Las
grandes batallas del Peloponeso
Hace un mes estaba
cenando con unas profesoras de español en E.E.U.U. y Canadá
y en un momento dado una de ellas me pidió disculpas por su acento
norteamericano, bastante acentuado al ser de Texas. ¡Oh! No se preocupe por
ello, le dije, desde muy niño estoy acostumbrado a oír hablar en español a
norteamericanos, con su simpática manera de pronunciar. Y una vez en casa
recordé una anécdota, una tontería de cuando era un crío, me fui a la cama y me
pareció soñar la historia de un niño, un niño rubio en un país de morenos; del
ensueño nació este cuento.
Es fantástico u onírico
o vaya usted a saber; basado en los recuerdos de un niño que tal vez nunca
creció, o existió. Permítanme que se lo presente.
− ¡Dani! Dani, ven
aquí, ven; vas a conocer a un amigo nuestro, un señor americano.
− ¿Qué es? ¿Argentino o
mejicano?
−No, es americano del
norte; de Chicago. Salúdale.
−Buenas tardes, señor,
¿cómo está usted?
− ¡Hola, amigo! Mi
nombre es Yúlian; ¿Cómo te llamas tú?
−Me llamo Dani.
−Muy bien, Denny,
encantado de conocerte ¿me acompañas? Voy a buscar a tu padre; me han dicho que
está muy ocupado.
−Sí, es que estamos en
fiestas y él forma parte de la comisión organizadora
−Entonces tendremos que
ir hasta la feria
−No, no hace falta;
están reunidos en el bar de Antoliano; haciendo cuentas para pagar las fiestas.
−No sé dónde está ese
bar, ¿me llevas tú?
−Yo le guiaré. ¿Vives
en Chicago con los gánsteres?
−No, ya no; allí fue
donde nací y me crié. Ahora vivo en San Francisco de California, ¿es aquel bar
al otro lado de la calle?
−Sí, tenemos que cruzar
por el semáforo y entramos a buscarle.
El bar tiene una larga
barra de mármol ya desgastado por el continuo ajetreo de los parroquianos
trasegando vinos y cervezas durante docenas de años. Está casi abarrotado y las
mesas llenas de gente jugando a las cartas o al dominó. Un grupo variopinto al
fondo, junto a la puerta de los servicios, sube constantemente el tono de voz.
−Esa gente extraña del
fondo, los que dan voces, ¿son gitanos, Denny?
−Mercheros, vienen con
los feriantes; no les mires. Ven con mi papa, está aquí sentado.
La comisión de festejos
está sentada alrededor de una mesa de mármol pero en vez de tener sobre el
tapete cartas y amarracos hay montoncitos de billetes. El padre de Denny está
haciendo cuentas en una libreta de anillas y diciendo a los comisionistas como
repartir las pelas.
−Hola, papá; mamá me
dijo que viniera con este señor americano.
−Hola, dame un beso; ya
le conozco. Espera un minuto que ya terminamos y recogemos.
− ¿Para qué es ese
dinero?
−Tenemos que pagar a
los músicos y otros gastos de la feria; ya terminamos. ¿Nos vamos fuera?
De repente, del grupo
del fondo salen voces y exclamaciones que nunca debería escuchar un niño y en
segundos se prepara un tumulto tremendo; salen las navajas a relucir, el sonido
inconfundible de los muelles de una inmensa navaja de Albacete no se olvida en
la vida, y en un par de segundos uno de los gitanos sale corriendo a la calle
con las manos en el vientre intentando sujetarse las vísceras. El contrincante
se ha derrumbado con una navaja clavada en el corazón y los demás aúllan como
lobos y sueltan mandobles como si aquello fuera Las Navas de Tolosa.
− ¡Julián! Sácame el
niño en volandas; rápido.
El gigantón toma con un
brazo al crío y sale apartando con el otro la gente como si estuviera jugando a
fútbol americano mientras los cinco miembros de la comisión retroceden hacia la
puerta sin perder de vista la trifulca; la pasta en los bolsillos de la
americana. Una vez en la calle y en la acera contraria Julián, ya más
tranquilo, posa al niño en el suelo con sumo cuidado, ha cruzado la calle en
tres zancadas y la experiencia le dice que están a salvo, pero por el rabillo
del ojo observa al gitano en la otra acera, pataleando tirado en el suelo
mientras se le escapan los intestinos. ¿Dónde estará la policía?
−Tranquilo, ¡eh! Denny,
tranquilo; ¿no has visto nada verdad? Es que daban voces, discutían, y tuve que
sacarte corriendo.
− ¿Te refieres a los
dos que se han matado? A mí eso no me asusta.
− ¿Cómo que no te
asusta? ¿No te dan miedo las peleas?
− ¡Bah! De esas ya he
visto muchas, cuando no se matan por dinero es por las mujeres, lo hacen cada
dos por tres; y en las fiestas se pelean mucho más. En todas las fiestas de los
barrios hay peleas y algunos se matan.
− ¿Y de verdad no te
asustas?
− ¡No! ¿Por qué? Aquí
nos pegamos todos; si vieras a mi abuelo cómo zurra con la cacha. Más de una
vez le he visto echar a todos los del bar a la puta calle.
−No hables así, un niño
no dice esas cosas aunque se lo escuches a tu abuelo. Vamos a tu casa;
entonces, ¿qué es lo que te da miedo? ¿No hay nada que te asusté?
−Sí, los
extraterrestres. Son grandes como tú, ¿puedes doblar este dedo (el meñique)?
−Pues claro, mira.
−Entonces no eres
extraterrestre; y yo tampoco. Mira.
− ¿De dónde has sacado
eso del dedo? ¿Quién te ha contado eso de los extraterrestres?
−Sale en la tele, una
serie de televisión; lo ven mis padres pero a mí no me dejan y me mandan a la
cama nada más que aparecen, porque dice mi madre que me asusto y después tengo
sueños malos. Y me despierto por la noche gritando y peleándome con ellos.
− ¿De verdad?
