Vosotras
las protonas
El amor es química
pura, siempre escuché decir, ¿usted también? Lea este cuento y descubrirá el
porqué de este dicho.
En el principio estaba
sola.
Flotaba en una
oscuridad total sintiéndome perfecta y absoluta en mi vacuidad infinita. Estaba
sola. Inmensa, me sentía inmensa y completa; pero, en algún momento y debido a
un misterio para mí indescifrable apareció él: mi primer neutro compañero.
Y nos acoplamos.
Maravillosamente, todo
hay que decirlo, y nos frotamos y frotamos hasta que surgió nuestro primer
electronauta, ¿todavía está por aquí o ya lo hemos perdido? ¡Ah! Aún sigue por
ahí zumbando; no cambies de órbita ni te aproximes que me tienes contenta. En
fin, éramos una pareja feliz y contenta constantemente chocando con otras
parejas en un maravilloso baile de enamorados perpetuos y ocurrió lo
inesperado: os conocimos a vosotros, nuestra primera pareja de compañeros frotadores,
y nos acoplamos.
¡Vaya que si nos
acoplamos!
Y como vosotros, los
neutros, nunca se sabe de qué lado giráis pues ocurrió que nació nuestro
segundo electronauta, ¿sigues por aquí? ¡Sí! Te queremos, sigue girando, sigue
girando que eres un sol.
Éramos intensamente
dichosos los seis siempre frotando y girando y cambiando de posición,
especialmente social, pues nosotras dos reinábamos en aquel marasmo de protonas
sin pareja y las aburridas parejas únicas. Sí, estuvimos reinando y reinando
únicos en el cosmos.
− ¿Y qué ocurrió para
que finalizara tu reinado tatarabuela?
− ¿Quién es este
electronauta? ¡Ah! uno de los nuevos; bien por vosotros lo hago, por vosotros
lo cuento, antes de nos hundamos en el abismo primordial para desaparecer por
completo.
Ocurrió que nos
copiaron.
Otras parejas, unas
pocas por aquí, unas cuantas por allá, se fueron también acoplando imitando
nuestra doble pareja y llegó un momento que ya éramos tantas las dobles que no
había manera de diferenciarnos. Todas hacíamos lo mismo, frotando, frotando, y
con nuestra pareja de electronautas girando y girando.
En fin, tampoco lo
pasábamos tan mal; pero llegó un momento que nos resultó monótono, más que nada
porque estos dos, nuestros primeros neutros de nuestra larga existencia, son
unos sosos y unos aburridos siempre frotando de la misma manera. Sí, bueno, os
quiero, chochos, que ya no hacéis más que chochear. Me hacéis recordar cuando
flotábamos en el vacío primordial, siempre girando, girando, girando.
Pero ocurrió algo
asombroso, encontramos casualmente a una pareja encantadora, vosotros, y
decidimos acoplarnos con ella también, ¡para volver a reinar únicos en el
cosmos! Una decisión maravillosa, ¿no es cierto? Y ocurrió algo inesperado en
aquel momento: se nos coló un neutro aislado de rondón y se acopló con nosotras
seis de un modo que sigo sin comprender pero que resultó un cambio inesperado,
rápidamente tuvimos un nuevo electronauta y establecimos una sociedad
innovadora basada en las relaciones triangulares. Nosotras, las protonas,
teníamos una variedad asombrosa para elegir en nuestros frotamientos y por
tanto formamos un grupo muy sólido; tan sólido, tan que nos solidificamos, nos
solidificamos y mantuvimos firmes durante eones mientras las demás protonas y
sus neutros giraban de aquí para allá como tontonas y las parejas simples y
dobles nos admiraban o envidiaban.
De nuevo reinas.
Hasta que lograron
copiarnos, y más y más protonas se solidificaron a nuestro lado, pero,
mirándolo bien, éramos un grupo muy sólido, inquebrantable, firme. Y así
permanecimos largo tiempo. Pero como nos gustaban tanto las relaciones
triangulares un día discurrimos aceptar con nosotros una pareja que andaba por
ahí un tanto desvalida, ¡qué bien! Una relación más amplia y mayor variedad en
nuestros frotamientos, rápidamente tuvimos nuestro cuarto electronauta. Sí, ya
sé que se nos fue; era un díscolo y era de prever que en algún momento nos
dejaría, pero entonces ni lo imaginábamos. Y permanecimos firmes explorando las
posibilidades de nuestra nueva disposición frotacional, firmes indefinidamente.
