáramos
del monstruo Endikur cuando nos estaba cazando. ¡Pero eso es una luz! No un
humano o animal.
−Comenzó como una luz,
pero ahora es mucho más
− ¿Cómo qué?
−Como todo lo que se ha
engullido y digerido y me temo que aprovechado. Ya no sé lo que es pero su
origen fue salino, entonces, combinando las arenas del desierto en su interior
eso puede transmutar en…
− ¡Que no vuelvas otra
vez con lo mismo! Ahí la tienes, se nota su presencia desde aquí. Y, sí, estás
en lo cierto, ya se le puede mirar de soslayo y se está oscureciendo, va más lenta
en su crecimiento.
¿Más lenta? Que
incautos, esa cosa es implacable y crece en todas las direcciones; no lo
pensamos en aquel momento y lo pagamos al poco tiempo. ¡Ni lo había sospechado!
Si por nuestro lado tan solo hay arenas que engullir por otro… ¡¡Piensa!! Al
norte, al este y el oeste, ¿qué hay?
¡Ciudades y más
ciudades! Que hermoso era nuestro pequeño mundo. Pero no caí en ello en aquel
momento. Estaba recostado contra una palmera, agotado, adormecido, hambriento,
cuatro dátiles tan solo endulzan los dientes de un gran cazador. Estaba
pensando en cazar alguna gacela o cabra salvaje del desierto cuando desperté de
sopetón.
¡Esa cosa puede crecer
en cualquier momento de modo insospechado!
Cierto, ya estaba
llegando; si hubiera traído conmigo mi gran arco le habría lanzado una de mis
afiladas flechas pero tan solo tenía la lanza de mi esposa cargada en el carro.
¿Qué hacer? Mi hermano, su esposa, y cuatro parientes que habían seguido
nuestra loca carrera por el desierto también estaban despiertos y mirando aquel
engendro mío.
Ya no queda rastro
alguno de aquella luz prodigiosa de la pequeña estrella que había conseguido
crear en mi mejor retorta. Esa cosa es cada vez más y más oscura. ¿Qué estará
comiendo?
Nuestro pequeño y
maravilloso mundo.
Era tal nuestro
cansancio, abulia, desesperación, que nos quedamos todos allí, esperando,
serenos, insensatos. Veíamos como aquél numen extraño y oscuro crecía a paso de
hombre hacia nosotros pero preferíamos seguir con los pies chapoteando en el
agua y refrescarnos del gran calor antes que salir corriendo. ¿Cansados?
Seguramente, pero era peor la desesperación, aquella burbuja oscurecida seguía
creciendo, creciendo y tornándose más y más oscura. Aterrorizante. Si no
salíamos corriendo de nuevo era por pura inanidad, agotamiento de la voluntad
de vivir. Ninguno habíamos dormido ni apenas comido desde la cena y el sol del
desierto nos aplanaba y amenazaba con derretirnos la cabeza. Nos cubríamos con
hojas de palmera y chapuzábamos los pies en la pequeña laguna.
Cuando eso, eso
monstruoso, estaba ya a tiro de honda Innammur, la esposa de Noer, armada de
espada y escudo se dirigió hacia el numen a paso firme y decidido; siempre
digna hija de su padre, Seet el emasculador. Nunca hombre o monstruo la arredró
ni su voluntad quebró.
Estábamos alelados,
hechizados, no sé, ni todo un barril del mejor vino de mi hermano nos hubiera
llevado a semejante estado. ¿Y si tan solo fuese un hechizo? Siempre fui tan
enemigo de la magia que lo había pasado por alto, pero no así Innammur.
− ¡Puede ser un
hechizo! Oíamos gritar a Innammuur, de las serpientes gran señora y de todas
las artes mágicas.
La vimos pinchar con su
espada encantada la burbuja prodigiosa y enorme.
Y la engulló.
En un instante creció y
se tragó a Innammuur la encantadora. Eso nos hizo espabilar y volver a salir de
escapatoria. Tuve que izar yo mismo a mi querido hermano a su carro y espolear
sus caballos para que se marchara en cualquier dirección. La que fuera. Que se
marchara. Lloraba con tal intensidad, sus lagrimales eran dos manantiales que
podrían inundar el desierto inabarcable.
No le he vuelto a ver.
Confío en que se encuentre a salvo. Se llevó consigo mi bendición y la mitad de
mi alma. La otra mitad ya estaba subida al carro y tenía la fusta presta para salir
zumbando. Cuando subí era el único ser humano que mi esposa podía encontrar
hasta donde la vista alcanzaba; y atrás no íbamos a mirar, desde luego. Tan
solo asentí, inmensamente cansado, y ella azotó a los caballos para salir al
menos trotando. ¿Solo al trote? Bueno, total para qué, eso sigue creciendo al paso;
pero no nos descuidemos.