−Sí, (mirando al suelo)
los de los platillos volantes son malos y nos quieren dominar.
−Pero no les vamos a
dejar, ¿verdad, Denny?
− ¡No!, lucharemos
todos juntos, nosotros y vosotros, los de América, y les venceremos.
−Bien, ya podré dormir
tranquilo si contamos con campeones como tú. ¿Dónde me llevas ahora?
Caminan unos cuantos
metros cruzando las vías del tren hasta llegar a una explanada que en otros
tiempos fue una era donde trillaban trigo y centeno. En un semicírculo
imperfecto están dispuestas las casetas de las atracciones y la gente deambula
de aquí para allá hasta que la orquesta se lanza con los primeros acordes de “Presumida” y las parejas van
acercándose a la tarima verbenera.
− ¿Por qué bailan esas
dos chicas juntas, Denny?
− ¡Ah! Esas dos, son
Palmira y la Medialuna. Como son tan feas nadie las saca a bailar y salen
solas. ¿Quieres que te presente a la reina de las fiestas? Es la más guapa del
barrio.
− ¡Oh, no, no! Yo
también soy feo y no sé bailar apenas; no soy capaz de seguir el ritmo de una
canción. Déjalo. (De las tres chicas que lucen orgullosas su banda de
guapetonas la más alta no le llega al hombro)
−Si quieres yo te
enseño; es muy fácil.
−Gracias, corazón, pero
ni lo intentes. Cuando estaba haciendo el servicio militar, en un buque de la
NAVY, tuve un compañero hispano de camareta, Tito, Tito Puente, que era capaz
de hacer música con los pucheros y sartenes de la cocina. Dos años juntos, en
el mismo barco, y fue incapaz de hacerme bailar un chachachá o algo así; lo mío
es el deporte para la música estoy negado. Me parece que viene tu madre a
buscarte para ir a cenar; tendrás que acostarte pronto.
− ¡Sí! Mañana es el día
más importante del año; pero no quiero acostarme enseguida.
− ¡Tienes miedo! Te perseguirán
los del dedo meñique.
− ¡No! Ahora no, como
somos amigos de los americanos y sois tan grandes y tan fuertes les echaremos
enseguida. Nosotros también sabemos pelear; mañana verás. No te lo puedes
perder.
−Claro, no me marcharé
hasta el domingo por la tarde.
−Ya verás que bien te
lo pasas con nosotros; te presentaré a todos los de la banda.
− ¿Qué ya eres de una
banda? ¡Pero si solo tienes cinco años!
−Voy a cumplir seis, y
soy de la banda de La Mano Negra. Mañana verás.
Queda Yúlian en la
feria asombrado y casi estupefacto, la mano derecha en el mentón, mirando como
el peque se va con su madre; como si estuviera en otro planeta. No es su primer
viaje a España, la tierra de sus ancestros; profesor de atletismo y lengua
española en la high school de Santa Mónica, California, y está aprovechando el
viaje con unos amigos para conocer familiares y perfeccionar el dominio del
idioma que aprendió de sus padres y abuelos allá en el frío Chicago; el de los
gánsteres como dice el crio. Cuantas cosas vería él a esa misma edad; pasan los
años, vas a otra tierra, a otro país, y seguimos igual. (¿Nunca cambiará esto?)
Llega la noche plácida
entre los acordes de rumbas y chachachás pero Yúlian se retira tras cenar algo
ligero con la familia de su amigo Isidro. El viaje ha sido largo y su organismo
no ha conseguido adaptarse al nuevo horario; vitalmente sigue estando en la
Costa Oeste, así que intentará dormir un poco aprovechando que ha refrescado
pero aún se puede dormir con la ventana abierta.
−Abuelo, ¿me dejas tu
boina vasca, la grandota?
− ¿Y eso? Ah, que
quieres salir a cazar murciélagos, ¡pero si no sabes!
−¡¡Sí!! Sí que sé, que
tú me enseñaste.
−Ni hablar del
peluquín; a la cama, cernícalo, que ya es muy tarde y tenías que estar
durmiendo.
Llega la noche; cada
uno sabe cómo la pasa, o atraviesa. Un tren de sueños pasa pitando y recoge los
ánimos infantiles y se los lleva, rivera arriba, hacia las montañas, y más y
más lejos. ¿Hasta dónde alcanzan los sueños? Al menos hasta donde llegue la
imaginación del yacente. El niño, aunque es verano y está de vacaciones, tiene
que estudiar el Catecismo de la Iglesia Católica Apostólica Romana pues el año
próximo hará la Primera Comunión, y sueña, sueña con los personajes que
aparecen en el pequeño cuadernillo que todas las tardes tiene que repasar.
En un amplio salón
apenas iluminado con lamparitas de aceite un grupo de hombres y mujeres discute
animadamente y no reparan en su presencia; aunque entiende su lengua tal y como
si fuera uno más de la partida no comprende nada de los temas sobre los que
discuten, sus pasos le llevan a una pareja de hombres que hay al fondo del
salón, seguramente los más jóvenes de todo el grupo pues a uno de ellos ni
siquiera le ha salido la barba; se planta ante ellos y les escucha decir:
−Que no puedo, de
verdad que no puedo hacerlo; nada me sale bien. No soy como tú. ¿Cómo se te
ocurre pedir besugo en esta celebración?
−No decaigas, Juanín,
no te derrumbes. Primero hay que ser, y lo demás te vendrá por añadidura.
¡Juanín! Se despierta
el niño gritando. Yo tengo un primo que también se llama Juanín, y también
siempre está con lo mismo: que yo no sé leer, que no me sé los números, que
nunca seré capaz… ¡Oh! Aún es de noche; estaría soñando, seguiré durmiendo. A
mí tampoco me gusta el besugo, ¡puag!