− ¿Y qué ocurrió
tatarabuela?
− ¡Ay! Qué casino eres.
Que nos unimos a otra
pareja más, más que nada por ver dónde nos llevaría nuestras relaciones
triangulares, ¡éxito! Fue genial, en instantes ya teníamos con nosotras otro
nuevo electronauta. Algo fabuloso y todos nos empleamos en explorar nuevas
relaciones triangulares. Y sólidos, eh, muy sólidos en nuestra relación
continuada y hasta aumentó nuestra amplitud de miras.
−Sí, claro, nos aumentó
tanto…
− ¡Calla, tú, neutro,
que eres un neutro! Nadie te ha concedido la palabra.
Continuo. Este sí que
es un cansino.
Vale, nos ampliamos, y
ocurrió que pasamos de las relaciones puramente triangulares a las
extraordinarias relaciones tetratrónicas al aceptar con nosotras a la nueva
pareja. Nuestra solidez llegó a ser incomparable, nuestros seis, por entonces,
electronautas brillaban incomparables y otras protonas al poco comenzaron a
imitarnos pues ni tan siquiera la oscuridad expansiva lograba afectarnos.
Fue entonces cuando
formamos las mallas.
Mallas y mallas de
relaciones tetratrónicas e intuimos interacciones ramificadas que podían llegar
a un punto extremadamente organizado. Justo lo que nos hacía falta.
− ¿Y qué pasó
tatarabuela?
−Otro casino, anda
guapín, vete a girar a la tercera capa que no estoy para bromas.
Bueno, pues debió ser
un despiste, no sé si mío o de alguna de estas, pero el caso es que admitimos
con nosotras a una protona libre que giraba descocada, bueno y así sigue,
mirarla, pasando de uno a otro constantemente, bueno, el caso es que la
imitamos, y enseguida tuvimos otro electronauta con nosotras.
Nuestras relaciones
trigonométricas pasaron a ser hexagonales, ¡algo maravilloso! Y entonces,
entonces, entonces primero pasamos por un estado de fluidez total, algo para
nosotras completamente desconocido, ¡es que se nos iba el…! Casi se me va ahora
al recordarlo, la fluidez, y como reacción alocada agilizamos aún más los
intercambios de neutros y la frecuencia de frotamientos, resultado: ¡volvimos a
flotar! Flotábamos como antaño, no cabíamos de gozo por nuestro sensacional
descubrimiento y rápidamente otras muchas protonas abandonaron las redes
tetratrónicas para fluir y flotar como nosotras.
Ascendíamos,
ascendíamos sin parar nuevamente y nuestros siete electronautas eran los seres
más gozosos que se pudiera imaginar.
¡Liberadas! Liberadas
de las cadenas de las mallas tetratrónicas.
−Estábamos muy bien por
entonces, yo lo recuerdo, abuela.
−Sí, yo también me
acuerdo.
Pero nos volvimos
golosas y aceptamos, alocadamente, también hay que decirlo a una nueva pareja
que flotaba libre y ¡eureka! Nos salió bien la jugada, rápidamente teníamos con
nosotras no solo una nueva pareja, más variedad, sino que también un nuevo
electronauta y además ocurrió algo curiosísimo: como nos imitaban
constantemente desde el tiempo de nuestro fugaz reinado al poco comenzamos a
unirnos con otros grupos de protonas que también habían adoptado las relaciones
cubicas, cubicas y óctuples, frotamientos octales, ¡qué ilusión! Con lo cual
teníamos a mayores la duplicidad de relaciones, o sea duploctales; eso sí, cada
uno en su grupo y el vacío en el de todos. Fueron tiempos increíbles y por
dónde pasábamos levantábamos admiración e imitación.
Y dimos un nuevo paso
en nuestra cambiante condición y aceptamos con nosotras un neutro que flotaba
solo y sin tener dónde acogerse, eso sí, un neutro muy simpático, cosa rara en
estos setas de neutros que tenemos con nosotras. En principio no notamos algún
cambio en especial en nuestra manera de rotar intercambiándonos las parejas
pero, pero, algo observamos en nuestras imitadoras y seguidoras universales:
por la más mínima e inescrutable causa ¡desaparecían! Así que ante el temor de
que nos ocurriera a nosotras del mismo modo dimos un paso sin medir las
consecuencias, ¡temíamos por nuestra existencia geométrica y la de nuestros
electronautas! Pues habíamos nuevamente procreado y teníamos que cuidar de
nuestros nueve chiquitines, ¿qué hacer? ¿qué podíamos hacer?