− ¿Has visto lo que
está apareciendo en la burbuja? Me comentó mi esposa al cabo de un par de
horas.
− ¿A qué te refieres?
¿La has mirado?
Yo estaba con las
riendas en las manos y era mi esposa la que controlaba el avance de la cosa
numinosa. El sol estaba ya bajando y nuestras sombras eran alargadas y oscuras,
oscuras como solo pueden ser las sombras en el desierto inmenso que hay, bueno,
que había, entre nuestras ciudades y el mar de Jaffaar.
−Pues que se ven
estrellitas; sí, bobo, para el carro un momento y mira, se ven estrellitas en
la burbuja, como la que tú creaste en nuestro hogar, ¿te acuerdas de él? Están
repartidas por toda esa cosa.
¿Estrellitas? La madre,
la pura sal que tras doscientos años de disoluciones continuadas había
conseguido en mis retortas, ha procreado; tiene hijas. Ojalá sean arañas,
arañas que devoren a la madre y desplomen la esfera sobre sí misma y podamos
volver a buscar nuestro hogar u otro cualquiera.
Nefario presagio tuve
al mirar hacia atrás.
El sol, nuestro amado
dios Shamaash, gran señor de la luz y la vida, se estaba ocultando tras la
oscuridad de la burbuja. No, no puede ser, no puede comerse al dios inmenso y
extraordinario, ¡no es posible! Pero en minutos vimos desaparecer al gran señor
Shamaash y nos quedamos atrapados en la sombra de la gran burbuja. ¿Qué hacer?
Seguir en el carro mientras veamos por donde pasamos.
Encontramos a
Innurmushima, nuestra sobrina, al pasar una duna. Estaba derrotada, se lo
notamos con la primera mirada que le echamos, derrotada nuestra campeona, sin
ánima. Caminaba junto a su bella yegua cabeza con cabeza, como si se susurraran
antiguas batallas de las que retornaron victoriosas. Detuvimos el carro y la
subimos atrás, se quedó echada sobre nuestras escasas pertenencias; até las
bridas de su montura y continuamos la marcha. La noche se nos echó encima
atravesando una larga llanada, cada vez íbamos más despacio, al paso agotado de
los caballos, y mientras veía aparecer la clara luz de Sin escuché a mi
sobrina:
− ¿Se comerá también a
Nuestro Señor Sin, Loot? ¿Se comerá esa cosa tuya al gran dios lunar? ¡Eh, tío!
¿Se lo va a comer también?
Paré el carro para
atender lo que decía la muchacha, no necesité ni calzar el freno pues los
caballos estaban agotados y miré hacia la burbuja que se elevaba inmensa bajo
el cielo estrellado. Yo pensaba que era difícil que algo consiguiera
impresionarme pero ver aquella cosa oscura cubriendo el mundo y ascendiendo al
cenit, al encuentro de Sin sin empacho alguno me sacudió en lo más profundo de
mis creencias. ¡No lo permitirá el gran dios! Se lo impedirán los grandes
dioses. Cavilaba silencioso.
Pero el numen crecía
imperturbable y hacia la media noche ya estaba a punto de ocultarnos de la
mirada afable del Señor Lunar. ¿Cuándo pararás? ¿Cuándo dejarás de comer?
La sobrina, supongo que
recuperada del agotamiento de las continuas cabalgadas y reconfortada por
nuestra compañía, se dispuso a soltar a su yegua y cabalgar de nuevo. Paré el
carro y se lo impedí.
− ¿Qué quieres hacer,
Innurmushima? ¿Se puede saber? ¿A dónde quieres ir tú sola en plena noche con
esta oscuridad? ¿No ves que estamos a punto de quedarnos sin luz lunar?
−Voy a acercarme a la
burbuja, quiero ver lo que está ocurriendo de cerca. Estoy cansada de huir,
siempre me lancé la primera en todas las batallas que hemos tenido.
−Pero contra eso no hay
manera de luchar, sobrina. No es cuestión de valor el poder vencerla.
− ¿Y cómo piensas
derrotar a un enemigo, el que sea, si no le observas de cerca y ves cómo actúa?
¿No ves esos remolinos de estrellas que están apareciendo por toda la burbuja?
Necesitamos verlos de cerca para saber qué es lo que está apareciendo.
− ¡Que no! ¡Que tenemos
que seguir huyendo!
−Dejar de discutir los dos.