La claridad de la
mañana que entra por las ventanas despierta al peque que se apresura a vestirse
y calzarse para bajar a desayunar; pasa el tren de Matallana dando los pitidos
de atención al llegar a la calle Peligros y otro más para saludar el maquinista
a su familia y amigos. ¡Es don Pedro! Don Pedro el maquinista el que va
conduciendo, se va a Bilbao, ¿cuándo me llevará mi padre a montar en la
locomotora? Me lo tiene prometido y don Pedro me enseñará conducirla. Se va a
Bilbao, cuando vuelva se lo tengo que decir. Espera a que la nube de humo
oscuro se evapore para abrir la ventana y mirar si alguno de sus amigos ya anda
por la plaza cuando ve entrar como un ciclón al americano gritando:
− ¡Jai, Jai! ¿Hay
alguien en casa?
−Estoy yo, responde el
peque, sentándose en las escaleras, y saludando con la mano.
− ¿Qué haces aquí
sentado? ¿Dónde está la familia?
−Estarán durmiendo; es
que no soy capaz de atarme los zapatos.
− ¿No sabes hacer una
lazada con los cordones? Mira, es muy fácil. Hazlo así. Ahora tú.
−Bueno, bueno, bueno,
que tenga que venir un señor de América para enseñarte a atarte los zapatos,
¡no te da vergüenza!
−Hola, abuela; ahora ya
no me da vergüenza, ¡ya sé cómo hacerlo! No se me olvidará, seguro.
−Pues, ala, venir los
dos a la cocina que ya está el desayuno preparado. Mucho madruga usted.
−Pero si ya hace más de
una hora que amaneció.
−Estamos en fiestas, a
saber a qué hora se levantará hoy la tropa. Aproveche para visitar monumentos.
Hasta mediodía no habrá nadie visible en todo el barrio.
−Bueno, pues me iré con
mi amigo Isidro a hacer fotos de esta bonita ciudad.
La mañana de sábado
transcurre lánguida, con esa extraña placidez que antecede a la tormenta.
Yúlian e Isidro aprovechan para fotografiar la catedral, el mercado medieval,
puestos de legumbres y verduras de todo tipo, gallinas, conejos, ¡vivos! Venden
de todo y los animales vivos, ¡vendedores de botijos con los burros
engalanados! Cuando vean estas fotos en América les va a dar un pasmo.
Solo después de pasada
la una del mediodía vuelven de regreso a Valdelamora y preguntan a mi madre por
nosotros; ella les indica donde buscarnos: pasando las vías del tren, en los
prados, tenéis que acercaros hasta aquellas sebes que tenéis a la vista.
Mi padre estaba cazando
pájaros con liga y yo no andaría lejos.
− ¡Hola, Daniel!
¿Cazando pájaros para comer? ¿Los vas a echar a la paella?
−No sería mala idea,
pero no, no son para comer. Tan solo guardo en estas pequeñas jaulas algún
macho de jilguero o verderón. Es por sus cualidades de canto.
− ¿Y los vas a cruzar
con tus canarios?
−Podría intentarlo. Los
cruzados tienen cualidades muy interesantes tanto en su canto timbrado como en
su plumaje singular.
− ¿Dónde está Denny?
−Por ahí cerca; estará
cazando truchas en la presa de San Isidro.
− ¿Truchas en un canal
de riego? ¿Y las cazáis? España es una continua fuente de sorpresas, y más esta
ciudad. Vamos a buscarle.
Un grupo de chavales
corren de aquí para allá por las dos orillas de una gran presa de riego que
encauza el agua kilómetros arriba sacando el líquido del río Torío para regar
prados y huertos que rodean la ciudad. Cuando se instalaron las legiones
romanas a toda esta zona se le llamó Babilonia y Babilonia lo llaman los
abuelos.
− ¿Cuántas truchas
habéis cazado? Enséñame el cesto. Bueno, no está mal, una trucha y tres barbos.
−Ese grande lo cogí yo,
se lo llevaré a mamá para que lo cocine.
−No, no, no; tienes que
devolver el pez al agua ya mismo.
− ¿Por qué? Lo he
cazado yo, ¡así! Con las manos, como tú me enseñaste.
−Bueno, ya veo que has
aprendido a cazar peces. Pero los barbos, ¿ves las barbas que tiene en la boca?
No se comen; tienen muchas espinas y se te clavarían en la garganta.
Antes de que termine la
frase ya están los barbos de vuelta a la presa; la trucha la cazó Alberto y se
la lleva a casa. Denny aún recuerda cuando se le clavó una espina y lo mal que
lo pasó. ¡Creía que se ahogaba! Regresan a la fiesta a tiempo para el baile
vermú y tomar un refresco mientras las parejas se pavonean meneando el
solomillo alrededor de un baldosín. ¡Viva el pasodoble español!
Comida familiar, café y
puro que estamos de fiesta; los peques no; los peques a dormir la siesta. Ya os
despertaremos para que vengáis a ver el partido de solteros contra casados. Ser
obedientes.
Oscuras nubes de evolución
vertical se acercan presurosas bajando de la montaña a la ciudad, pero la
auténtica tormenta se acerca a ras de tierra, caminando sobre dos, que digo,
sobre muchas, muchas piernas.
Como una especie de
mancha oscura que va llegando siguiendo caminos y praderas al borde de las vías
del tren de Matallana. Pasan frente al imponente y elevado Colegio de La
Asunción y alguno ya tuerce el gesto, pasan frente a las Casas de Don Pablo y
sus rostros es un puro mal gerol. Algunos ya van haciendo acopio de piedras del
balasto de las vía ferroviaria. Ya tienen a la vista la era donde trillan los
bastardos de Valdelamora y la feria donde algunos parroquianos tiran con
escopetas de perdigón o compran papeletas de rifa. Ya hay algunos espectadores
avanzados que se van acercando para ver el partido que en unos minutos
comenzará: solteros contra casados; ¡te lo vas a perder! Hay jugadores de La
Cultural y del Júpiter, incluso uno de La Ponferradina.
No lo van a permitir
los tejeros. Les va a caer un pedrisco que se van a enterar.
Pero, hay ocasiones,
extrañas, que parece que siempre hay uno que no duerme, que está alerta,
pendiente de algo, de esa negra nube que se aproxima. Es Vicente, que desde su
ventana ve llegar a la banda de los de Nava y en instantes les adivina las
intenciones. Baja las escaleras de casa de cinco en cinco y sale corriendo a la
calle yendo de casa en casa dando la voz de alarma.