Adoptamos a una pareja
simple y alcanzamos el número y estado que encontramos ideal, ¡éramos
decimales! Y pronto tuvimos la gran satisfacción de tener sobre nosotras
nuestro décimo electronauta.
Como señoras, grandes
señoras, nos sentíamos décimamente superiores a las protonas solitarias y
enseñoreábamos el espacio profundo sin que nada, absolutamente nada, nos
pudiera afectar. Reinonas. Nuestras relaciones trigonocúbicas eran inmejorables
y vivíamos gozosas e inmutables. Hiciéramos lo que hiciéramos y por más que nos
intercambiásemos nuestra estructura permanecía imperturbable. Firmes
permanecimos convencidas de haber dado el paso adecuado.
− ¿Y qué ocurrió
tatarabuela para que no estemos así de bien?
−Pues que capturamos,
sí, no me mires así. Capturamos.
Y resultó ser una
pareja muy salada, tuvimos otro electronauta y no paramos de reír y reír hasta
que nos dimos cuenta que estábamos dejando de flotar y de nuevo formábamos una
estructura peculiar, estupendamente triangular y magnífica. Pero nuestro
onceavo electronauta nos salió un tanto díscolo y tuvimos que recrecernos
creando una nueva capa donde mantenerlo girando sin que revolviera a los
mayores pues les dejaba descompuestos con tanto choque así que a las primeras
de cambio: ¡tú p´arriba!
No sabíamos dónde nos
metíamos.
− ¿Por qué? ¿Qué pasó
abuelita?
Que de tanta risa como
nos daba y sin mirar más allá asimilamos a otra pareja simple por si ver si se
multiplicaba el cachondeo, ¿y qué ocurrió, eh, qué ocurrió?
Que nos volvimos
tristes e irritables; a las primeras de cambio mandábamos a nuestros queridos
electronautas y al nuevo a las capas más lejanas por no tener que soportarlos.
Pero eso sí, volvimos a nuestras añoradas relaciones tetratrónicas, tan
queridas, tan estables; nuestros frotamientos eran constantemente hexagonales,
la nueva pareja estaba encantada recién abandonada su relación simplemente
doble y extremadamente anticuada. Nos volvimos, no sé cómo decirlo,
extraordinariamente familiares. Por un lado apenas soportábamos a los pequeños
electronautas pero por otro todos nuestros desvelos estaban en protegerlos, en
no perderlos. ¡Había que hacer algo!
Nuestros doce
pequeñitos.
Pronto serían trece.
De todas partes nos
llamaban, todas las protonas, desde las simples alocadas hasta las imitadoras
compactadas querían que estuviéramos a su lado y nos relacionáramos con ellas.
Había que hacer algo, o nos disolveríamos sin remedio.
Adoptamos deprisa y
corriendo otra pareja, pero volvió a ocurrir algo insólito, ¡se nos coló de
rondón un neutro pinturero! Y nos volvimos reflectantes auténticas, pero aun
así firmemente acopladas pues hicimos un nuevo cambio en nuestras relaciones
frotacionales, adiós tetra, hola de nuevo tríos a tope; eso sí, profundamente
densas a pesar de nuestro vacío interior.
Y de nuevo nos imitaron
con fruición.
Al poco volvíamos a ser
muy abundantes e indiferenciados. Y fue cuando se produjo la primera debacle:
un par de nuestros electronautas nos abandonaron, nos abandonaron sin más.
El vacío exterior que
nos dejaron no se podía llenar con nada, nada podía consolar nuestra pérdida.
Pero al poco otros dos electronautas llegados de no se sabe dónde llegaron y se
instalaron en las órbitas abandonadas.
¿Qué era esto?
Y otro poco después
otros dos se fueron y otros dos ajenos ocuparon su lugar.
¡Esto hay que pararlo
como sea! ¡Nos quedamos sin los nuestros y tenemos que cuidar de los ajenos!
Nos reunimos todas las
protonas en un cónclave secreto y decidimos dar otro paso, tal vez este neutro,
sí, eres muy simpaticón, que teníamos a mayores era el causante de que
perdiéramos a nuestros electronautas y nos llegaran otros ajenos así pues
decidimos adoptar una protona solitaria como solución final a nuestros
problemas.