Los caballos están muy cansados y necesitamos parar un rato. Esperemos a ver
qué sucede a una distancia prudencial. Terció mi esposa.
Y nos quedamos los tres
sentados en el carro, con los pies colgando viendo cómo nos quedábamos con tan
solo la luz de las estrellas y una extraña claridad que algunas zonas de la
burbuja desprendía.
− ¡Que no la miréis! ¡Os
lo prohíbo a las dos! Esa cosa se debe alimentar hasta de nuestras miradas.
Pero, como bien decía
mi padre, Mathatsulaamm el de los mil años, con las mujeres es tontería dar
órdenes o consejos; van a hacer lo ellas quieran. Y la sobrina era lo más terco
que se vio jamás bajo las estrellas. Cuando le pareció bien se bajó del carro y
comenzó a marchar hacia la burbuja. La veíamos bien, en plena noche cerrada la
esfera nos iluminaba con un inmenso remolino luminoso en su superficie cercana.
− ¡Mirad, tíos, mirad!
Es una infinidad de estrellitas que giran como la rueda de un molino. ¡Eh!
Venir, ¡venir! Hay estrellitas de colores, las hay rojas, azules, y también…
Engullida, como si el
numen notara nuestra presencia cercana a su superficie y creciera con voluntad
propia.
Animar a los jacos y
seguir marchando.
− ¡Que no la mires!
Atiende, algo tiene de bueno esa cosa: nos ofrece tanta luz a nuestras espaldas
que podemos ver por dónde vamos.
− ¿Acaso sabes a dónde
vas, esposo? ¿Dónde vamos, Loot? ¿Alguna vez lo has sabido?
−Hacia el mar. Con Enki
el Profundo no podrá esa monstruosidad. Nada ni nadie puede derrotar al supremo
Enki, le pediremos refugio y protección al Padre de la humanidad. Comenzaré a
recitar Su Oración.
− ¿Y qué le vas a
sacrificar, guapo? ¿La yegua?
−Lo que Él nos pida y
desee. Déjame recitar las salmodias sagradas.
Recitando, susurrando,
gesticulando con los dedos de la mano derecha las eternas oraciones se nos pasó
la noche al paso caballar; la esfera nos seguía a tiro de honda.
¡Tiene que ser una
esfera!
Yo la vi nacer en mi
retorta; eso es, nosotros tan solo vemos ahora la mitad que emerge sobre la
tierra, ¡qué batalla habrá en los cielos y en el centro de la tierra! Todos
nuestros dioses y aún los de las naciones lejanas estarán combatiendo a ese
monstruo a nuestras espaldas. Me los imaginaba alados y poderosos, barbudos y
acorazados, usando sus armas y hechizos más terribles contra el numen que yo
había creado.
Iba cabeceando,
semidormido, ensoñando, imaginando la más prodigiosa batalla que jamás se
desarrolló bajo el cielo estrellado, incluso Tamuzzi el Buen Pastor había
salido de su retiro invernal para unirse a la pelea.
La derrotaran, la
destruirán, la pincharan hasta que explote o implote o algo.
− ¿Cómo se para eso,
genio? ¡Eh, esposo! ¿Ya sabes cómo detenerlo?
−Serán los dioses los
que lo consigan, tranquila; estarán batallando hasta destruirla.
− ¿Eso es lo que se te
ha ocurrido? ¿Los dioses? ¿Con armas y hechizos? ¡¡Hombres!!
−Hombre soy, que no
dios, ¿qué ocurre? No me grites, esposa, no me grites que bien sabes cuánto me
molesta que me griten.
− ¿No me has dicho que
eso se puede alimentar hasta de nuestras miradas?
−Sí, puede que exagere
pero mejor ser prevenidos.
− ¿Tú? ¿Tú? ¿Cuándo has
sido tú prevenido, Loot? ¡Pero si llevas trescientos años de parrandas y
cacerías con tu hermano!
−Bueno, ya, pero, esto
es una situación especial e insólita y…
− ¡Y porras! Mira lo
que tenemos detrás.
− ¡Que no…! ¡Que no te
bajes!
Y se dejó la lanza. La
cosa más temeraria del cosmos se encaminó como una leona hacia la burbuja que
ya mostraba maravillosas tonalidades doradas en su cenit.
−¡¡Ven aquí!! Loot,
ven, acércate. Crece despacio, mira lo que está surgiendo en el gran remolino
luminoso.
Y giré la cabeza.
El remolino que se
había tragado a la sobrina era mayor ya que cualquier montaña que yo conociera,
algo inmenso que giraba lentamente sobre un eje oscuro cual rueda de molino.