− ¡Vienen los de Nava!
¡¡Pedrea!!
Corre y corre por
calles y plazoletas avisando a sus compañeros de banda para que se dirijan
raudos a la era.
− ¡La Mano Negra! ¡La
Mano Negra!
Incluso los peques
saltan de la cama al escuchar el reclamo. ¡Pedrea! ¡Hay pedrea! Laten los
corazones como caballos desbocados y los rostros se afilan como lobeznos que se
sienten cazados. Ni diez segundos tarda ahora Denny en atarse los zapatos.
En menos de dos minutos
ya hay al menos una docena de mozos reunidos junto a la vieja columna del
tendido eléctrico armados de ondas y tiradores, los pequeños van recogiendo
piedras de la vía y haciendo montoncitos tras la barrera de los mayores para
que no les escaseen las municiones y en cuanto empiezan a llover pedruscos se
refugian en el viejo reguero que pasa bajo las casas, paralelo a la vía del
tren.
Se suceden ofensivas y
repliegues; los de Nava, conscientes de su superioridad numérica, realizan al
rato un movimiento envolvente yendo un grupo atravesando el trigal para
intentar rodear a los de La Mano Negra y llegar hasta la era. Pero el Colefo,
curtido a en cien batallas a sus dieciséis años, cavila en instantes una jugada
maestra.
Cruza la vía de cuatro
saltos y se mete en el reguero donde los pequeños aguardan instrucciones.
− ¡Todos detrás de mí,
rápido!
Agachados, gateando,
recorren el túnel del viejo reguero a oscuras, palpando, silenciosos, lobeznos
rabiados. Al salir de nuevo a la luz saltan a las vías, sigilosos, preparando
los tiradores.
Están justo detrás de
la banda de Nava, que no se enteran con la refriega y el afán de avanzar hacia
la era. A una orden del Colefo comienzan a disparar con más precisión y mejor
entrenamiento que un pelotón de fusileros; parece que llevasen toda la vida
haciéndolo. Pasaron del chupete al tirador.
Ocho peques y la onda
del Colefo disparando sin cesar causan estragos en los tejeros que no se
esperaban un ataque por la espalda; ¡no puede ser!, los de las Casas de Don
Pablo se declararon neutrales, ¿quién tira, cojona?
A cada orden de disparo
le sigue una segada de cabezas o costillas rotas y para cuando los de
Navatejera quieren darse cuenta ya están entre dos fuegos. No hay enemigo
pequeño si va armado de un buen tirador y ha estado entrenando su puntería
durante todo el verano. A los tejeros no les queda otra que salir huyendo por
el trigal para reunirse con sus compañeros pero tan solo para encontrarse que el
otro grupo está siendo apedreado por los mozos de las bandas de San Mamés y San
Lorenzo, los Payanos, que, mira por donde, venían a ver el partido de futbol y
disfrutar de la feria. ¡Y se encuentran una guerra! Quien puede pedir más.
Son inquinas de años, o
siglos, pasadas de abuelos a hijos y nietos. Es la guerra. La misma guerra de
siempre, librada durante milenios con el primer material bélico que tuvimos a
mano: las piedras. Nuestros ancestros, allá en la verdes praderas del Gran
Valle del Rift, no aullarían ni lanzarían piedras mejor que nosotros hace un
millón de años; y seguro que nos reconocerían como parte del clan, de otra
tribu, pero del mismo clan de los humanos. Vaya que sí. ¡Qué puntería tenemos!
Aullábamos, aullábamos
como coyotes, como comanches, siux, los apaches chiricagua, nuestros héroes de
las películas americanas que veíamos los fines de semana en el Cine Ventas. No
hay tregua con el enemigo, si alguno de los nuestros recibe pedrada y no puede
continuar se retira hacia las casas para que sus padres le curen la herida; y
si es de los pequeños, además, para que le calienten el culo con la zapatilla.
¡Ay del enemigo caído!
No conocerá clemencia hasta que termine la batalla, de eso nos encargamos los
pequeños. Los que querían rodear y envolver se ven pillados entre dos grupos de
tiradores; no les queda otra que tirarse a la presa y cruzar a nado para
ponerse a resguardo huyendo escondidos entre las sebes de los Prados del Obispo
hacia el colegio de Los Jesuitas.
−¡¡Victoria!!
Vuelven cantando las
huestes gloriosas que para su lado hubiese querido Viriato a la era donde los
espectadores ya están rodeando el rectángulo de juego. Abrazos y achuchones,
collejas, entre bandidos y aliados; los chinchones en la cabeza son el bien más
preciado, no habrá chavala esta noche que se resista a los vencedores de esta
nueva batalla en los campos de Babilonia.
− ¡Daniel! Pero, pero,
pero, ¡Daniel! ¿Vais a jugar soccer después de lo que ha pasado? ¿Cómo, como si
nada?
−Este partido es una
tradición como la fiesta de los toros; a las cinco de la tarde pita el árbitro
y comienza el partido. Les va a caer una buena manita a los solteritos.
−Pero, pero, ¡y la
policía sigue sin aparecer!
− ¿A qué tienen que
venir los lecheros? Hay partido de fútbol, sí, pero esto no es el Campo de La
Puentecilla; no nos hacen ninguna falta.
− ¿A qué tienen que
venir? Pero, pero, ¡yo no había visto tanta violencia desde la Guerra de Corea!
Si llegan a tener armas de fuego no queda uno vivo, Daniel. Y sigues impasible.
−Es el pan nuestro de
cada día; te dejo que empieza el partido y tengo que calentar.
− ¿Y Denny? ¿Dónde
está? Yo le vi, yo le vi… ¿Pero tú sabes con qué rapidez tira las piedras?