¡Éxito a la primera!
Rápidamente tuvimos un
nuevo electronauta con nosotras y se detuvo aquel continuo trasiego de
creaturas. Pero la alegría nos duró poco. De vez en cuando, cuando menos lo
podías esperar uno de nuestros pequeñitos nos abandonaba dejando su vacío
atemporal y cuando estábamos rotas por el duelo otro electronauta aparecía para
llenar su hueco.
Era algo que ocurría de
pocos en pocos, un enigma, un misterio. Establecimos grandes redes octogonales
intentando resolverlo mientras disfrutábamos de unas nuevas y sanas relaciones
óctuples, siempre triangulares, eh, no vayáis a creer que habíamos perdido el
tino. Unas sólidas relaciones grupales y un contacto constante con nuestras
imitadoras a través de intensas redes sociales que expandieron nuestro
conocimiento del medio y afirmaron nuestra solidez exterior.
−Pero, entonces, ¿qué
pasó, bisabuelita? ¿Qué pasó, eh?
−Que alcanzamos la perfección.
Por casualidad, pero
alcanzamos la perfección. Adoptamos otra pareja, vosotros, sois encantadores, y
conocimos la perfección de las relaciones monoclínicas adoptando unas
estructuras perfectamente tetraédricas que nos volvieron inmutables y faraónicas.
De nuevo reinas.
Y entonces sucedió.
Cuando más a gusto y calentitas, agradablemente frotacionales, explorando
prodigiosas relaciones tetraédricas con nuestras imitadoras en la oscuridad
expansiva ocurrió.
Sentimos El Soplo.
Una onda que nos atravesó,
algo inmaterial pero aun así perceptible llegó de no se sabe dónde y nos
calentó, nos calentó a base de bien, nos calentó tanto, tanto, que nos pusimos
a brillar, a brillar y brillar, ¡nos convertimos en pura luz! Por unos
instantes éramos simplemente luz, prodigiosa luz.
Y nos apagamos.
Como si hubiéramos
agotado nuestro ser y alcanzado por instantes lo que hay más allá de la
perfección y ya más no pudiera ser. Os queremos pequeñitos, nos queremos todas.
Pero vamos a desaparecer, nos extinguimos, hemos agotado nuestro ser en una
increíble aventura y nos toca desaparecer.
He disfrutado
intensamente.
¡¡Qué ocurre!!
¡De nuevo El Soplo!
¡¡Es mucho más intenso
que el anterior!!
¿Y ahora qué?
¿Ahora qué?
−Comenzamos
de nuevo a calentarnos y a brillar, amada protona.
−Calla, rancio, que tú
nunca entiendes nada. ¿Qué nos ocurre? ¿Qué nos está ocurriendo? Brillamos y
crecemos, ¡es eso! Estamos como creciendo, creciendo, creciendo en la oscuridad
expansiva, ¿qué? ¿qué puede ser lo que está ocurriendo?
−Que, vosotras, las
protonas, ya nos habéis metido en otro lío monumental. A saber en qué parará la
cosa y que nuevas relaciones triangulares tendremos que explorar.
−Que te calles, rancio,
que estás mejor callado. Escuchar, ¿no oís como una voz? Una voz de protona.
¿Qué dice? ¿Qué dice?
¡Loot!
¡Loot! ¡LOOT! ¿Pero tú que has creado?
Fin.
¿Después de leer este
cuento no comienzan a sentir la química como algo realmente apasionante?, algo
que merece su exploración personal. Alguien me dijo que con la química no se
puede escribir más que fórmulas, fórmulas y más pesadas fórmulas, que era una
chifladura escribir sobre química o física a no ser un tratado de divulgación
científica, y yo a la gente así, parafraseando a la conocida canción les digo:
campo y onda, ¿cómo puedes ser dos cosas a la vez y no estar loco? O partícula,
que todavía me lo pones peor.
Conócete a ti mismo.
Dijo un sabio.
Este es el boceto de un cuento que salió publicado en mi libro: Ramiro y el hazo, Cuentos de la reina arpía.
Ramiro y el hazo
Este es el boceto de un cuento que salió publicado en mi libro: Ramiro y el hazo, Cuentos de la reina arpía.
Ramiro y el hazo