¿Cuántas? ¿Cuántas estrellitas, hijitas, puede haber en ese remolino espantoso?
Por ciento veinte años había llevado las cuentas de los granos del gran Templo
de Nannar, Nuestra Señora, pero no me servían de mucho ni los números ni las
palabras conocidas contra aquel prodigio que nos alumbraba a sus alumbradores.
− ¡Ven, Loot! ¡Acércate
y mira! Cada estrellita tiene a su vez otras más minúsculas que giran en redor
suyo. ¡Las hay de todos los colores! Son incontables y ¡escucha!
Y ya no la he vuelto a oír;
ni a oír ni ver, tragada por la burbuja.
¿Sabía lo que iba a
ocurrir? Me lo imaginaba. Azucé, bueno, que digo, casi les pedí por favor a los
caballos que siguieran caminando. Poco podían ya.
Al poco vi salir el
sol, ¡un rayo de esperanza! No se había comido al gran dios Shamaash y se me
alegró el negro corazón por unos instantes pero enseguida uno de los caballos
cayó muerto de puro agotamiento; lo sustituí rápidamente por la yegua y
seguimos la marcha. El desierto ya comenzaba a dar muestras de vida, no estaría
lejos el mar y las ciudades costeras.
Anímate, Loot, saldrás
de esta. Antes del mediodía murió el otro.
Montado en la yegua y
con la lanza en la mano continué mi marcha huyendo de la burbuja inmensa. Pero
no soportó mucho más la pobre bestia mi carga y se derrumbó desplomada. Casi me
mato yo también en la caída, me amortiguaron las arenas, para cuando conseguí
incorporarme con la ayuda de la lanza ya tenía la burbuja a pocos pasos de mí.
El remolino inmenso
cubre la superficie visible, observo su lenta rotación sobre un eje imaginario
y las estrellas que hay en su interior son muchísimo más grandes que las que
veo aparecer en lo alto del cielo. Shamaash se ha vuelto a ocultar tras la
burbuja desorbitada e inmensa.
Y así sigo, cojeando y
caminando a duras penas gracias a la lanza de mi brava esposa con la verde
línea del mar ya a la vista, pero es que, asombrado, además de ver gracias al
resplandor de las estrellas interiores de la inmensa cúpula que abarca ya la
mitad del mundo, también voy escuchando.
Oigo voces, millones de
voces en mil y un lenguajes desconocidos, como procedentes de los mundos
esféricos que en ese numen han nacido de algún modo desconocido. Las oigo y no
las entiendo, no soy capaz de librarme de ese monumental murmullo que me da
tanto padecimiento.
¡Qué bien comprendo
ahora el tormento de los dioses!
Ya se ahora el porqué
de tantos castigos y sacrificios como padecimos en los tiempos pasados. Pero yo
tan solo soy Loot el gran cazador, no un dios alado, y camino de mala manera y porque
voy cuesta abajo, que si no ya me habría pillado.
¿Cuándo pararás? ¿Cuándo
dejarás de tragar?
En fin, no sé contarlo
mejor, no es más que un sueño; supongo. Pero el caso es que me despertó el
reloj, me hice el desayuno, marché a trabajar, y cuando ya llevaba un par de
horas trajinando de aquí para allá me pararon mis compañeros con cara de
asustados.
− ¡Quieto, ya! ¡Para un
poco!
− ¿Qué te ocurre?
Pareces el tío Calambres.
− ¿Cuántos cafés te has
tomado? ¿Una docena? No paras de andar y correr de aquí para allá.
−Chicos, no sé, no sé,
la verdad. Tuve anoche un sueño y no he dejado de sentir la necesidad de andar
y correr sin parar. No puedo quedarme aquí, me largo, ¡y a ver si os calláis de
una puta vez! No paráis de hablar y vocear todos a la vez y no hay quien os
entienda. Hacéis daño; me va estallar un día la cabeza.
Confío que leáis bien
este sueño relatado, el primero que me atrevo a contar públicamente, en vuestras
tablillas digitales; es que yo aún escribo en las de barro y con punzón. Y he
tenido que esperar varios días para que se secaran.
Ahora os toca a vosotros contar uno de vuestros sueños. Os resultará genial.
¿Qué os apostáis?
Esto que han leído es el borrador de un cuento que apareció en mi libro Ramiro y el hazo, Cuentos de la reina arpía.
Ramiro y el hazo
Ahora os toca a vosotros contar uno de vuestros sueños. Os resultará genial.
¿Qué os apostáis?
Esto que han leído es el borrador de un cuento que apareció en mi libro Ramiro y el hazo, Cuentos de la reina arpía.
Ramiro y el hazo