−Con su madre que lo
está cambiando de ropa, en casa. Lo que no sé es dónde guarda el tirador;
cuando lo encuentre le voy a poner bueno. Me está volviendo loco para que le
haga un arco como el de Ulises; es que fue con su madre a ver la película de
Kirk Douglas. ¡A ver si así deja el dichoso tirador! Hasta luego, te veo cuando
termine el partido.
Plácidas tardes de
verano en la inhóspita Hispania eterna, ¿alguien ha notado algo extraño? ¡Bah!
Será foráneo, pues de siempre es sabido, lo dicen las abuelas, que tras la
tormenta viene la calma. Y mientras los grandes disfrutan dándose patadas
corriendo tras un pelotón de cuero los pequeños se lo pasan pipa con la cucaña
o las carreras de sacos, jugando con las canicas de colores al guá, con los
tacones de goma de los zapatos corren por las aceras de cemento, o están de
rodillas en el suelo haciendo carrera ciclista con los platis de las botellas
de Coca-Cola. Las chicas saltan a la comba o al Lunes. Algunos niños saltan al
burro inglés (¿Tijerita, navajita, ojo de buey?) Otros juegan al trompo, la
peonza lo llaman los pijitos, o hacen figuras en el aire con sus yo-yos.
−Pero, venga, deja las
chicas, son unas aburridas; vamos a buscar a mi abuelo.
− ¿Tu abuelo Isidro?
¿Sabes dónde está?
− ¿Dónde va estar a
estas horas? En el bar de Antoliano, como todos los sábados por la tarde.
− ¿Y para qué quieres
verle? ¿No puedes esperar a la noche?
−Para que me suelte una
propina; a ver si le pillo contento.
− ¿Una propina? ¿Eso
qué es?
−Dinero, un duro. Es
para montar en los caballitos. Mira, está allí, sentado en la terraza con los
amigos. Crucemos la calle.
Al llegar a la altura
de la mesa del abuelo pasa en sentido contrario una chica rubia que lleva una
falda ajustada que deja ver sus rodillas y el abuelo exclama:
−Galatea, Galatea,
¿Dónde irás a estas horas mi dorada Galatea?
− ¡A fregar escaleras!
No te jode el viejo, ¡pelele!
− ¡Ja! Jujana, le has
echado el piropo a una vallisoletana. Te ha dejado hecho una rodea. Ya puedes
fregar la acera.
− ¡Calla, Veneno! ¿Qué
sabrá esa de fregar? ¿No habéis visto que rodillas más bonitas tiene?
− ¿No es la nieta del
Cervezas? Me suena su cara.
−Y ahora también el
culo, señor Tocino. Pues al Cervezas no habrá salido, que es más cetrino que el
moro Muza. Callar un momento, que pasa la panadera; eso sí que es un culo
glorioso.
Una señora alta y
delgada, con fama de ser castellana recia, pasa ahora ante las mesas donde los
parroquianos se aplican concentrados al dominó o la barrachina; al pasar frente
a la mesa del abuelo saluda:
−Buenas tardes señor
Tocino…
Y el abuelo salta como
una restralleta.
− ¿Dónde irá la bella
Dulcinea? ¿Dónde? ¿Tal vez por harina para amasar unos buenos chuscos o una
larga barra que llevarse a la boca?
− ¿Ya estamos, Jujana?
Pues que sepa usted que hoy he vendido todo el pan pero aún me ha sobrado algo
como para darle una buena hostia a alguno.
−Nos conformamos con un
currusco de los suyos.
− ¡Calla, Veneno! Se
aceptará una sencilla oblea bendecida con sus blancas manos.
−De barquillero ya hace
bien su hijo el mayor, que buenas tortas estaba soltando hace un momento en el
Camino del Hospital.
− ¿Puedo ir a verle,
abuelo? ¿Puedo?
−Cernícalo, tú te
vuelves a la feria ya mismo, toma un duro y arranca. Y que no se entere la
abuela o tendremos fiesta en casa; ya sabes, ¡chitón! Ten cuidado no te pille
un coche al cruzar la calle.
−No se preocupe por su
nieto, yo iré con él a la feria. Es demasiado pronto para comenzar a beber.
−Gracias, amigo
americano, por cuidar del guaje. Está todo el mundo en la era, viendo el
fútbol.
− ¡Calla, Veneno! Si no
sabe mear que no empiece a beber; ni ahora ni nunca. Chau.
Tras cruzar la calle
paran un momento en el quiosco pues algo ha llamado la atención del niño.
−Es muy curiosa la
manera de hablar de tu abuelo, ¡y esos requiebros a las mujeres! Muy
cervantino, tengo que tomar más apuntes para mis alumnos de lengua española.
−Es que se ha pasado
todo el invierno conmigo, ¿sabes? Tenía yo que leer un libro sobre la vida de
don Miguel de Cervantes y el abuelo me obligaba a leerlo en voz alta, para
corregirme. No paraba de reírse y me ha prometido que me comprará El Quijote
por mi cumpleaños.
−Vaya, que buena idea.
Pero que sea una versión para niños o te costará mucho entenderlo.
− ¡Qué va! Yo lo
entiendo todo; si vienes a casa te enseñaré mi colección de tebeos.
− ¿Qué son los tebeos?
−Pues esto, lo que
venden en los quioscos. Miraba a ver si ya salió el DDT.
− ¡Ah! Cómics, cómics
españoles. ¿Y cuál es tu personaje preferido?
−Pues cuál va a ser:
Daniel el travieso. Ven, te enseñaré los que tengo.
−Mejor que no vayamos a
tu casa, vi a tu madre muy, muy enfadada contigo. Por algo sobre unas piedras,
escuché decir, ¿tú sabes algo?
− ¿Yo? ¿Yo? ¡Ah! Que me
viste. Bueno, vale, sí, nos fuimos con El Colefo, que mi madre dice que es un
Mau-Mau, a la guerra y una vecina, ¡la asturiana! nos vio y se lo contó a mi
madre y ahora me amenaza con llevarme al Hospicio y dejarme allí, abandonado.
Esa es una chivata, se chiva de todos; una noche de estas le vamos a preparar
una buena.
− ¡Pero te podrían
haber dado una pedrada y matarte o perder un ojo!
− ¡Ja! ¿A mí? Ni en
sueños, esos tejeros solo saben hacer ladrillos y sacar a pastar las vacas. Por
lo menos le aticé a una docena, y a uno en toda la cocorota, ¡Ja! No hay quien
me gane con el tirador.
− ¿Y por qué tenéis ese
odio a los de Navatejera?
− ¿Odio? ¿Quién les
tiene odio? Serán los mayores; yo estuve hace un mes, en la boda de mi prima
Teresina, con los primos de mi madre, que son de allí, de Navatejera, y lo
pasamos fenomenal y nos hicimos muy amigos. A lo mejor mañana por la mañana me
lleva mi madre para verles y jugar con ellos. Son mis mejores nuevos amigos.
− ¿Y eso? ¿Os vais a
tirar piedras a los del pueblo de al lado?
−No, con ellos no se
puede ir de pedrea, solo saben tirar piedras como los cabreros, llaneando. Es
porque son rubios, como yo.
− ¿Y eso? No entiendo.
−Soy el único rubio del
barrio y de la escuela, y se meten todo el tiempo conmigo. Que si soy
extranjero. Y me estoy todo el tiempo pegando con uno y con otro, y luego llega
mi madre y me echa la bronca; encima. Es que dice que voy a terminar como mi
tío el Guzmán, cada cuatro días a puñetazos o en el cuartelillo. Que me voy a
hacer un pendenciero, un maloso como los de los tebeos.
− ¿Es el que oímos
comentar a la panadera? ¿Cómo dijo? El barquillero. ¿Por qué le llamó así?
¿Guzmán? ¿Cómo Guzmán el Bueno?
−Porque suelta unas hostias
como panes y dicen que tiene los puños de hierro; ya le he visto más veces de
pelea con los coreanos. No importa, ya sé cómo pelea mi tío Isidro.
− ¿Los coreanos? ¿Hay
coreanos en vuestro barrio? Eso tengo que verlo yo. Yo estuve en guerra con
ellos, ayudaré a tu tío; vamos.
− ¡Que no! Quieto, no
cruces la calle. No son coreanos como los de las películas. Son gitanos. Viven
en chabolas detrás de las tapias del cuartel de Almansa y a todo el valle le
llaman ahora Corea, los policías, porque cada poco tienen que venir con sus
furgonetas y escopetas. Déjalo. Si el abuelo está sentado en la terraza del bar
es que no pasa nada. Vamos a la feria, me gastaré el duro aprendiendo a tirar
con escopeta de balines.
−Bueno, en eso sí te
podré ayudar. Pero, oye, una cosa: ¿por qué tu abuelo llama continuamente a su
amigo el gordito, Veneno?
−Porque se llama
Benedicto, y mi abuelo dice que ningún ser humano puede llamarse de ese modo,
que se cambie el nombre a Benito. ¿Y sabes lo que Bene le dice?
−Pues no. ¿Qué le dice?
−Que se cambiará el día
que mi abuelo se llame Isidoro, en vez de Isidro, ¿entiendes? Y están así todo
el rato; si supieras qué burradas soltaba antes mi abuelo a las mujeres…Pero
como ahora me ayuda a aprender a leer y escribir dice que va tomando nota, que
se está volviendo tan florido y vacante como don Victoriano Crémer; y no para
de reírse.
− ¿Quién ese señor?
−El tío de mi amigo
Vicente; el poeta del régimen, le llama mi abuelo, y chaquetero, y no sé
cuántas cosas más. No puede verle. La última vez le soltó que antes de hablar
ya ha mentido tres veces, ahí, en la terraza del bar, y el poeta se puso, ¡cómo
se puso!
− ¿Y qué pasó?
−Nada, les separaron
enseguida. Mi abuelo ya se estaba quitando la boina de la cabeza, y cuando hace
eso, cuando hace eso, puede haber muertos. Así que los separaron enseguida. Se
ponen a discutir de la Guerra Civil, ¿sabes? Una que hubo aquí hace muchos,
muchos años; y se ponen todos a morir. Se tiran a matarse unos a otros. No hay
que hacerles caso. Yo, cuando empiezan a hablar de fusilamientos y del odio que
se tenían me largo a leer tebeos. Como dice mi abuela, agotan la paciencia de
un santo. ¿Me enseñarás a tirar con la escopeta de perdigones?
− ¡Uff! No sé si
debería, no sé si debería. Pero vamos, vamos a la feria, me parece que el
partido ya terminó. (¡Qué nación es ésta! Son racistas hasta con los rubios de
ojos azules; a ver cómo se lo explico a mis alumnos. Y el abuelo cervantino y
anarquista con sus amigos don Quijote, ¡Señor Tocino! y Sancho Panza, ¡Veneno!
Me voy a quedar calvo intentándolo.) Vamos, Denny, nos acercamos que ya terminó
el partido, pero, pero, ¿no es tu padre el que está boxeando?
En la era hay grupos
aquí y allá, unos festejando el triunfo y otros protestando la derrota. A un
lado, cerca de la barraca de las escopetas de balines dos parejas hacen fintas
pugilísticas.
− ¿Es tu padre, no? ¡Y
está boxeando! Vamos, tengo que ayudarle.
−Naaa, tranquilo, solo
le hace la sombra al contrario por si acepta el intercambio de golpes. No hagas
caso.
En efecto, el contrario
se retira al tercer amago; el gancho de izquierda del Alemán es legendario pero
el otro contrario no tiene tanta sensatez y se anima a lanzar un par de
directos a la cara del contrincante; mala idea, recibe un swing en la
mandíbula. K.O.
− ¡Daniel! ¿También
haces boxeo?
−Solo, aficionado,
Julián, solo de aficionados. El profesional es aquí, Manolín, campeón de España
de peso superwelter. Este bobo protestón ya se habrá enterado. (Por el que está
tumbado en el suelo, inconsciente y sangrando por la boca) A veces echamos unas
fintas y hacemos guantes. ¿Verdad, campeón? ¿Ahora vas a ir por la corona de
los medios? Te veo en forma.
−Tú sí que tendrías que
pelear, pero por la de los crucero; con esa barriga que estás echando. Te están
perdiendo el respeto, Alemán, mira que te lo llevo diciendo; que aquí enseguida
te pierden el respeto pero como no eres de este barrio sigues sin entenderlo.
−Voy a ducharme y me
cambio, luego os veo, ¿vale, hijo?
−Sí, vale.
−Pero, espera un
momento, Daniel, ¿por qué ha sido la pelea?
−Estos, que no saben
perder. Íbamos empatados hasta los minutos finales y entonces nosotros sacamos
a Calo, que jugó en el Barcelona.
− ¡Yo soy del
Barcelona!
−Ya lo sé, traidor, que
eres un traidor, y que, bueno, técnicamente, técnicamente, él no vive en el
barrio, si no una hermana suya, ¡y metió un golazo por toda la escuadra! Y ahí
se acabó el partido. Ya te digo, Julián, éstos, cuando se casen sabrán lo que
es perder, y todos los días. Os dejo. Cuida del amigo americano.
−Sí, eso, que me cuide
el peque. Oye, Denny, ¿tú también quieres ser boxeador como tu padre y su
amigo?
− ¿Yo? ¡Qué va! Eso es
de mariquitas, como dice mi tío el Guzmán, ¡solo saben que bailar y tocar,
bailar y tocar! Como Cassius Clay; son muy aburridos. Yo a quien voy a ver
entrenar es a Isidro el carnicero. ¡Es campeón de lucha libre americana!
¡¡Guaaggg!! Eso sí que es bueno, ¿sabes? Coge las canales, los terneros
muertos, y las sacude de aquí para allá, ¡¡Guaaggg!! Es chulísimo. Y va a ir a
Alemania a pelear por la corona europea. ¡Si me quisiera enseñar!
− ¿Que te gusta el
Wrestling? (¡Oh, may god!, yisuscraist, me lo llevo, me lo llevo a California
como sea. Cuando vuelva a Madrid miraré el papeleo en la embajada, ¡pero me lo
llevo a Santa Mónica!) Bueno, bueno, anda, te enseñaré a disparar con escopeta;
vas a ser un marine, un tirador de élite.
Y se gastó dos duros
enseñándome.
Tardes de verano en
España, barracas de feria y fiestas de los barrios; ya nadie se acuerda.
Llevábamos ya veinticinco años de paz inigualable, interminable; solo un
extranjero podría negarlo. Sobre las ocho de la tarde la gente se arremolina
hacia la tarima donde los músicos están ya terminando de afinar sus
instrumentos y al poco se arrancan con el éxito del verano: la yenka.
De todas partes sale
gente joven que se pone a bailar y al minuto incluso la banda de La Mano Negra
al completo está meneándose por aquí y por allá. También las chicas se animan y
cuando termina la pieza ya está la zona de baile llena de gentes de todas las
edades. Los ye-yés están desenfrenados y piden más y más jaleo.
−Ahora, una de Los
Brincos: ¡Borracho!
−Denny, que bien
bailas, ¿eso qué es, el twist?
−Aprendí en la boda de
mi prima, ¡ven a bailar!
−No, espera, ven acá,
deprisa. Ven.
− ¿Qué pasa?
−Ese grupo que acaba de
llegar, ¿son coreanos?
− ¡Esos no! Son los de
La Casona, aliados. ¡Uy, uyyuyuyui, mira! Vienen Pichorro, Pecholobo y sus
primos, el Tete, el Nene, ¡todos! que han venido de Suiza a pasar con ellos las
vacaciones. ¡Verás enseguida la que preparan! Observa.
− ¿Y eso por qué?
−Porque uno de los de
las Casas de Don Pablo está bailando con la hermana de Pichorro. Verás, verás,
enseguida la que lían.
La distancia no permite
escuchar la conversación pero sí se comprende rápido la gestualidad, antes de que
terminen de tocar Me lo dijo Pérez ya
hay ocho o diez mozos dándose patadas y puñetazos en el centro de la era. Se
para la música y se aparta la gente, asustada. Narices sangrantes y ojos
morados es la cosecha casi instantánea que se recoge en esta pequeña trilla.
−Vámonos, Denny,
vámonos a casa, venga.
− ¡Nooo, quieto! Que
ahora mismo les separan. Espera.
De la cantina de la
feria ven llegar a la Comisión de Fiestas, estaban tomando una caña, y se
acercan a los que se pelean. Empiezan a soltar galletas, con la mano abierta, y
enseguida paran todos de zumbarse; bueno, todos no, ya sabemos cómo es
Pecholobo, que no razona, pero el tío Juan le coge por la pechera y le suelta
una torta que le da dos vueltas la cabeza.
− ¡Pichorro, ven aquí!
¿Quién os dado permiso para montar una pelea en la fiesta?
− ¿Qué pasa? ¿Ahora hay
que pedir permiso para defender a tu hermana?
−¡¡Pam!!
Eso no ha sido una
torta, ha sido una hogaza de cinco kilos lo que le ha plantado en la jeta.
Pichorro también panza arriba.
−Para eso estamos
nosotros, los de la Comisión. Si queréis daros de hostias, y lo digo por todos,
os vais hasta el Puente de los Ojines. Largo, y que no lo tenga que repetir.
−Venga, venga, no
peleéis más, que no ha pasado nada. Aquí tenéis que venir a disfrutar de la
fiesta no a montar gresca. Tete, no te calientes, no te calientes y ven a tomar
una caña.
− ¡Ves, Yúlian! Ya está
mi padre haciendo de juez de paz. ¡Nunca permite que haya una buena pelea!
Siempre tiene que meterse a cazolero, como le dice mi madre. ¡Bah!, ya se acabó
lo bueno.
− ¡Que te marches,
Tete, que Juan está cerrando la mano! No tientes tu suerte.
− ¡Joder! Es que ha
pegado a mis primos y el honor…
−¡¡Pam!!
Una hogaza como la
rueda de un carro que se lleva el Tete.
− ¡Vaya! Esto se está poniendo
divertido.
−No, ya se acabó. Esos
tres no se levantan en media hora por lo menos. ¡Bah! Me voy a casa a ver la
tele con la abuela; están echando ahora Viaje al fondo del mar. Eso sí que es
chulo, salen monstruos y extraterrestres espantosos, no me la quiero perder.
Hasta luego, quédate con mi padre.
Pues sí, ya pasó el
jaleo y la sangre no llegará al río, como otros años; la música se reanuda y la
gente vuelve a bailar y disfrutar de las atracciones de feria. Risas y
sonrisas, bailes sueltos y agarrados, manzanas azucaradas y nubes de algodón
rosa para los niños.
Paz en el reino del
tirano pescador.
¿Alguien lo duda? No
hay quien rechiste y menos en una jornada jovial como ésta: la gran fiesta de
Valdelamora; donde el diablo perdió el rabo y le afeitaron los cuernos a base
de bien.
Por mentarlo; sería el
diablo, siempre enfadado con la jovialidad humana, el que preparó el fin de
fiesta, o tal vez, descreídos, un simple fenómeno atmosférico pero cuando más
animada está la fiesta un rayo terrible desgarra el cielo y en minutos descarga
agua por toneladas. Todos a la carrera a buscar refugio.
Yúlian y Daniel entran
a la carrera en casa pues la puerta está abierta. (En aquellos tiempos la
puerta siempre estaba abierta cuando llegaba el verano. A nadie se le ocurría
cerrar la puerta de casa. Las abuelas abrían la casa nada más levantarse y
permanecía abierta la puerta hasta que se iban todos a la cama; los niños
íbamos de una casa a otra entrando como Pedro por su casa, a nadie le
extrañaba, pero un día llegó la droga, y se cerraron todas las puertas hasta
hoy día) Empapados, piden toallas para secarse. Los abuelos están sentados
viendo la televisión y el peque ya está terminando de cenar.
−Os pilló la tormenta.
−Nos pilló bien
pillados; menuda jabarda está cayendo. Como no pare pronto vamos a tener que
salir en piragua mañana por la mañana. ¡Qué manera de caer agua! Julián, sube
conmigo y te cambias de ropa, ¡ah! y te quedas a cenar; ya te irás al hotel
cuando pare de llover.
−Pero que puedo llamar
un taxi, no os molestéis.
−Cuando pare de llover
puede que encuentres alguno; ven, sube.
Tardarán un buen rato
en bajar pues Yúlian es un hombre muy fornido y hay que rebuscar entre la ropa
de mi padre para encontrar algo que le sirva. Cuando bajan tan solo se escucha
los sonidos de la televisión y el agua que golpea las ventanas.
−Dani, ¿qué estás
haciendo?
−Nada, viendo la tele
con los abuelos.
− ¡Anda! Es un péplum,
¿cómo se titula? No, espera, yo la he visto. Pero, claro, claro, los actores
hablan en español, no es su voz auténtica, ¡qué curioso! Este film es muy
bueno; muestra una de las grandes batallas del Peloponeso.
− ¿El peloqué?
−Pelonada, te vas para
la cama ahora mismo. Recoge tus cosas.
− ¿No puedo quedarme a
verla?
−No, cernícalo, a la
cama. Es una peli para mayores de 18 años; tiene mucha violencia y luego sueñas
y te levantas a media noche. Largo, chau.
− ¡Abuelo! Cuando sea
mayor, cuando sea mayor, ¡las veré todas! ¿Te enteras? ¿Te enteras? Las veré
todas. ¡Uy! Vale, vale, me voy.
Los retortijones de
oreja que daba el Jujana convencían a cualquiera y en minutos el peque está en
la cama soñando con los personajes de la Historia Sagrada.
No sé si aquel niño
existió y creció, tal vez siga igual en algún universo paralelo, ¡Sí, vale, me
encantan las pelis de griegos y romanos! Nunca me pierdo un estreno, pero yo
creo que solo fue un sueño, una ensoñación ajena, que aquella noche, tras la
charla con unas profesoras de español en Norteamérica, me llegó cuando ya me
peleaba con la almohada. Comentando esta pesadilla con Aurora encontró unos
días después, cuando ya tenía el cuento casi finalizado, un par de pequeñas
fotos, descoloridas, y, ¡vaya! al mirarlas allí estaba al completo la Comisión
de Fiestas del Barrio de Valdelamora de mi sueño.
Las fotos en color eran de una
visita anterior de Yúlian a España y las había enviado desde su casa en Santa Mónica , California, a los pocos días de irse; yo no las conocía o recordaba pues
el niño, ese niño de las fotos, tendría cuatro años cuando debió de hacerlas.
Mi madre las había conservado por alguna extraña razón guardadas en un libro de
Fenimore Cooper que conservo en casa: El
último mohicano.
Casualidades de la
vida. Para mí tan solo era un sueño, una idea para escribir un cuento, otro
cuento fantástico, un solipsismo, pero tengo delante de mí las fotos y mi
cabeza se llena de recuerdos, que no pueden ser míos, ¿o sí?
Ahí estaba, detrás de
nuestro grupo la fábrica de lejías Rebeca, la fábrica de Motores Piva, el
vivero de Flores Sabadell; la era donde se hacían las fiestas del barrio,
campos de lúpulo cerca del puente de Los Ojines bajo el cual pasaba el agua de
la vieja Presa de San Isidro. En ese mismo lugar han construido hace poco un apeadero de Adif de la línea del tren de Matallana, Hospitales.
Las series de televisión que nombra el niño son estas:
Los invasores.
Viaje al fondo del mar.
Una típica película de aquellos días, acudían tanto chavales como mayores al cine Ventas y las colas eran tremendas especialmente los domingos. Peplum al por mayor.
Y una pequeña muestra de las noticias que veíamos en la televisión del bar Antoliano, tal vez el primer aparato que llegó al barrio y la primera noticia que vieron los parroquianos.